(Grave; Julia Ducournau, 2017)
Para la protagonista de Voraz, la atracción sexual y el canibalismo son uno y el mismo (inserte chiste sobre los placeres de la carne aquí). La idea no es descabellada para una película de terror, pero lo que llama la atención del primer largometraje de la francesa Julia Ducournau es que Justine (Garance Marillier), dicha joven de apetitos inusuales, es en igual medida monstruo y heroína. La película nos pone de su lado y nos muestra el mundo íntimamente a través de sus ojos. Como espectadores, aprendemos, no tanto a temer sus deseos, sino a identificarnos con ellos. La historia de su florecer sexual y su nueva obsesión culinaria es extrañamente conmovedora. Una vegetariana de toda la vida, la joven Justine es recibida a sus estudios universitarios de veterinaria con una agotadora novatada. A la mitad de su primera noche en la universidad, es sacada de su dormitorio y obligada, con el resto de sus compañeros, a gatear a través de un oscuro piso hasta llegar a un extático bacanal. En la fiesta, Justine se encuentra con su hermana Alexia (Ella Rumpf), una estudiante de un grado superior, quien le avisa de lo que está por venir. La mañana siguiente, los estudiantes de nuevo ingreso son reunidos en una explanada y bañados en la sangre de un caballo recién sacrificado.
Justine pasa estas primeras dos pruebas sin pena ni gloria, pero es en la tercera donde finalmente amenaza con tirar la toalla. Justine inicialmente se rehúsa a comer un riñón de conejo crudo hasta que Alexia le dice que no es gran cosa. Éste no le sienta bien. A la mitad de la noche, se despierta con un sarpullido insoportable y unas ansias de comer carne. Lo primero lo soluciona temporalmente con una dolorosa e inusual cita con el doctor. Lo segundo, saboreando un filete de pollo crudo a espaldas de Adrien (Rabah Naït Oufella), su compañero de cuarto. Pero Justine no encuentra una verdadera satisfacción hasta después de que Alexia pierde un dedo y se desmaya en un accidente mientras las dos están solas en su habitación. Después de su reacción inicial de pánico, Justine observa con curiosidad el dedo amputado, se lo lleva a la boca, prueba la sangre y finalmente lo devora. No tarda en convertirse en una auténtica caníbal, y en vincular el canibalismo con sus apetitos sexuales.
Si hay algo que mantiene simpático al personaje de Justine a pesar de sus sanguinarias ansias, es la forma cómo Marillier interpreta a la joven y cómo el guion de Ducournau nos introduce a la vida de ella. Una joven con padres sobreprotectores, virgen y estudiante modelo, Justine nos da la impresión de una persona tímida y sumisa, para nada interesada en molestar a nadie, una frágil y vulnerable joven en un ambiente exigente y hostil. Justine es planteada como una víctima, por lo que su eventual transformación resulta mucho más impactante. La música de Jim Williams, inicialmente placentera y acústica, combinada con la floreciente amistad y atracción entre Justine y Adrien (quien al ser gay no le corresponde en un principio), sugieren una película mucho más simpática e inofensiva, la historia de maduración de una joven introvertida que no logra encajar.

En su retrato de los sentimientos y sensaciones de Justine, Ducournau encuentra momentos de expresividad y belleza. Hay una consciencia de la relación de Justine con su propio cuerpo. Dar vida a un estado biológico, mostrarnos el funcionamiento interno de un cuerpo, siempre es complicado para una película, pero secuencias como los escalofríos que Justine sufre debajo de sus sábanas, su baile seductor frente al espejo, o cuando besa a extraños al azar en una fiesta bajo la influencia del alcohol, nos sitúan efectivamente en su posición. No nos muestran un monstruo, sino alguien que finalmente toma el control de su vida, Alguien que finalmente se atreve a satisfacer sus deseos después de mucho tiempo de preocuparse por los demás. Aunque ofrece una abundante dosis de sangre y desnudez, Voraz no es meramente provocativa. Sus momentos más vistosos, violentos y sensuales resuenan porque son un reflejo de los deseos de Justine, los cuales la película mira desde adentro. Lo reprobable de sus hábitos es obvio, pero la pureza de sus deseos es innegable.
Ducournau y Marillier ya merecen algo de reconocimiento por lograr con éxito que nos identificamos con un caníbal. Pero Voraz no sólo toma el formato de una película de terror para decir que todos tenemos deseos. Eso sería demasiado simple. De alguna manera, la historia de Justine revela cosas bastante perversas sobre el deseo en sí. Aún después de la ordalía de la novatada, Justine es obligada a seguir las reglas arcaicas no explícitas del sistema escolar, es regañada por un maestro por ser demasiado buena estudiante y es encerrada en un cuarto con un joven y obligada a tener sexo con él. Su canibalismo proviene de un lugar de rebelión y de frustración tanto como de hambre y deseo. Un giro en la trama revelado más adelante sugiere que el origen de esta frustración corre en la sangre de las mujeres de su familia. Estamos acostumbrados a escuchar que el deseo y el amor están ligados. Pero Voraz sugiere que el deseo, ese impulso abrumador a querer consumir al otro, está mucho más cercano al odio. Que aquella persona que nos despierta el apetito es alguien a quien buscamos dominar y destruir. Voraz es una película perversa y reveladora.