(A Cure for Wellness; Gore Verbinski, 2017)
Quiero darle un beso en la boca al ejecutivo de 20th Century Fox que dio luz verde a La cura siniestra y que pensó que una película con desnudez y violencia, con una trama construida alrededor del incesto y la locura de su protagonista no sólo ameritaba un presupuesto mediano sino también un millonario comercial en el Super Bowl. La cura siniestra no es una gran película, pero tiene mucho más personalidad y sorpresas que la mayoría de películas destinadas a superarla en taquilla. Es una escalofriante y grotesca película de terror con el espíritu de un anarquista bien vestido. No es del todo una pieza de autor, carece del cuidado y el cariño con el que alguien como Guillermo del Toro se apropió de una premisa similar en La cumbre escarlata; es más bien la obra de un talentoso artesano cinematográfico esmerado en demostrar que tiene una que otra idea interesante y que puede usarlas para hacer otra cosa que películas de Piratas del Caribe.
Gore Verbinski escapa de la fallida extravagancia que fue El llanero solitario con una atmosférica y confusa (en el buen sentido) historia de terror psicológico. Un tiempo de duración de casi dos horas y media se siente demasiado para lo que en papel es un vulgar y conciso cuento, pero estaría mintiendo si dijera que después de cierto tiempo empecé a desear que la película nunca se detuviera, que su misterio se continuara desenvolviendo y complicando. Había sido absorbido por este mundo. Dane DeHaan interpreta a Lockhart, un joven ejecutivo de Nueva York enviado a los Alpes suizos con la misión de traer de vuelta al jefe ejecutivo de la compañía para la que trabaja. Pembroke (Harry Groener), el hombre en cuestión, se encuentra en un spa de relajación que tiene una historia siniestra (como si el que éste se encuentre en un castillo en la cima de una montaña no lo hiciera lo suficientemente ominoso). Hace casi 200 años, el lugar le perteneció a un barón cuya obsesión con la pureza sanguínea lo llevó a intentar tener un hijo con su hermana; acción por la cual la iglesia y los residentes cercanos protestaron y quemaron el castillo, que fue eventualmente reconstruido y convertido en la prestigiosa clínica.
Lockhart es recibido por inexpresivos empleados y sedados pacientes, ninguno de los cuales le es de mucha ayuda al momento de localizar a Pembroke. Camino al pueblo, en busca de un hotel donde pasar la noche, Lockhart sufre un accidente automovilístico. Despierta en el spa con una pierna enyesada, bajo el cuidado del doctor Heinrich Volmer (Jason Isaacs), quien le insiste quedarse un par de días antes de regresar a Nueva York. Eso, y beber mucha agua. Lockhart nota pronto algo raro en el ambiente. Nosotros, manipulados por la diestra mano de Verbinski, nos damos cuenta mucho antes. Bojan Bazelli, director de fotografía y colaborador frecuente de Verbinski baña a La cura siniestra en un filtro verde y colores apagados. Sus composiciones son tan rígidas y estáticas como las actuaciones. El diseño de producción es mínimo. El hospital donde la película se filmó es en definitiva impresionante, pero luce demasiado vacío, sin rastros de vida. Éste spa de lujo no luce como un lugar que uno quisiera visitar, mucho menos quedarse por días.

Después de varios días encerrado y de estar sujeto a tediosos, a veces perturbadores, tratamientos, Lockhart empieza a suponer que un plan siniestro se está cociendo en el interior de este centro de rejuvenecimiento. Una niña que vaga por los pasillos y jardines, Hannah (Mia Goth, una actriz y modelo de 23 años haciéndose pasar efectivamente por alguien de 14), parece confirmar sus sospechas. Pero, ¿tiene Lockhart razón, o está simplemente volviéndose loco? Vagos flashbacks nos dicen más sobre él, sobre el trauma que le provocó la muerte de su padre, pero éstos empiezan a confundirse con sueños e imágenes alucinógenas al punto que empezamos a dudar si lo que vemos es real. La idea de que la realidad es determinada por la percepción y que uno no siempre puede confiar en los sentidos no es nueva, ni siquiera en el cine, pero La cura siniestra comenta de manera ingeniosa sobre cómo este escepticismo puede convertirse en una herramienta de control autoritario. ¿Qué papel juega el doctor Volmer en todo esto? ¿Busca en verdad la seguridad y salud de sus pacientes? Su trato es relajado y sensato, y las autoridades del hospital y el pueblo respaldan sus decisiones. Pero, ¿es verdaderamente digno de fiar o simplemente tiene suficiente poder para construir una ilusión a gran escala?
La cura siniestra es un entretenido y absorbente misterio con constantes giros y vueltas. Su pista de sonido es manipuladora, anticipándonos para sustos que a veces vienen y a veces no, y la fotografía se resiste a usar el espacio de una manera que haga a sus imágenes verdaderamente impresionantes (al parecer sus composiciones no son tan profundas como la conspiración que aparentemente se cuece en el spa). Su complicada red de eventos historias nunca parecen tener mucho sentido ni ser del todo real, pero sus observaciones a la manera en que los sistemas de poder nos oprimen sin que nos demos cuenta, y el impacto visceral que la película tuvo en mí, ese constante deseo de saber qué pasaba, esa complicada reacción que tuve a sus imágenes más intensas, fueron suficientemente reales para mí.