(Sieranevada; Cristi Puiu, 2017)
Más de una hora puede pasar antes de que uno se dé cuenta de que Sieranevada es una película sobre un funeral. Esto porque sus personajes rara vez delatan tristeza, rara vez lucen afligidos por algo en particular. La nueva película del rumano Criti Puiu abre con una pareja, Lary (Mimi Branescu) y Laura (Catalina Boga), hablando sobre todo menos la reciente muerte del padre de él. Los dos se dirigen al apartamento en que su familia se reunirá para conmemorarlo con una ceremonia ortodoxa (cuarenta días después de su fallecimiento, según dicta la tradición), pero ni siquiera ahí los temas de conversación se tornan mucho más trascendentales que su discusión sobre la obra de teatro de su hija pequeña, las princesas de Disney, los pendientes del día y sus planes para vacacionar. Apretados dentro del pequeño lugar, los distintos miembros de la familia se apuran para preparar la comida, tratan de localizar al padre que oficiará la ceremonia, se preguntan cómo lidiar con una huésped sorpresa que pasa toda la velada dormida y puede o no ser adicta a las drogas, se quejan de su vida diaria o hablan de política actual (rara vez una buena idea) y se insultan a espaldas de ellos mismos. La ocasión los acercó, pero sólo técnicamente; la sinceridad resulta tan difícil de lograr como siempre.
La familia de Lary apenas luce como una familia en periodo de luto, lo que hace que Sieranevada se sienta como uno de los más fieles y verdaderos retratros del luto. Como Manchester junto al mar de Kenneth Lonergan o Jackie de Pablo Larraín, Sieranevada es una historia sobre cómo el duelo rara vez es solemne o puro. Sobre cómo la muerte de un ser querido típicamente es seguida por un montón de cosas triviales y muchos encuentros incómodos. Para Lary, esto involucra enfrentarse a los numerosos miembros de su familia, divididos por sus diferencias de edad y conflictos que se remontan a muchos años atrás. La película cuenta con un elenco tan numeroso y que se trata con tácita familiaridad (el guion no se detiene para explicar a los miembros o sus relaciones, simplemente nos sumerge en su mundo, lo que la hace algo más realista e íntima), que a veces es difícil mantenerse al tanto de quién es quién y cómo encaja en la familia.
Uno de los dolientes es un vocal defensor de que los atentados terroristas del 11 de septiembre en Nueva York fueron realizados por el gobierno. Ofelia (Ana Ciontea), una de las tías de Lary, está devastada tras enterarse de que su esposo Toni (Sorin Medeleni) tuvo relaciones con otra mujer. Otra de las ancianas de la familia choca constantemente con los demás por sus opiniones favorables del viejo régimen comunista rumano y su condena de la Revolución de 1989 que lo sacó del poder (“si vuelve a mencionar el comunismo, les juro que la echo”, dice una pariente más joven en respuesta). La política inevitablemente influye en la filosofía personal de sus personajes. Los gobiernos pueden ir y venir, los grandes acontecimientos pueden ser olvidados por el público en general, pero sus repercusiones personales duran mucho más.

Quizá a manera de compartir el hacinamiento y familiaridad de sienten sus personajes a lo largo de la historia, Puiu y su cinefotógrafo Barbu Balasoiu constantemente se limitan a mantener la cámara en una sola posición, permitiendo sólo movimientos y cortes mínimos; Sieranevada hace del espectador un incómodo asistente más, incapaz de navegar entre el gentío, pero siempre atento a la enorme actividad que sucede a su alrededor. Los planos abiertos le dan mayor prioridad al espacio que a un personaje en particular. Con el tiempo, la geografía del apartamento se vuelve familiar, como lo sería para los asistentes a la cena. Con una duración de casi tres horas, Sieranevada resulta un poco intimidante, pero esto le permite incrementar la sensación de claustrofobia y enriquecer las relaciones entre su multitudinario elenco. La película nos encierra por tanto tiempo en el apartamento que, cuando sale brevemente de él, sentimos que podemos respirar por primera vez en mucho tiempo. Pero este tiempo nunca se vuelve tedioso u aburrido. Cada dinámica entre los distintos miembros es marcadamente diferente a las demás, los temas de discusión son igualmente variados y propensos al conflicto y hay cierto humor a las complicaciones que se derivan de la historia, cómo el azar parece conspirar en contra de que esta familia pueda cenar en paz.
Hay un momento de honestidad en Sieranevada, un momento en que sus personajes finalmente pueden honrar la memoria y confrontar el complicado legado de la persona que acaba de fallecer. Pero no es un momento que ocurra dentro del apartamento y tampoco uno que involucre a muchos miembros de la familia. Lo más cercano a un momento de reconciliación familiar es la tranquilidad de la última escena, la consumación de la cena y la culminación del ritual funerario. Pero es un momento que se siente fugaz y que refuerza la sensación de que las cosas dentro de esta familia, como suele suceder en la política, no se van a arreglar tan fácilmente.