(Day Out of Days; Zoe Cassavetes, 2017)

Días sin llamado es una sincera comedia dramática ahogada por los clichés a los que inevitablemente sucumbe. El segundo largometraje de Zoe Cassavetes es una bien intencionada mirada a la vida de una actriz menospreciada por su edad, con uno que otro momento emotivo y una obstinada heroína con quien llegamos a simpatizar después de un tiempo. El mayor crimen de Cassavetes es recorrer un terreno ya familiar sin el ingenio, humor y profundidad que haga que una historia más sobre una estrella de Hollywood que pierde su brillo y busca reinventarse se sienta esencial.

La actriz francesa Alexis Landeau, quien coescribió el guion con Cassavetes, interpreta a Mia Rourke, una alguna vez famosa actriz que lucha por mantenerse relevante ahora que ronda los cuarenta años. Como una exploración de la feminidad y la madurez en el mundo del estrellato, Días sin llamado no ofrece mucho de nuevo. Como un escaparate para los talentos de Landeau, la película funciona. Los varios episodios de la estructura suelta, a veces distraída, de la película, ameritan su inclusión menos por lo que contribuyen a la historia de Mia y más por la manera en que muestran el rango dinámico de la actriz. El reparto de la película se compone de los amigos y colegas de Mia, con quien comparte dramáticos y a veces cómicos episodios; Alessandro Nivola interpreta a su exesposo, una estrella de Hollywood que acaba de casarse con una mujer más joven y le regodea su éxito sin querer; Melanie Griffith a su madre y anterior agente de talentos; Brooke Smith a su agente actual, quien parece más interesada en buscar nuevas oportunidades; y Cheyenne Jackson a un amigo cirujano plástico que la invita a experimentar con el botox.

El Hollywood de Días sin llamado es a la vez detallado y demasiado familiar. La película sufre del mismo problema que muchas películas sobre la farándula, una incapacidad de tratar el medio del cine de manera objetiva. Días sin llamado asume un público familiarizado directamente con sus personajes y situaciones y nos pide interesarnos por las dificultades de un personaje a quien no expone más allá de la superficie. Landeau hace de Mia alguien ameno y simpático, pero nunca muestra suficiente de ella haciendo que su experiencia se sienta más universal. Sus verdaderas inseguridades, sus preocupaciones, son mayormente un misterio. Dado que la película nos dificulta proyectar nuestras propias emociones al personaje, proyectamos lo que se siente más familiar, los tantos clichés hollywoodenses que tantas otras películas nos han mostrado, y que aquí se repiten. Una cita que Mia tiene con constructor tiene el potencial de ser tierna y reveladora, pero una vez que el hombre es reducido a una grosera caricatura, toda la promesa de la escena se evapora. En sus peores momentos Días sin llamado hace poco más que pedirnos reír de un chiste que ya conocemos.

Días sin llamado1

En sus mejores, la película se muestra atenta a la forma de hablar de una comunidad frívola y despiadada que se viste de paradisíaca y cortés. Los halagos insinceros que se reparten en Hollywood (como cuando una mía Mia necesitada de trabajo felicita un guion que no la emociona mucho, cuando su agente le dice que no tiene problema con que busque otro representante en lugar de abandonarla explícitamente) no son noticia, pero Días sin llamado los integra discretamente a sus diálogos, sin llamar atención a ellos, de manera que se sienten como un detalle vivido de la historia y no como un intento del guion para hacer gala de su ingenio. A lo que la película sí llama mucha atención, y no debería, es a las circunstancias que llevan a Mia al límite. En ocasiones, Días sin llamado busca hacer sufrir a su personaje como atajo para que simpaticemos con él. No es que su situación no tenga un elemento de verdad, la pantalla grande no es el único ámbito que suele dar preferencia a la juventud, pero Días sin llamado parece pedir más lástima que comprensión. Se limita a exponer una cultura sin verla desde un nuevo ángulo. La vaga caracterización de Mia hace que una entrevista que ésta tiene en la habitación de hotel de un director de cine interpretado por Eddie Izzard, se sienta como un sketch en contra del acoso sexual en lugar de una oportunidad de permitirnos conocerla mejor.

Mia se vuelve más simpática conforme la película progresa. Las escenas que Landeau comparte con Griffith y Nivola le dan un poco más de dimensión a un personaje que hasta entonces parecía buscar poco más que acaparar la atención. Las relaciones de Mia con su madre y su exesposo poseen una sutil dulzura que se encuentra ausente en el resto de la película. Días sin llamado es una película de bonita y agradable atmósfera, un contraste apropiado al estrés e incertidumbre de la vida de Mia. La música electrónica que la acompañe igualmente sugiere una persona inquieta, aburrida y decaído. La historia lleva a Mia a lo largo de una simpática montaña rusa; de una prometedora actriz en ascenso a una personalidad fuera de moda, a la improbable pieza clave de una franquicia millonaria. Landeau y Cassavetes le otorgan un final de triunfante cinismo, una audaz respuesta a una industria que previamente la despreció, pero el recorrido a este momento es demasiado familiar como para ser del todo satisfactorio.

★★1/2