(Transformers: The Last Knight; Michael Bay, 2017)

Transformers: El último caballero, una escena de acción de dos horas y media y una mera excusa para que robots gigantes se golpeen, exploten y disparen entre sí, no fue la experiencia más miserable que he tenido en el cine este año, aunque esto tiene menos que ver con la calidad de la película que con la total y absoluta demencia que lleva a la pantalla. A continuación, una para nada exhaustiva lista de cosas que transcurren en la más reciente entrega de la franquicia que se rehúsa a morir. En la Edad Media, Merlín (Stanley Tucci, interpretando al icónico mago como un borracho promiscuo) se acerca a un Transformer que vive en las montañas para solicitar la ayuda de un dragón robótico en su pelea contra un ejército enemigo sin nombre o explicación. Cade Yeager (Mark Wahlberg), un inventor fracasado convertido en protector de los Transformers que viven como refugiados en la Tierra, salta entre dos drones de combate en vuelo como si fueran piedras en un arroyo. Izabella (Isabela Moner), una adolescente, vive entre los escombros de un campo de batalla con un pequeño y tierno robot, pero esto para nada es un desesperado intento de copiar la fórmula de Rey y BB-8 de Star Wars: El despertar de la Fuerza. Viviane Wembley (Laura Haddock), una profesora de historia de Oxford, y Edward Burton (Anthony Hopkins), un noble inglés, interrogan a Cade sobre su vida sexual. John Turturro, aunque entrega casi todas sus escenas al lado de un teléfono público en Cuba, de alguna forma logra meter la palabra “escroto” dos veces en sus diálogos. Optimus Prime (voz de Peter Cullen), el líder de los Autobots, los Transformers buenos, es víctima de control mental por diez minutos. Y al parecer Shakespeare, Einstein y todo personaje célebre de la historia alguna vez fue parte de una conspiración mundial para mantener a los Transformers en secreto.

¿Tiene sentido tratar de explicar la trama de la película? ¿Cómo se conectan todos estos momentos? Como una improvisación de jazz que es puro ruido, El último caballero cobra forma al instante; cada nueva escena le da poca o ninguna importancia a lo que vino antes. Es el raro blockbuster estadounidense que es difícil de predecir porque sus tantos personajes secundarios entran y salen sin ton ni son, escenas se desarrollan con excesiva rapidez y sin conexión y desde el principio queda claro que su guion no tiene pretensiones de tener sentido. La secuencia final, una genérica pelea en un planetoide que se mueve como si tuviera vida propia, es la más competente porque es más o menos claro qué quieren lograr los personajes, así como la relación geográfica que existe entre ellos, pero es también la más aburrida; es una alargada escena de acción en lugar de la bizarra combinación de humor vulgar, sentimentalismo insincero y violencia incomprensible que es el resto de la película.

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¿Es la cuarta secuela de Transfomers una buena película? ¿Una mala película? ¿De acuerdo a qué criterios? Si una buena película hollywoodense es una con personajes con un poco de humanidad y motivaciones con las que uno se puede identificar en una trama que más o menos tiene sentido presentada con una básica conciencia del espacio y ritmo, entonces El último caballero no es una buena película hollywoodense. Si la película es entretenida es porque es demasiado rara para existir y tiene que verse para creerse. Es una película que ridiculiza toda cultura no anglosajona con estereotipos, pero es encabezada por un prepotente y anti-intelectual idiota que a su vez es un perfecto estereotipo estadounidense. Una película con una limitada visión occidentalizada, condenada a ganar más dinero en China que en su país de origen. Una caricatura jingoísta cuyos personajes titulares son literalmente refugiados, con diálogos que alternan entre estridentes chistes vulgares y explicativas y trilladas declaraciones que encajarían mejor en un programa para niños. Una película sin trama o coherencia que necesitó de tres guionistas y seis editores para cobrar vida. Un producto sin alma ensamblado en una fábrica y la obra de un director con específicas y preocupantes ideas sobre las mujeres y el ejército.

En gran parte por su trabajo en esta serie, Michael Bay ha sido llamado en repetidas ocasiones uno de los peores directores trabajando actualmente en Hollywood. Los Razzies, los anti-Óscares que “honran” lo peor del cine, ya lo han nominado un total de doce veces y El último caballero sugiere que más están en camino. Pero Bay no es sólo un blanco fácil, sino uno de los pocos autores contemporáneos con un alto perfil y un estilo instantáneamente reconocible. Ver una película de Michael Bay es mirar al interior de una mente juvenil que no se censura y que no hace concesiones al sentido común, con un estilo visual que da más importancia a impresionar que a la narrativa o coherencia. Un juego de polo que sirve como introducción para uno de sus personajes es fotografiado y editado de la misma manera que el clímax; toda escena de la película es un momento en que el público debe gritar de emoción, sirva éste a la historia o no. Pero los artilugios de Bay, cuando trabajan en conjunto con un presupuesto de más de 200 millones de dólares veces rinden frutos. El masivo interior de una nave extraterrestre, fotografiado preciosamente por Jonathan Sela, es uno de los momentos de la película que provoca verdadera maravilla, efecto que se amplifica por efectos especiales en los que a veces es imposible distinguir dónde termina el escenario real y dónde empieza el modelado digital.

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Transformers: El último caballero no se rige bajo los mismos criterios que La momia o Power Rangers, las dos películas que realmente resultaron ser las experiencias más miserables que tuve en el cine este año. Aquellas películas claramente tenían la meta de crear personajes simpáticos, una historia más o menos coherente con una progresión familiar y un tono reconocible. La verdad no tengo idea de qué es lo que El último caballero buscaba lograr. Podría repetir todas las malas críticas que he dado a otras películas, pero me quedaría corto y además no creo que a la película le importe lo mucho que se apega o no a estos criterios. Aunque descaradamente roba imágenes de El despertar de la Fuerza y The Avengers: Los vengadores, tiene menos en común con estos éxitos de taquilla que con la abstracta extravagancia de El cuarto prohibido de Guy Maddin. Transformers: El último caballero parece un intento de mover el cine estadounidense de altos presupuestos en la dirección del cine experimental. Es la clase de película que por simple audacia e incompetencia desafía los mismos criterios que uno usa para juzgar una película hollywoodense. O quizá sólo es una mala película.