(Mother!; Darren Aronofsky, 2017)

Antes de discutir qué clase de película es ¡Madre!, es necesario discutir la clase de película que no es, la clase de película que sus materiales publicitarios están tratando de vender. ¡Madre! no es una película de terror ni un thriller psicológico, a pesar de que sus trailers la presentan como uno y que uno de sus posters hace alusión a El bebé de Rosemary, el clásico de Roman Polanski sobre una esposa convencida de que está por dar a luz al Anticristo. Esto no es por nada, después de ver ¡Madre!, uno sólo puede preguntarse ¿cómo se le vende una película como ésta a un gran público? Lo nuevo de Darren Aronofsky tiene un poco de la intriga y el misterio de una película de terror, pero poco de su suspenso y sustos. Más que aterrarnos, ¡Madre! emociona por la audacia de sus imágenes y sacude por la locura y escala de lo que muestra en pantalla.

¡Madre! es una comedia surrealista; tiene más en común con las obras de Luis Buñuel y de Alejandro Jodorowsky que con cualquier película hollywoodense estrenada este año. Que la película no sólo exista, sino que haya sido producida y estrenada por un gran estudio no es del todo increíble: costó unos modestos 30 millones de dólares, está encabezada por una de las mayores estrellas de Hollywood y cuenta con el director y guionista de El cisne negro, una película con una premisa similarmente anti-comercial que aun así recaudó más de 300 millones de dólares alrededor del mundo. Pero las violentas y provocadoras imágenes de ¡Madre!, así como su indiferencia a las convenciones narrativas la hacen una película condenada a dividir a los públicos, a ser aclamada como una audaz obra maestra o tachada como una pretensiosa pieza de mal gusto.

La película parece condenada a ser malinterpretada, y con razón. Juzgada según los criterios del cine clásico y tradicional, se parece tanto a una mala película. Es culpable de muchos de los pecados capitales que puede cometer un guion hollywoodense (suponiendo, por supuesto, que la idea de atribuirle pecados a películas no es una terrible forma de abordar el arte): está construida alrededor de un personaje casi totalmente pasivo, en más de una vez usa el cliché del cat scare (en que la tensión construida por una escena es liberada por un susto creado por algo inofensivo) y su trama se desarrolla sin coherencia y se vuelve tan exagerada que parece una parodia de sí misma. Pero estos “errores” no están ahí porque sí, son recursos que la película utiliza para introducirnos en la mente de su protagonista, para hacernos sentir su abnegación y docilidad, su desconfianza y paranoia, así como el abuso que sufre.

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Pocas películas hacen que los sentimientos de su protagonista se sientan tan nuestros. En ¡Madre!, Jennifer Lawrence y Javier Bardem interpretan a una pareja que vive en una casa retirada en medio del boque. Él (no sólo el pronombre que le corresponde, sino también su nombre en los créditos) es un aclamado autor que lleva tiempo sin encontrar la inspiración necesaria para escribir. Ella (“Madre” en los créditos) está totalmente dedicada a Él, con sus propias manos reconstruyó la casa que Él, mucho mayor que ella, perdió hace tiempo en un incendio. La residencia parece congelada en el tiempo; aunque smartphones aparecen en la película, el refrigerador y otros muebles parecen reliquias del siglo pasado. Su vida es idílica, pero cambia cuando un Hombre (Ed Harris) y su esposa (Michelle Pfeiffer, “Mujer” en los créditos), se aparecen en su puerta con motivos desconocidos y Él los invita a pasar un rato.

