(A Monster Calls; J.A. Bayona, 2017)

Un monstruo viene a verme me cautivó desde el primer instante. Sus primeras imágenes, de un niño durmiendo iluminado por la luz de la noche y de su despertador, su pesadilla en la que una iglesia que se derrumba, son casi indelebles. Sugieren un mundo imaginario que sin embargo es tan real que se puede tocar. Poco a poco la película me perdió. Nunca dejé de pensar en ella como un ejemplo de técnica impecable, pero cada vez me convencía más la idea de que era un ejemplo de técnica impecable empleada de manera equivocada. Un monstruo viene a verme utiliza vívidos efectos visuales y un diseño de arte con la textura de un libro de cuentos para deslumbrar cuando debería usarlas para introducirnos mejor a la mente de su protagonista.

Un monstruo viene a verme es una película que existe principalmente en la mente de un niño y por lo tanto requiere de cierta delicadeza y tacto para traducir emociones contradictorias a acciones e imágenes. J.A. Bayona demuestra ser un capaz director y un ameno narrador visual, pero aquí la tarea lo vence. Como El laberinto del fauno, la obra maestra de Guillermo del Toro (quien produjo el primer largometraje de Bayona, El orfanato), Un monstruo viene a verme cuenta la historia de un niño, una tragedia, y una criatura fantástica. La película mantiene los detalles vagos, sugiriendo un mundo que no está del todo al alcance de su protagonista, el pequeño Conor O’Malley (Lewis MacDougall). Ningún detalle es más vago que la enfermedad que lentamente le está quitando la vida a su madre, Elizabeth (Felicity Jones) y que Conor no logra entender por completo. Elizabeth ha empezado a hacer planes para que Conor se mude con su propia madre (Sigourney Weaver), algo que al niño no le parece. La casa de su abuela es la casa de una mujer anciana. No puede tocar nada y no se siente en casa. ¿Y por qué tendría que irse de su casa si su madre se va a recuperar? Por lo menos eso piensa.

Una noche, a las 12:07, un enorme árbol que domina el paisaje que se ve desde su ventana cobra vida y se convierte en una criatura inusual. Más de tres veces más alto que Conor, el monstruo (Liam Neeson presta la voz y lo interpreta con ayuda de captura de movimiento) intenta asustarlo, pero el niño, que ya tiene suficientes problemas con su madre, su abuela, su padre que vive en Estados Unidos (Toby Kebbell) y sus peleoneros compañeros de escuela, no le tiene paciencia. El gigante, estupefacto, jura regresar durante cada una de las tres noches siguientes para contarle una historia a Conor. En la cuarta, Conor deberá contarle una a él. La historia de su pesadilla, la historia que contiene su verdad más importante. “No tengo tiempo para tus estúpidas historias,” le contesta Conor. “Las historias nunca ayudaron a nadie,” insiste, rogando porque la película demuestre que está equivocado.

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No obstante, el monstruo regresa y las historias que cuenta tienen la calidad abstracta de fábulas, con una engañosa, casi perversa, moralidad. Una cuenta de un príncipe bondadoso y querido por todos que comete un acto horrible para recuperar el poder que le había arrebatado su madrastra. Otra de un boticario que es tachado de hereje por un sacerdote y por lo tanto se rehúsa a ayudarlo cuando este, desesperado y arrepentido, más lo necesita. Conor apenas puede distinguir que estas historias buscan poner a prueba su simplista interpretación del mundo. Escuchar al gigante lo llena con más frustración que reflexión. Si no puede distinguir quién es el bueno y quién es el malo de la historia, entonces ésta es una mala historia.

Secuencias animadas que simulan pinturas de acuarelas dan vida a estas anécdotas. Este estilo permite distinguirlas del mundo real de la película, pero al mismo tiempo dificulta involucrarnos en ellas como se nos dice que Conor se involucra. Los héroes de éstas, el príncipe, el boticario y el sacerdote, frecuentemente aparecen literalmente sin rostro; resultan impersonales y carentes de emoción. Y los relatos rara vez se sienten como una parte integral de la narrativa principal. Un monstruo viene a verme nació de una novela de Patrick Ness, quien también adaptó el guion, y uno siente que estas historias funcionarían mejor en papel. En pantalla hacen poco más que detener la película en seco.

El propósito de las historias, y del monstruo por extensión, es claramente catártico, éste no tiene motivación propia más que sanar la conciencia de Conor, permitirle encontrar consuelo en el periodo previo a una inminente tragedia. Éste no es un mal recurso, pero es uno que le resta personalidad a la criatura, y no ayuda que a pesar de que lo que aflige a Conor es bastante evidente, la película tiene problemas para darle a sus emociones el lugar protagónico que merecen. Conor es un personaje frustrante por su imprecisión. Lo definen una afinidad por dibujar, el lenguaje corporal típico de la angustia adolescente y un egoísmo vacío que no parece venir de un lugar genuino. Constantemente lo vemos externalizar emociones, pero es difícil identificar qué emociones está externalizando y por qué. Seguro, la enfermedad de su madre su principal aflicción, pero al mismo tiempo, Conor parece tan poco interesado en ella. Aun cuando en angustia la ignora deliberadamente, la presencia de Elizabeth no se siente lo suficiente. Parece que Conor en verdad se olvidó de ella.

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Un monstruo viene a verme carece de enfoque, pero de vez en cuando ofrece momentos de verdadera emoción y catarsis. Momentos como el arrebato destructor que Conor tiene en la sala de su abuela. Momentos en los que Conor siente que debería ser castigado más por las cosas malas que hace. Que le están dando trato especial por la situación de su madre. Que lo están tratando con pinzas. Escenas como éstas tienen una lógica emocional clara e implicaciones devastadoras. Uno percibe que esta precaución sólo puede resultar en un Conor más alejado de la realidad, impotente. Pero por cada escena como ésta hay dos que abordan una trama secundaria sin pies ni cabeza y personajes tan inexplicados como los niños que molestan a Conor en la escuela.

No sé qué tantos problemas Ness y Bayona percibieron en las caracterizaciones, pero la dependencia de Un monstruo viene a verme en explicaciones verbales parecen síntomas de una historia que nunca les pareció del todo clara. No es suficiente con que el monstruo le cuente sus historias a Conor, también debe contarle de qué se tratan y qué tiene que aprender de ellas. Esta tendencia a la redundancia es una distracción considerable, pero teniendo en cuenta la historia a la que sirve, se siente especialmente fuera de lugar. Un monstruo viene a verme es una película que argumenta, a veces de manera verdaderamente conmovedora, que el mundo y los sentimientos son complicados, que verdades que parecen contradictorias pueden ser ciertas al mismo tiempo, que el amor incondicional y el interés egocéntrico están más ligados de lo que aparecen. Pero reduce estas ideas a una lección simple que le roba su poder.

★★1/2