(Hermia & Helena; Matías Piñeiro, 2017)

Hermia & Helena pertenece a la larga tradición de películas sobre intelectuales de Nueva York, territorio prácticamente conquistado por las películas de Woody Allen. Si la película del argentino Matías Piñeiro se sienta tan vital y fresca es en parte porque no se rige por un modelo familiar y una historia trillada y no encaja cómodamente dentro de la clasificación de comedia o de drama. Hermia & Helena está determinada por la perspectiva y personalidad de su protagonista, una mujer latinoamericana a la vez fascinada e intimidada por el lugar. Piñeiro, también un expatriado argentino en Nueva York, entrega una película que presta amorosa y cuidadosa atención a detalles que parecen triviales (unos guantes olvidados, distintas piezas de arte, una libreta en la que su protagonista anota temas de conversación) a la vez que dispensa de mostrar los sitios de mayor interés turístico de la ciudad. Hermia & Helena, como resultado, se siente como una experiencia personal contada con calidez en un momento de intimidad y confianza.

La película comparte título con una pintura de Washington Allston, a su vez inspirada en dos personajes de Sueño de una noche de verano de Shakespeare. Camila (Agustina Muñoz) es una directora de teatro argentina que recibe una beca para hacer una traducción al español de aquella obra para un instituto de la ciudad de Nueva York. Como la comedia del bardo, Hermia & Helena gira alrededor de la serie de enredos, ocasionalmente románticos, que se dan entre sus varios personajes. Lejos de seguir una narrativa tradicional, la película salta entre pasado y presente, entre Nueva York y Buenos Aires, en una serie de viñetas que tratan las relaciones de Camila con distintas personalidades. Una de ellas es Carmen (María Villar), una amiga cercana de Argentina y previa becaria que le comparte su apartamento en Nueva York. Otra es Danièle (Mati Diop), una joven francesa que estuvo involucrada con Carmen y cuyas postales Camila recibe por accidente, despertando en ella cierta fascinación. Camila empieza a salir con un joven del instituto (Keith Poulson), se encuentra con un viejo amor (Dustin Guy Defa), a la vez que deja atrás a su novio de Buenos Aires (Julián Larquier, Tellarini)

La estética creada por el director de fotografía Fernando Lockett permite que todo esto se desarrolle en una atmósfera entre natural y nostálgica. La cámara en sí se mueve muy poco, pero siempre se mantiene cerca de los actores, amplificando su capacidad expresiva. Esto es bienvenido, pues sus sutiles emociones frecuentemente rayan en lo apagado e ilegible. Sus rostros saltan de los suaves y poco profundos fondos: la película está consciente de los espacios que habitan, pero éstos nunca son del todo claros; es como si estuvieran distorsionados y embellecidos por la memoria. En una secuencia en particular, Piñeiro y Lockett convierten algo tan mundano como una conversación por Skype en un vívido collage de luces, integrando el reflejo de la pantalla de la computadora con las luces de la ciudad.

Hermia & Helena_1

Las escenas de Hermia & Helena están unidas por el incidente y el azar más que por cualquier otra cosa; la única meta constante de Camila, la traducción en la que está trabajando, sirve como poco más que un ocasional tema de conversación. Este enfoque despreocupado a la narrativa recuerda algo a las películas de la Nueva Ola Francesa. Hermia & Helena incluso interrumpe su historia para mostrar un cortometraje estudiantil elaborado por uno de sus personajes, cómo hizo Cleo de 5 a 7, uno de los clásicos de este movimiento. Es la libre estructura, la ligereza visual y la música de Scott Joplin lo que en verdad dan vida a las emociones de la película. Aunque ésta casi deja por sentado que sus personajes tienen vidas sexuales, éstas meramente las sugiere a través de disolvencias, exquisitas abstracciones visuales que vinculan un momento con otro. No es que la película sea puritana, meramente parece estar recordando los eventos que muestra como una época más despreocupada e inocente.

Quizá porque su retrato está coloreado por algo de romanticismo, Hermia & Helena es una película más placentera que profunda. Sus personajes son multifacéticos, pero nunca tienen una oportunidad de mostrar la complejidad que sus pequeñas interacciones parecen indicar. Más que fascinantes, son cálida y acogedora compañía; los poco más de 80 minutos que compartimos con ellos son equivalentes a acurrucarse con un buen libro y una caliente taza de café. Al mismo tiempo, está llena de pequeñas observaciones que se sienten a la vez precisas y universales, que la elevan un poco más de lo meramente simpático. Hermia & Helena es una película sobre cómo el llegar a la adultez no necesariamente significa tener más claro el lugar hacia donde uno va. Sobre cómo un lugar extranjero es a la vez una oportunidad para ampliar los horizontes o para encerrarse en una pequeña burbuja. Sobre lo romántico y desolador del paisaje de Nueva York a lo largo de las estaciones. Sobre la ilusión y soledad de la tarea de escribir. Hermia & Helena nos lleva a distintos lugares sin un itinerario fijo; como a su protagonista, el final nos deja casi tan perdidos como empezamos. Pero esto no quiere decir que todo haya sido para nada; la experiencia nos ha cambiado, nos demos cuenta de ello o no.

★★★