(Power Rangers; Dean Israelite, 2017)
Mighty Morphin’ Power Rangers y la multimillonaria franquicia que nació de ella fueron un fenómeno cultural, una brillante pieza de mercadeo, y un artefacto de nostalgia noventera, pero nunca televisión de calidad. Los Power Rangers han sido una presencia constante en la pantalla chica por más de dos décadas, pero en todo ese tiempo, los personajes bien desarrollados han sido la excepción y no la regla. La gran mayoría de sus más de ochocientos episodios apenas se desvían de una fórmula que casi instantáneamente se volvió repetitiva. Cada una de estas aventuras daba preferencia a moralejas simples y coloridos y brillantes aparatos en lugar de a conflictos emocionales. La mejor parte de cada episodio, la pelea entre un monstruo malvado y el gigantesco robot humanoide de los Rangers, consistía en secuencias de efectos especiales de dudosa verosimilitud que se reutilizaban una y otra y otra vez.
Al mismo tiempo, la franquicia posee un encanto que es difícil de negar. Un encanto que se deriva de su colorida e hiperactiva ejecución y la imposible rectitud moral de sus personajes. Power Rangers nunca fue la clase de entretenimiento interesado en fomentar la originalidad o impartir emotivas lecciones de madurez; su fortaleza se encontraba en que era una enérgica y cautivadora fantasía de poder presentada sin cinismo. El típico episodio de Power Rangers encontraba a un elenco de jóvenes adultos y operadores de monstruos de látex rehusándose a tratar a su público infantil de manera condescendiente. Las actuaciones de la serie eran poco pulidas, pero nunca mostraban desprecio por el material. Tan ridícula como éste fuera, los involucrados parecían comprometerse a la ficción. Es quizá ingenuo describir a un gigante de la mercadotecnia, un producto audiovisual subordinado a la venta de juguetes, como sincero y solemne; quizá los creadores de Power Rangers nunca lograron capturar la inocencia infantil, pero sí construir algo que se parecía lo suficiente a ella.

Este sustituto de inocencia infantil se encuentra totalmente ausente de la tercera aventura de los Power Rangers en la pantalla grande. Power Rangers es el más reciente intento de la compañía de Haim Saban de exprimir el nombre de su producto más reconocido por todo lo que vale. De este intento de adaptar un producto de los noventa a un público más general y contemporáneo se deriva más de una mala decisión. Los brillantes colores de la serie original dan lugar a una oscura, deprimente paleta e iluminación. La movida música de rock que acentuaba las proezas de los Rangers da lugar a una genérica partitura de película de superhéroes. Los pulcros e icónicos disfraces dan lugar a lo que parecen diseños rechazados de la próxima secuela de Transformers. Y como si fuera poco, la trama de un episodio de veinte minutos es estirada a unas tediosas y predecibles dos horas.
Una vez más tenemos un grupo de cinco adolescentes que es reclutado por el extraterrestre Zordon (Bryan Cranston) y su compañero robot Alpha 5 (Bill Hader prestando su voz a uno de los más visualmente desagradables efectos especiales que he visto) para convertirse en una nueva generación de Power Rangers, superhéroes en armaduras de colores, y defender a la Tierra de la malvada bruja Rita Repulsa (Elizabeth Banks). La caracterización de los adolescentes es mínima. Jason (Dacre Montgomery), el Ranger rojo, es una estrella de fútbol americano que no se lleva bien con su padre. Kimberly (Naomi Scott), la Ranger rosa, es una muchacha popular que no se lleva bien con sus viejas amigas. Billy (RJ Cyler), el Ranger azul, un joven autista y prodigio científico que no se lleva bien con prácticamente nadie. Trini (Becky G), la Ranger amarilla, duda de su orientación sexual y no se lleva bien con sus padres. Zack (Ludi Lin), el Ranger negro, es inquieto y problemático, pero se lleva de maravilla con su madre enferma, de quien se dedica a cuidar.
Siendo una historia de origen, Power Rangers tiene la desafortunada obligación de mostrar cómo los Rangers obtienen sus trajes antes de que puedan enfrentar cualquier amenaza extraterrestre. Esto es una mera formalidad, pero es una formalidad que toma casi hora y media. Dado que no hay mucha historia que contar, el guion de John Gatins (basado en una historia de Matt Sazama, Burk Sharpless, Michele Mulroney y Kieran Mulroney) divaga constantemente. Antes de que nuestros héroes puedan patear trasero extraterrestre, Zordon, quien existe contenido dentro de un campo de energía, intenta regresar a la vida terrenal; uno de los Rangers muere pero es resucitado mágicamente; y los cinco adolescentes deben primero conocerse bien para así acceder a sus poderes. Las primeras dos terceras partes de la película se distinguen por una casi total falta de motivación y una inexistente sensación de peligro inminente. Ausente se encuentra la noble y orgánica aceptación del heroísmo que vimos en El hombre araña de Sam Raimi, o la constante amenaza que se sintió en The Avengers: Los Vengadores de Joss Whedon. Parte del problema es que estos Power Rangers son difíciles de aceptar como superhéroes, y no sólo porque no tienen edad suficiente para votar. Cuando los conocemos parecen más criminales juveniles que otra cosa. Los vemos en dos persecuciones automovilísticas sin otro propósito que el de crear la impresión de que algo sucede en la película antes de su grande y estúpido clímax.

Cuando la acción finalmente llega, está filmada muy de cerca, con movimientos de cámara enérgicos pero sin motivo, excesiva animación por computadora y violencia casual del tipo que hundió a El hombre de acero de Zack Snyder. Hay una que otra señal de esperanza por ahí. Un montaje de entrenamiento a la Rocky es el único momento en el que se siente compañerismo entre estos personajes. Elizabeth Banks, gesticulando en extremo y vistiendo un horroroso atuendo, es la clase de villano que una película sobre los Power Rangers necesita, pero no el que esta película de los Power Rangers merece. RJ Cyler es, después de Banks, el actor más comprometido a su papel, así como el más simpático. De él sale uno que otro chiste que se divierte de lo absurdo del concepto de la película, pero esta mofa es parte de la razón por la que la película carece del encanto de la serie original. Tan ridícula como Mighty Morphin’ Power Rangers y su interminable línea de sucesores fue, rara vez llamaba la atención a su propia absurdidad. Power Rangers es la clase de concepto que es creíble cuando es ridículo, pero imposible tomar en serio cuando se adapta a un contexto realista. No sé qué habrá convencido al director Dean Israelite o a los ejecutivos de Saban de que ésta era la dirección correcta para la franquicia. En un intento de adaptarse al momento, perdieron de vista lo que hacía a la idea original módicamente especial. Power Rangers es una película avergonzada de sus raíces. Los fanáticos de la serie y los niños de ahora merecen mejores comerciales de juguetes que éste.