(The Great Wall; Zhang Yimou, 2017)

Quizá nada que se vea en La gran muralla es más interesante que las condiciones en que ésta surge. La película multimillonaria aparece en un momento en que los grandes estudios estadounidenses dependen cada vez más de la taquilla internacional, en la que ésta ha obligado a sus grandes estrenos a cortejar un público más diverso y heterogéneo. Pocos mercados mundiales se han vuelto más importantes que el de China, y Hollywood ha cedido cada vez más, no sólo a este público, sino al Partido Comunista que ahí ocupa el poder y que impone severas restricciones a las importaciones cinematográficas, de las que sólo un número muy limitado llega a las salas. El gobierno chino no impone estas mismas restricciones a las producciones nacionales, por lo que Hollywood ha tratado de esquivarlas por la vía de la coproducción. Películas recientes en inglés ya se han hecho con dinero, repartos secundarios y personal parcialmente chino; aun así, La gran muralla se siente un poco más como un desarrollo histórico al inclinar la balanza hacia una participación más equitativa. Aunque concebida por el productor Thomas Tull y el escritor Max Brooks, y desarrollada por un equipo de guionistas de habla inglesa, La gran muralla fue dirigida por el celebrado Zhang Yimou, conocido mundialmente por las películas de artes marciales Héroe y La casa de las dagas voladoras. Más arriba en la jerarquía de poder se encuentra el conglomerado chino Dalian Wanda, dueña de Legendary Entertainment, la productora estadounidense de La gran muralla, entre cuyos planes se encuentra la construcción de lo que será el estudio de cine más grande del mundo.

Como estandarte de un cine binacional a gran escala, La gran muralla decepciona. Sus ambiciones comerciales son delatadas por un guion anónimo e insípido, una torpe adaptación de un panteón cultural al molde del cine de efectos especiales de Hollywood. Su historia, básicamente Mad Max: Furia en el camino sin sustancia, cuenta de William Garin, un mercenario occidental de la Edad Media, camino a oriente en busca de pólvora negra. Su modesto séquito se ve debilitado tras un ataque de bandidos nómadas y casi aniquilado por obra de una criatura misteriosa. Sólo William y su compañero español, Tovar (Pedro Pascal) alcanzan a ser rescatados (léase capturados) por la Orden Sin Nombre, un regimiento especial del imperio instalado dentro de la Gran Muralla China con una misión increíble. Del otro lado de la maravilla del mundo reside una millonaria horda de monstruos extraterrestres llegada a la Tierra en lo que parece un meteorito de jade. Las criaturas, apodadas taoties, atacan el norte de China cada sesenta años. La Gran Muralla es una hazaña de ingeniería y de defensa, pero la película la enriquece (léase arruina) con artilugios anti-alienígenas como catapultas que lanzan bolas de fuego, gigantescos discos serrados, y puestos para arqueros y soldados de distintos tipos.

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El planteamiento de La gran muralla es por supuesto ridículo, aunque no mucho más que la típica película de Marvel o Star Wars. De lo que La gran muralla carece es del mínimo de personalidad, coherencia y humor que le permite a una u otra película con un presupuesto de nueve cifras elevarse por encima del promedio. A Matt Damon, típicamente un carismático y vulnerable actor protagónico, es difícil tomarlo en serio como el Han Solo de segunda que es William Garin. Su sonrisa optimista no sugiere al mentiroso, ladrón y asesino que la película nos dice que su personaje es y quien, contra su carácter establecido, adopta la causa de la Orden Sin Nombre, con demasiada facilidad. En él no se reconoce la renuencia, la acidez, que pudiera hacer su transformación conmovedora. En los papeles secundarios, Pedro Pascal como su acompañante, Willem Dafoe como un europeo prisionero en la muralla y el cantante y actor Lu Han como un tímido soldado, apenas generan una impresión. Son poco menos que arquetipos, y su contribución a la historia es casi inexistente. La actriz Jing Tian, en el papel de Lin Mae, la comandante de uno de los cinco escuadrones y la heredera de la comandancia de la Orden Sin Nombre, figura un poco mejor, quizá porque su rol es casi tan importante como el de Damon. La dinámica entre sus personajes recuerda un poco a la de Tom Hardy y Charlize Theron en la última película de Mad Max (de ahí la comparación), con William como el forastero que se involucra en la causa de una valerosa líder antes de regresar a su propio camino. Pero William Garin no contribuye tanto a la historia de Lin Mae como Max hizo a la de Furiosa en aquella película. La gran muralla necesita a Damon más por razones monetarias que narrativas; parece estar ahí para atraer a un público no familiarizado con el elenco chino de la película, no porque la historia no se podría contar sin él.

De todas las maneras en que una película podría incorporar a un actor estadounidense a una película que en verdad no lo necesita, ésta es quizá la más benigna. Damon es técnicamente la estrella, pero no eclipsa a su coestelar, ni su personaje a la cultura que lo acoge. Es una ingeniosa medida de marketing, pero también una que da la impresión de que La gran muralla se pensó primero como eso y no cómo una película. La gran muralla está lejos de ser el peor de los productos descaradamente comerciales en llegar a las salas de cine; cuenta con momentos de esplendor visual, creados en parte por paisajes y símbolos que resultan novedosos en el contexto de un blockbuster hollywoodense. Una secuencia de un funeral, en la que globos ceremoniales se elevan al cielo, da lugar a una de dos tomas especialmente pintorescas (la otra es de la muralla cubierta por la niebla). Los vestuarios, coloridos y brillantes al punto de parecer imprácticos, aunque un descanso de la paleta gris creada por los directores de fotografía Stuart Dryburgh y Zhao Xiaoding, parecen pertenecer a una película más alegre y que no se tome tan en serio. Dentro de la orgía de efectos visuales y animación por computadora que son las escenas de acción de La gran muralla, una destaca en particular: un ingenioso enfrentamiento entre hombre y monstruo en la niebla, en la que los más sutiles sonidos nos guían más que la música y el diálogo. Todo esto hace de La gran muralla un artilugio novedoso, condenado a ser desplazado si la promesa de la industria del cine chino se cumple y esta de verdad se convierte en una figura dominante en las salas del mundo.

★★1/2