(Gifted; Marc Webb, 2017)

Un don excepcional se encuentra a medio camino entre lo sincero y lo manipulador. Es el caso de una historia humana sucumbiendo a las mecánicas de un manual de guionismo en un intento erróneo y mal aconsejado de hacerse más interesante. La batalla legal y el complicado drama que introduce poco a poco no hacen mucho más que crear la ilusión de una trama en movimiento y mantener a sus dos personajes principales lejos el uno del otro, anticipando una conclusión sentimental. Pero cuando se enfoca en estos, un acomplejado hombre obligado por las circunstancias a hacer de padre, y una niña de siete años con más vitalidad y curiosidad que la que una película típicamente le da a un personaje de esta edad, Un don excepcional se convierte en una tierna y perceptiva joya. Si tan sólo la película se diera cuenta con mayor frecuencia de que era aquí donde se encontraba su verdadera genialidad, que no necesitaba más adornos que la encantadora química entre Chris Evans y la pequeña McKenna Grace.

Es su primer día de escuela primaria y Mary (Grace), se rehúsa a ir a pesar de que su tío Frank (Evans), quien se dedica a reparar botes y cuidar de ella, le insiste que necesita interactuar con niños de su edad y tener una vida normal. Mary, una prodigio de las matemáticas, de inmediato se aburre en clase. Mientras sus compañeros tratan de sumar dos más dos y tres más tres, ella ya ha saltado al cálculo diferencial. Su maestra Bonnie (Jenny Slate), uno de los muchos personajes secundarios que pueblan el guion pero que al final no contribuyen mucho de importancia, se da cuenta de que Mary es superdotada y trata de hacer algo al respecto. Ella espera que Mary ingrese a una escuela donde pueda estar con niños de sus mismas capacidades, pero Frank se resiste. Su hermana y la madre de Mary también fue superdotada y dedicó toda su juventud a tratar de descifrar el problema Navier-Stokes, uno de los problemas matemáticos sin resolver más importantes de la actualidad, hasta que terminó por quitarse la vida.

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Frank no quiere que la misma historia se repita con Mary. Tras la muerte de su hermana, Frank escapó de su vida de maestro de filosofía en la Universidad de Boston para mudarse con su sobrina a una pequeña ciudad cerca de Tampa, Florida. No es difícil ver cómo Frank piensa: cómo un evento tan traumático hace que la idea de dedicarle la vida sólo a la persecución de lo intelectual parezca un camino directo a la tristeza y sufrimiento. Su madre Evelyn (Lindsay Duncan), quien siempre soñó con ver a su hija resolver el problema, piensa todo lo contrario, y viaja a Florida con la esperanza de que Mary sea quien finalmente lo resuelva. Este conflicto es inicialmente retratado de manera algo artificial y trillada. Evelyn se aparece en la pequeña casa de Frank y Mary como una caricatura de una persona con dinero, quejándose constantemente de los insectos que prosperan en el clima local y enfrascándose de inmediato en una batalla legal por la custodia de la niña. Ella y Frank se dirigen el uno al otro, no como lo harían una madre e hijo peleados, sino como los protagonistas en una comedia clásica hollywoodense. Sus diálogos pulidos de más tienen dos propósitos, probarle al otro quién es más ingenioso y, de manera algo torpe, informar al espectador de la historia de estos dos.

A través de este artificio, no obstante, emergen personajes reales. Frank, aunque dice que el bienestar de Mary es su primera prioridad, hace lo que hace en parte como un acto de rebelión contra su madre, tanto que no se da cuenta de que su intento de darle una vida normal a la niña no la hace verdaderamente feliz y sólo hace la idea de ir a la escuela mucho más frustrante. Y aunque la película nos coloca decididamente de su lado, Frank no es perfecto; por lo menos una vez a la semana, se desaparece a un bar y no regresa hasta la mañana siguiente. Tanto como Frank quiere a Mary, convertirse en su padre adoptivo nunca estuvo en sus planes, y éste todavía extraña tener una vida propia. La película tampoco es ciega a los deseos y necesidades de Mary. Un don excepcional cobra verdadera vida cuando a Mary se le permite ser ella misma y navegar sola por el mundo Cuando ataca a un bravucón de doce años, canta al compás de la música con la vecina de Frank, Roberta (Octavia Spencer), cuando se pierde en libros de matemáticas, cuando llora al enterarse de que su padre biológico visitó la ciudad para testificar a favor de Evelyn, pero no para visitarla.

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Mary es un personaje multifacético que las ocasionalmente autoritarias figuras que pelean por ella no siempre entienden. La película se vuelve verdaderamente devastadora cuando nos recuerda que Mary no puede decidir por sí misma, que está a la merced de los adultos que dicen saber qué es lo mejor para ella. El guion de Tom Flynn ocasionalmente le extiende una simpatía similar a Evelyn; la implicación de que ella gravita tanto hacia Mary porque extraña a su hija fallecida pesa a lo largo de la película. Evelyn es también una especie de genio, algo que alguna vez la convirtió en una persona aislada y rígida, y rindió estragos en su relación con sus hijos y su primer esposo. Al mismo tiempo, Evelyn no se equivoca cuando sugiere que asistir a una escuela para niños dotados es mejor para Mary, en parte porque es lo que la misma Mary quiere. Pero al final, la película necesita que Evelyn sea un villano intolerante y controlador para que su final hollywoodense pueda ocurrir, y es así como un personaje que es conflictivo, pero difícilmente un villano, termina descarrilando un sutil drama basado en una suficientemente rica relación.

Un don excepcional es dirigida por Marc Webb. Como hicieron 500 días con ella y El sorprendente Hombre-Araña, su más reciente película es también capaz de insertar momentos de sinceridad a un material bastante trillado, y el contar por primera vez con un guion que reconoce los tropiezos y momentos de egoísmo de su protagonista hace que la historia que cuenta se sienta todavía un poco más humana. El resultado, no obstante, es una película que se queda a medio camino entre un naturalista drama independiente y un empalagoso producto hollywoodense. Nunca es esto más aparente que en la fotografía de la película, que combina vibrantes y cálidos tonos y situaciones sacadas de una postal, con una cruda y cuasi-realista cámara en mano. Un don excepcional es una película demasiado calculada para sentirse íntima y demasiado cruda y pedestre para construir la magia e ilusión creada por los clásicos de Hollywood, a los que su guion más de una vez intenta imitar. Es un simpático drama cómico que pudo haberse convertido en una inteligente y perceptiva historia sobre las familias improvisadas y la frecuentemente ignorada inteligencia de los niños.

★★★