(Moonlight; Barry Jenkins, 2017)
A minutos de empezar a ver Luz de luna, me di cuenta de que estaba siendo culpable de un prejuicio racial. Al principio del segundo largometraje de Barry Jenkins hay una escena en la que un narcotraficante afroamericano se encuentra con un niño que se había metido sin su permiso a su apartamento, refugiándose de un grupo de matones que lo perseguían. Juan (Mahershala Ali), el narcotraficante mira a Chiron, el tímido, atento niño, con ternura. No lo corre de su casa. Se le acerca. Le pregunta sobre él. Lo lleva a comer. Todo esto me pareció un poco irreal al principio. No creía que un personaje como Juan, quien en el virtuoso plano secuencia que abre la película se había planteado como un serio e imponente criminal, fuera capaz de tal gentileza. Al poco tiempo me di cuenta de que la razón por la que la escena me parecía irreal era porque había encajonado a Juan dentro del estereotipo de narcotraficante al que otras películas me habían acostumbrado. Estaba dejando que las ideas con las que entraba a la película me cerraran anticipadamente a lo que ésta me quería mostrar.
Sugerir que una película, cualquier película, tiene la capacidad de destruir la discriminación es miope y absurdo. Pero el cine, al permitirnos ver el mundo a través de los ojos de alguien más, poco a poco contribuye a debilitar los prejuicios. Luz de luna es una película con este poder. No porque nos muestra personas ejemplares, ideales a los cuales aspirar. Porque nos muestra personas de carne y hueso. Personas capaces de mezquina crueldad y de increíble bondad. Persona cuyas acciones nacen de su ambiente y de su personalidad. Acciones cuya motivación (casi) siempre entendemos y con las cuales nos podemos identificar. Luz de luna no aspira a ser una película importante, lo cual ayuda a explicar porque es tan fácil reconocerla como una. Es ambiciosa, no porque está construida para ser reconocida, sino porque se apropia de un amplio formato para relatar la experiencia de su protagonista. Chiron es un niño introvertido, víctima de acoso por sus compañeros, quienes lo señalan de homosexual. Chiron es incapaz de defenderse, lo que parece darles más aliento a sus abusadores. No por nada cuando Chiron descubre a Juan, prefiere pasar su tiempo con él. Juan hace por Chiron lo que Paula (Naomie Harris), la drogadicta madre del niño, no hace por él. Juan le cuenta de su vida en Cuba y le enseña a nadar. Él y su novia, Teresa (Janelle Monáe), le ofrecen a Chiron un hogar fuera de casa que es cariñoso y estable.

Las drogas, la pobreza, y la violencia, tanto física como emocional, son elementos recurrentes en Luz de luna. Pero más que mostrarnos que estos problemas existen, la película explora cómo parecen inseparables del contexto en el que surgen y cómo se perpetúan. Uno de los mejores ejemplos se aprecia en la relación entre Paula y Chiron. Es la adicción de ella al crack lo que le impide prestarle atención a su hijo y lo que en parte lo aleja de ella. La sensación de fracaso que esto le crea sólo hace que el rencor que le tiene a él y al hombre que lo está criando por ella, crezcan. La parte de la película que aborda la adolescencia de Chiron revela una complejidad similar. Luz de luna no retrata a los matones de Chiron con la misma simpatía que a su protagonista o hacia Juan, Paula, Teresa o Kevin, el amigo de la infancia de Chiron del que éste se enamora. Casi no tienen personalidad.
Y al mismo tiempo, su comportamiento tiene sentido. Barry Jenkins, quien adaptó el guion de una obra de Tarell Alvin McCraney, percibe cómo la homosexualidad de Chiron lo excluye todavía más del ambiente en que crece. Jenkins nos muestra una localidad en la que la única profesión admirable es la de criminal; en la que la supervivencia del más fuerte es la ley de la tierra. La intimidación, la agresión, son requisitos de trabajo. Luz de luna nunca hace énfasis en esta dinámica, pero ésta es palpable en el mundo que nos muestra. En éste, la más mínima cortesía hacia el muchacho gay de la clase es aceptación comportamiento, un atentado hacia lo que es un “hombre de verdad”. Golpear a Chiron sin la menor provocación es, perversamente, un mecanismo de defensa. Luz de luna no sólo nos sugiere que la violencia motivada por prejuicios existe, sino que existe por una razón.
Las películas sobre personajes marginados típicamente se apegan a una estética miserable e hiperreal, una estética de la que Jenkins inteligentemente se aparta. El director de fotografía James Laxton les da a los rostros de los actores un brillo peculiar y a sus alrededores una vibrante atmósfera neón que sugieren la rica vida interior de sus personajes. El trabajo es de una consistencia que sólo puede venir de un verdadero esfuerzo conjunto entre actores y director. Es difícil señalar a alguien que destaque en particular. Quizá a Naomie Harris, quien, aunque al inicio parece un poco incómoda con los tics verbales y el lenguaje corporal de Paula, termina convirtiéndola en el personaje más complejo de la película: una madre amorosa, pero cuyo amor es egoísta. Ella quiere tener a su hijo a su lado, pero no podemos evitar pensar que sólo porque el no tenerlo sería símbolo de su fracaso como madre. Y la película le tiene una enorme simpatía a pesar de todo. Como Chiron, no puede simplemente dejarla atrás.

Luz de luna no es una película perfecta. Diferentes actores interpretan a Chiron y a Kevin en distintas etapas de su vida (Alex Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rhodes a Chiron de niño, de adolescente y de adulto, respectivamente. Jaden Piner, Jharrel Jerome y André Holland a Kevin en los mismos momentos), y una transición extraña sucede entre los periodos segundo y tercero, cuando Chiron pasa, en instantes, de un flacucho joven del bachillerato a un musculoso narcotraficante, como Juan alguna vez lo fue. No es que sea inconcebible que un joven con el físico de Ashton Rhodes crezca y se convierta en un hombre con el de Trevanthe Rhodes, pero la película nos dificulta hacer esta conexión. Es como si un par de escenas clave se hubieran perdido. La sexualidad de Chiron es presentada con una similar falta de claridad. Su encuentro con Kevin en una playa es el único momento de la película en que ésta verdaderamente sale a la luz, y si bien entre los dos se reconoce una camaradería e intimidad, la atracción sexual es casi nula. Que Chiron es homosexual es algo que debemos aceptar porque la película nos lo dice, no porque lo reconocemos en su comportamiento, en su personaje.
¿Es este un problema? Un poco. ¿Es suficiente para descarrilar la película? Para nada. Jenkins puede haber sacrificado algunos matices de su protagonista, pero igualmente le ha dado un alcance emotivo que muy pocas películas logran. Luz de luna es un argumento a favor de la diversidad en el cine (es una película sobre un niño, joven, y hombre que es afroamericano y homosexual), no porque es una gran película construida alrededor de un personaje específico que rara vez aparece en la pantalla grande (aunque lo es), sino porque es una película que nos permite reconocer sentimientos comunes en una vida que parece tan distinta a la de uno. En lo específico está lo universal. Para un grupo amplio del público, las experiencias de Chiron no son las misma que las suyas. Pero su frustración, su enamoramiento, su ira, su curiosidad, lo son.