(Thor Ragnarok: Taika Waititi, 2017)
¿Es posible hacer una película de Marvel que se salga de la fórmula? Antes de Thor: Ragnarok, todavía creía que esto era posible. Después de verla no estoy tan seguro. Esto no quiere decir que Thor: Ragnarok sea una mala película, o que no haya disfrutado partes de ella. Su tono casi paródico la convierte en la más cómica y divertida entrega de la serie y la primera que de verdad se da cuenta de los dotes cómicos de Chris Hemsworth. Y el cameo obligatorio que la conecta narrativamente con el resto de la franquicia, aunque mayormente innecesario, crea un divertido contraste entre el a veces áspero Thor y uno de sus más estirados compañeros superhéroes. Pero su vena cómica–y su partitura musical de Mark Mothersbaugh, abundante en sintetizadores ochenteros–meramente distraen al público de que está consumiendo más de lo mismo. Thor: Ragnarok no eleva al Universo Cinematográfico de Marvel a la absurda estratósfera de los comics en que se basa, sólo resalta lo cuadradas y repetitivas que han sido estas adaptaciones a la pantalla grande.
Ragnarok encuentra a Thor (Hemsworth), dios del trueno, regresando al místico reino de Asgard, su tierra natal, para descubrir que su padre Odín (Anthony Hopkins) ya no ocupa el trono. Con ayuda de su travieso hermano Loki (Tom Hiddleston), Thor lo encuentra sentado frente a una playa de Noruega, justo a tiempo para que éste les advierta del regreso de Hela (Cate Blanchett), su primogénita y una fuerza imparable que busca apoderarse de Asgard y todo el universo. Hela es quizá el adversario más poderoso con el que Thor se haya enfrentado. Como si no fuera gran cosa, Hela destruye el martillo Mjolnir, la icónica arma de Thor, y destierra a los dos hermanos al distante y dilapidado planeta de Sakaar. Ahí, Thor es capturado por una ebria cazarrecompensas (Tessa Thompson) que ahora trabaja al servicio de un extravagante y rimbombante déspota llamado el Gran Maestro (Jeff Goldblum).
Los guionistas Eric Pearson, Craig Kyle y Christopher Yost, contribuyen a la que es quizá la mejor construida película de Marvel en lo que a narrativa se refiere. Elementos importantes del clímax son establecidos con ingenio como chistes fugaces al principio. La película está cargada de incidentes, nunca permitiendo que la historia se vuelva aburrida, o a nosotros cuestionar lo que acaba de pasar. No obstante, se desenvuelve de manera orgánica y lógica, permitiendo que personajes como Thor o el de Tessa Thompson tengan evoluciones emocionales importantes: él como un joven y todavía algo soberbio heredero que se convierte en un humilde monarca, ella como una amargada y pragmática valquiria que encuentra una nueva causa en la cual creer. Además de ser la más explícitamente cómica película de Thor, Ragnarok es también quizá la más emotiva, por lo menos en concepto, siendo la entrega en que el dios del trueno finalmente debe demostrar su valía para continuar con el legado de Odín y asumir el trono de Asgard.

Taika Waititi, director del pseudo-documental cómico Entrevista con unos vampiros, no sólo maneja los chistes de la película con destreza, sino que también salta entre ellos y sus momentos más emotivos con agilidad, nunca creando la sensación de que estamos viendo dos películas diferentes que de alguna manera se mezclaron. Al mismo tiempo, Thor: Ragnarok tiene más de una ligera parodia del género de superhéroes que de drama. Las escenas en que personajes explican elementos importantes de la trama a través de diálogos abundan, pero animadas por uno que otro chiste físico o verbal. Cada vez que uno de sus héroes trata de hacer algo heroico, como romper una ventana o saltar desde una nave espacial, el resultado es una humillante consecuencia física. Y el clímax de la película tiene los elementos de una alucinógena caricatura: un lobo gigante, un carguero espacial, un demonio del tamaño de una montaña, un asgardiano con dos ametralladoras y el regreso de Hulk (Mark Ruffalo).
Digo “tiene los elementos de” y no “se siente como una” porque, aunque debería ser la película más colorida de este universo, Thor: Ragnarok todavía carga con la textura opaca y gris de todas las películas de Marvel fotografiadas en formato digital. El director de fotografía Javier Aguirresarobe de vez en cuando crea unas composiciones de verdad impactantes: Thor perseguido por un dragón, Thor cayendo de los cielos de Sakaar, o un flashback que muestra la destrucción de las valquirias a manos de Hela. Pero Thor: Ragnarok es en general una película estéticamente aburrida.
Quizá porque está tan restringido por la fórmula de Marvel, el tono irreverente de Thor: Ragnarok se siente algo deshonesto y cansado. Esta, después de todo, sigue siendo una película sobre un villano nada memorable (desperdiciar a Cate Blanchett es quizá uno de los mayores errores en la historia reciente de Marvel) que trata de apoderarse del mundo, en la que sus pocas ideas originales terminan cediendo ante un clímax de acción repetitiva mayormente animado por computadora. Sus intentos de parodia son sólo superficiales y sus chistes, que deberían sentirse como divertidas inversiones de la fórmula del cine de superhéroes, terminan por volverse igual de predecibles. Thor: Ragnarok sólo cementa el estado del Universo Cinematográfico de Marvel como entretenimiento ligero y desechable. Una lástima, porque muchas veces parece capaz de más.