(War for the Planet of the Apes; Matt Reeves, 2017)

La reciente fascinación de Hollywood con revivir viejas propiedades de la cultura pop (películas, cómics, series de televisión, etc.) muy probablemente termine siendo recordada por el Universo Cinematográfico de Marvel y las películas de superhéroes en general, pero parte de mí quisiera que la reinvención de El planeta de los simios se convirtiera en el estandarte de esta etapa del cine comercial; un símbolo de lo que 150 millones alguna vez pudieron lograr y no de lo que rutinariamente ofrecieron. Esta ha sido una trilogía (aunque una película más al parecer es posible) que ha sabido combinar comentario social con aterrizadas escenas de acción y drama a veces fascinante, así como superar con creces las expectativas creadas por ser una precuela a una película de varias décadas de antigüedad. El planeta de los simios: (R)evolución, la primera de la serie fue un entretenido thriller científico con un final sensacional. Su secuela, Confrontación, fue un drama post-apocalíptico con un sólido núcleo moral. El planeta de los simios: La guerra es una especialmente ambiciosa mezcla de géneros cinematográficos y un deslumbrante espectáculo visual.

Esta tercera entrega no sólo cierra la historia del chimpancé súper-inteligente César, sino que también es donde los revolucionarios efectos visuales de la serie finalmente le dan a Andy Serkis, el actor que lo interpreta con ayuda de la tecnología de captura de movimiento, un robusto papel protagónico que está a la altura de sus habilidades (aun si éste no resulta tan memorable como su Gollum de la trilogía de El señor de los anillos). Después de haber competido por la batuta de héroe de la serie con actores como James Franco, Jason Clarke y Keri Russell, la animación por computadora, en conjunto con el cuidadoso guion de Mark Bomback y el director Matt Reeves, ahora nos permiten ver el mundo a través de los ojos de su personaje, y el resultado es inquietantemente efectivo. La guerra es una película poco convencional, ya que nos coloca en el lugar de un personaje físicamente tan distinto a nosotros y para quien los humanos son el enemigo a vencer durante buena parte de la historia. Esto crea algo de distancia al principio, pero poco a poco, el ver su amplio rango de emociones y expresiones, en el fiel y detalladamente recreado físico de un simio, termina obligándonos a ver un poco de nosotros en él.

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Dos años después de los eventos de Confrontación, César vive con su esposa, sus dos hijos y el resto de su tribu en un aislado enclave en lo profundo del bosque. César no es belicoso por naturaleza, pero tampoco le da la espalda al combate. En la secuencia que abre la película, él y sus tropas repelen eficientemente a un escuadrón de militares humanos que busca acabar con ellos (la secuencia es ingeniosa porque está contada desde el punto de vista de los invasores, facilitando la introducción a una película en la que los simios terminan siendo los protagonistas). En represalia, el enclave es atacado furtivamente por un despiadado militar simplemente conocido como el Coronel (Woody Harrelson), quien asesina a la esposa y al hijo mayor de César antes de escapar. Los simios ya no están seguros en su fortaleza, así que César les ordena irse de ahí y buscar refugio en el desierto. Él, no obstante, no se les unirá. En su lugar irá tras el Coronel para acabar con él. Su justificación es que, al matarlo, los demás soldados irán detrás de él, lo que en teoría le dará a los demás simios tiempo de escabullirse sin problemas.

Este planteamiento me creó cierta preocupación en un principio. ¿Cómo puede una de las más poco convencionales franquicias de los últimos años terminar con un simple cuento de venganza? Si bien la película está estructurada alrededor de esta búsqueda, prometiendo una confrontación final entre el simio y el militar, la historia se complica a manera que progresa y otros se unen a César en su viaje. El orangután Maurice (Karin Konoval), el chimpancé Rocket (Terry Notary) y el gorila Luca (Michael Adamthwaite), sus amigos y consejeros más cercanos, deciden acompañarlo a pesar de que éste insiste que no lo hagan (diálogos trillados como “Ésta es mi pelea. Puede que no regrese. Asegúrate de que mi hijo sepa quién es su padre” sólo hacen que la película engañosamente parezca más convencional). En un poblado casi desierto, César y compañía se encuentran con una pequeña y atemorizada niña muda (Amiah Miller) que Maurice insiste en proteger. Simio Malo (Steve Zahn), un nervioso y a veces torpe chimpancé de zoológico y un bienvenido alivio cómico (considerando la seriedad y pesadez con la que la película muchas veces se toma), se les une más adelante. A medida que esta pequeña compañía crece, su misión deja de ser una de venganza para convertirse en una de supervivencia.

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Matt Reeves, quien también dirigió la segunda entrega, hace de su viaje una maravilla visual. Cada uno de sus diversos paisajes, desde verdes bosques a montañas cubiertas con nieve, pasando por las playas del noroeste de Estados Unidos, les da una textura y emoción distinta a las varias etapas de la aventura. La capacidad expresiva de las diversas locaciones es amplificada por las composiciones y la iluminación del cinefotógrafo Michael Seresin; aunque La guerra tiene más de drama que de espectáculo visual (por lo menos en comparación con otros blockbusters), pocas películas de su índole les dan tanta profundidad o personalidad a sus espacios, o con capaces de la intimidad que ésta logra en sus escenas más emotivas. Este atento, casi clásico uso de la técnica lo complementa una inteligente apropiación de diversos géneros hollywoodenses; La guerra tiene tanto de ciencia ficción como de western, de épica bélica y de película de escape. El compositor Michael Giacchino, en uno de sus mejores trabajos, le da una melódica y pulsante partitura musical que recuerda efectivamente estos clásicos.

La técnica de La guerra contribuye a crear enorme anticipación para el conflicto entre César y el Coronel, un villano tan complicado y bien delineado como la serie merece, aunque ésta no siempre es la impresión que uno tiene de él. Harrelson, a través de su cabeza totalmente afeitada, voz susurrada y, por supuesto, el sobrenombre de su personaje, hace imposible no pensar en el Marlon Brando de Apocalipsis ahora. Y su ambición de construir un muro fortificado, así como su estruendosa y xenofóbica idea de patriotismo, tiene obvias similitudes con cierto presidente estadounidense. No obstante, Harrelson y el guion hacen que el Coronel resulte mucho más humano que lo que estas referencias sugieren. Su odio hacia los simios es sincero, y opera bajo una lógica similar a la del racismo en la vida real. Tiene más de miedo e incertidumbre que de maldad, es una sensación de impotencia canalizada hacia una postura agresiva y un temor irracional, no a morir, sino a parecerse más al otro. ¿Son justificados estos miedos? La (a falta de un término mejor) humanidad con que película retrata a César y las consecuencias que las acciones del Coronel tienen para la humanidad dicen que no, pero son sin duda bastante humanas y comprensibles. Tanto él como César no buscan más que la sobrevivencia de los suyos. La guerra sugiere que la preservación mutua es posible a través de la coexistencia, pero también lo difícil que es lograrla cuando la violencia y el sufrimiento nublan el juicio de aquellos los aquellos tomando las decisiones importantes.

★★★★