(Joaquín del Paso, 2017)

Maquinaria panamericana es una peculiar, oscuramente cómica reinterpretación del cliché del pueblo sin ley. El primer largometraje del mexicano Joaquín del Paso abre con la muerte del dueño de una empresa dedicada a la renta de equipos para construcción y la reacción de sus devastados empleados. Don Alejandro pagaba sus salarios de su propio bolsillo, la empresa dejando de ser rentable hace mucho tiempo. Obligados de un día para otro a dejar el lugar que por mucho tiempo fue su fuente de sustento y casi un segundo hogar, su sucesor Jesús Carlos (Javier Zaragoza) y compañía hacen del lugar una colonia aislada del resto del mundo en la que pueden dar rienda suelta a su angustia y tratar de olvidar la paralizante incertidumbre provocada por la muerte de su patrón. Para cerrar el paso, uno de los enormes equipos es colocado perpendicular a la entrada y con eso las instalaciones de Maquinaria Panamericana S.A. se convierten en un ensayo de utopía anárquica y un pueblo fantasma que amenaza con comerse vivo a todo aquel que se atreve a asomarse (esto de hecho pasa en la película). Pero lo que motiva este pequeño culto no es el trillado y caricaturesco fervor religioso que podría encontrarse al centro de un cuento de Stephen King. Es el dejarse vencer por la nostalgia, el no tener a donde ir.

Por supuesto que Maquinaria panamericana tiene una atmósfera fúnebre. Ruidos abrumadores y siniestros, en parte una manifestación del duelo de sus personajes, en parte los sonidos cotidianos del aeropuerto y el paso a desnivel que se asoman por las paredes de la compañía, dominan el diseño sonoro. Los confines de la compañía son un ejemplo de inteligente diseño de producción, con paredes desgastadas, computadoras y teléfonos del “año del caldo” y artículos acumulados con el tiempo, todos acomodados de tal manera que sugieren un lugar inmune al tiempo, un sistema alguna vez funcional que terminó por convertirse en un refugio del mundo real. Le añaden peculiaridad detalles indiscutiblemente mexicanos como la “tiendita” de la oficina y una tubería de agua mal colocada en la que un empleado tiene que buscar fugas todos los días. Los empleados de Maquinaria Panamericana S.A. no conciben que todo esto pueda dejar de existir. La negación y la evitación se vuelven parte importante de quienes son, lo que le presta a la película cierta universalidad. Maquinaria panamericana se asemeja mucho a una película sobre la depresión o la adicción; es sobre estar tan acostumbrado a un insostenible sentimiento de comodidad que la idea de destruirse a uno mismo y lo que uno tiene a su alrededor resulta más atractivo que enfrentarse al mundo exterior.

Maquinaria panamericana_1

Hay una película verdaderamente brillante escondida dentro de Maquinaria panamericana. Y es que, aunque sus observaciones muchas veces se sienten acertadas y su puesta en escena es evocadora y surrealista, la película mantiene cierta distancia y frialdad, haciendo difícil identificarse con los sentimientos mostrados en pantalla, por más primitivos y universales que sean. Sus personajes se mueven sin voluntad propia, como peones trabajando bajo las órdenes de del Paso y Lucy Pawlak, los dos guionistas de la película; mientras que del Paso y su director de fotografía Fredrik Olsson constantemente encuadran a sus actores en composiciones visuales impresionante que no necesariamente complementan las emociones de la escena. Uno se pregunta por qué Jesus Caros y los demás empleados hacen lo que hacen. Este sentimiento de automatización es acentuado por el estilo de la película, que consiste principalmente en tomas estáticas y actuaciones similarmente rígidas y diálogos enunciados con tal lucidez y frialdad que dejan de parecer humanos. Dado que Maquinaria panamericana se presenta como una comedia surrealista, se extraña el sentimiento comunitario, suelto y específico que suele imperar en un ambiente laboral en que una variedad de personas dispares se ve obligado a compartir todos sus días.

Maquinaria panamericana comparte con Tenemos la carne, de Emiliano Rocha Minter, el ser una película que sigue a un grupo de personajes en un ambiente encerrado en el que se vuelven víctimas de impulsos humanos que son universales al mismo tiempo que están más allá de su comprensión y control. Ambas reconocen que el ser humano nunca está más libre y nunca parece más desagradable que cuando su inconsciente toma el control. Con ayuda de tomas largas y pausadas, Maquinaria panamericana busca sumergir al espectador en un trance parecido al de sus personajes en el que todo se vuelve significante y nada significa nada al mismo tiempo. La película parece consciente de la seriedad con que se toma en ocasiones que incluye uno que otro detalle que parece burlarse de esto: su primera escena encuentra a don Alejandro apagando una radio y con eso el ominoso ruido que domina el diseño sonoro; una escena cerca del final encuentra a más de uno de los empleados mirando de manera inquisitiva y profunda, tan intimidantes como pueden parecer cubiertos de papel higiénico. Maquinaria panamericana contiene algunas inteligentes observaciones sobre cómo la muerte a la vez paraliza y libera, y las traduce en surreales e impresionantes imágenes, pero es un caso en el que la forma de presentación funciona más en su contra que a su favor.

★★1/2