Decir que las cosas se salen de control sería meramente un eufemismo; en apenas dos horas, la casa de Él y Madre parece convertirse en un agrio funeral, un salvaje bacanal, una ceremonia religiosa y un estado totalitario. Como en un sueño, cada situación progresa más o menos lógicamente de la que vino antes, pero el todo parece increíble e incoherente. Y es que abordar a ¡Madre! con una mente literal es fútil y contraproducente. Su mensaje se encuentra, no en la progresión de su trama sino entre sus símbolos, muchos de ellos explícitamente religiosos. Los dos extraños que llegan a la casa son el Adán y Eva de la película. Los hermanos Domhnall y Brian Gleeson hacen de sus Caín y Abel. El nombre del personaje de Bardem y la adoración que recibe de varios personajes a lo largo de la película lo hacen, por supuesto, Dios. El personaje de Lawrence (embarazada durante un momento de la película) es entonces la madre naturaleza, lo que hace de ¡Madre! un obvio complemento al mensaje ecologista de la épica bíblica Noé, la película anterior de Aronofsky.

Pero ¡Madre! no es meramente una galería de iconografía cristiana. Haciendo el simbolismo religioso a un lado, es curioso que Aronofsky haya hecho del personaje de Bardem un escritor. Muchas películas se han hecho sobre la ansiedad de la persona creativa, pero pocas sobre la ansiedad de la musa, la persona que sirve como su fuente de inspiración. La trayectoria del personaje de Lawrence no es nada menos que devastadora. Ella dedica toda su vida a Él, y éste sólo la ignora casualmente o exige más de ella. Pero ella no puede dejar de entregarse a Él, pues vive por momentos como en el que éste, al recibir la noticia de que ella está embarazada, encuentra finalmente la inspiración para escribir su obra maestra, y porque él tan hábilmente la hace pensar que los problemas que él sufre son consecuencia de que ella no se esfuerza lo suficiente para complacerlo.

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Él, más que por el deseo de crear, está motivado por el ego, por querer la veneración de los otros. Para Él nada es suficiente, y sólo tomando la capacidad de la mujer para crear vida, sólo destruyéndola totalmente, puede estar verdaderamente satisfecho. ¡Madre! tiene más que claro quién es su héroe y quien su villano, pero reconoce en igual medida las emociones de ambos. Sus impactantes imágenes nacen tanto de la impotencia y temor de ella como del rencor y ambiciones de Él, y ambas son igualmente humanas; éstas emociones convierten a los personajes de Lawrence y Bardem mucho más humanos que las meras abstracciones que parecen a primera vista. ¡Madre! no es una película profunda, pero no intenta serlo. Es menos sobre ideas que sobre un estado mental. Sobre cómo las cosas se sienten en lugar de cómo son.

¡Madre! es también notable por su textura, por sus efectos especiales, y las multitudinarias coreografías involucradas en su elaborado clímax. Matthew Libatique, colaborador frecuente de Aronofsky, traduce la crudeza e intimidad de la relación entre los personajes de Bardem y Lawrence con el uso de película en 16 mm (un formato más pequeño que el estándar de cine, que el director usó anteriormente en El luchador y El cisne negro). Los efectos, tanto prácticos como digitales, ayudan a que la casa se sienta como un organismo vivo en el que todo puede pasar; ésta parece contener un corazón que late y un piso de madera deteriorada que sangra y se deforma como un brazo que acaba de sufrir una herida. Pero tan irreal y caótica como ¡Madre! parece, su guion es una obra de rigor y disciplina. Aronofsky presuntamente lo escribió en tan sólo cinco días, lo que explica que éste posea la lógica inconsciente de un sueño, lo que resulta casi increíble. ¡Madre! tiene un enfoque y claridad que uno difícilmente asocia con algo creado en un apurado frenesí. La trama está cuidadosamente estructurada en dos episodios diferentes, que crecen en intensidad como una bien afinada obra de teatro. Su final, que nos regresa ingeniosamente a su inicio, no sólo le da a ¡Madre! una elegante circularidad, sino que también hace las implicaciones de su historia mucho más aterradoras. Mucho más aterradoras, debo decir, que cualquier película de terror que haya visto este año. Quizá sus anuncios no estaban totalmente equivocados.

★★★★1/2