(Atomic Blonde; David Leitch, 2017)

La trama de Atómica es tan complicada, y de manera tan innecesaria, que a ratos es casi imposible seguir lo que está sucediendo. Pero está dirigida con tanto estilo y encabezada por una actuación tan determinada e intensa que es difícil darle mucha importancia a que toda su traición e intriga bien pueden haber sido en vano. Charlize Theron, después de Mad Max: Furia en el camino y Rapidos y furiosos 8, termina su reinvención como estrella de acción en el papel de Lorraine Broughton, una espía del MI6 que recibe la misión de viajar a Berlín para investigar el asesinato de un colega y recuperar una pieza de microfilm que contiene una lista de todos los dobles agentes activos en la Unión Soviética. Es 1989, días antes de la caída del Muro de Berlín y del fin de la Guerra Fría, cuando Lorraine llega a la dividida capital alemana. Exactamente qué sucede después, apenas podría decir. La película está llena de aliados que resultan ser enemigos y enemigos que resultan ser aliados, cuyas maquinaciones hacen saltar a Lorraine de un lado del muro al otro y de una escena de acción a otra, rara vez acercándose a la coherencia.

El elenco de la película se compone de una talentosa asamblea de actores. James McAvoy interpreta a David Percival, el contacto de Lorraine en Berlín; Til Schweiger al Relojero, un misterioso aliado cuya profesión de cubierta debe ser obvia; Sofia Boutella a Delphine, una agente francesa encubierta; y Eddie Marsan como Spyglass, un agente de la policía secreta de Alemania del Este que desertó, no sin antes robar la lista de agentes. Toby Jones y John Goodman interpretan al superior de Lorraine y su colega en la CIA, quienes la interrogan sobre los eventos de la película. La efectividad de actores como Jones, Goodman y Marsan aquí tiene menos que ver con lo que hacen y más con el tipo de papeles con que se les asocia. Quienes sus personajes son nos queda claro sin que la película tenga que explicarlo, algo que, en su apurada narrativa, apenas tiene tiempo de hacer. McAvoy, un actor cuya versatilidad y entrega a sus papeles son razón más que suficiente para ver la incoherente Fragmentado, saca aquí su lado más canalla y sinvergüenza y Sofia Boutella, sobreviviente del desastre que fue La momia, encuentra una femme fatale que hace buen uso de sus encantos y ágil físico.

De exactamente cómo se relacionan todos estos personajes, no estoy totalmente seguro. No es que importe mucho. David Leitch (codirector de Otro día para matar, aunque su nombre no apareció en los créditos) dirige la película con tanto estilo e ingenio que la trama se vuelve totalmente secundaria. Las escenas de acción que aquí construye se presentan en planos abiertos y con cortes mínimos, para mejor apreciar la proeza física de los actores y los dobles de riesgo y para que la violencia cobre un mayor impacto. Atómica tiene un poco de la impecable coreografía de los musicales clásicos y de los gags visuales de Buster Keaton. Hay dos secuencias que bien pueden calificar dentro de las mejor logradas y deslumbrantes del año: una pelea mano a mano en un cine que usa una proyección de Stalker: La zona de Andréi Tarkovski para delinear las siluetas de los combatientes y un sangriento enfrentamiento en las escaleras de un edificio abandonado que es presentada en una sola toma. En combate, Lorraine hace uso, no sólo de armas y artes marciales, sino también de una manguera, unas escaleras y varios objetos puntiagudos.

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Ambas secuencias son por supuesto impresionantes en un nivel técnico, pero también en su capacidad de divertir y emocionar. Lo que hace tan ingeniosa a la secuencia del cine no es sólo el contorno y movimiento de los personajes, sino también cómo la película da indicios de ella con posters del clásico de Tarkovski y los personajes abriéndose paso por el cine. La pelea en las escaleras se extiende al punto de volverse agotadora, pero permitiendo por primera vez que sus personajes se muestren agobiados. Después de un rato, Lorraine y sus contrincantes apenas pueden pararse y seguir peleando. Cuando la secuencia termina, sentimos que Lorraine y nosotros podemos volver a respirar. Leitch y su director de fotografía Jonathan Sela (del asalto a los sentidos que fue Transformers: El último caballero) recrean el Berlín de los ochenta con exagerados tonos fríos y luces de color neón. La banda sonora, compuesta de los más obvios éxitos del pop de la época (A Flock of Seagulls, Nena, New Order, entre otros) y la forma en que la película usa el montaje para saltar entre pasado y presente le dan la agilidad visual y narrativa de un cómic.

Pero si Atómica resulta tan efectiva es definitivamente gracias a Theron. Su Lorraine es una máquina de matar que rara vez muestra emoción, pero su intensidad tiene algo definitivamente humano. A lo largo de la película, ella y Delphine desarrollan una especie de romance que, ésta siendo una película clasificación B15, termina con las dos revolcándose en la cama en una secuencia elegantemente fotografiada. Titilante y gratuita, la escena es también un raro momento de vulnerabilidad, de un sutil entendimiento mutuo entre dos personajes acostumbrados a no confiar en nadie. Las verdaderas emociones de Lorraine siguen bien escondidas, pero están escondidas a manera de protección. Sus lealtades siguen siendo un misterio; no sabemos lo que quiere, pero respondemos a su determinación y lo implacable de su búsqueda. Esta intensidad, combinada con un ingenioso y creativo uso de la técnica cinematográfica, hacen de Atómica una de las mejores películas de acción del año, la clase de entretenimiento que debería aparecer más seguido en las salas de cine.

★★★★