(Suburbicon; George Clooney, 2017)

En la primera escena de Suburbicon: Bienvenidos al paraíso, un cartero entrega un paquete de revistas a una inmaculada casa en una pacífica calle suburbana. Una mujer afroamericana lo recibe y éste la confunde con el ama de llaves. Ella lo corrige diciéndole que es la esposa de la nueva familia que se acaba de mudar al vecindario. La cara del cartero es una de horripilación y vergüenza. Las mejores partes de Suburbicon son momentos como éste, sutiles pero mordaces ataques a la anticuada idea de los suburbios como paraísos a la vez aislados y cercanos a las ciudades. Los suburbios no solucionaron la saturación de las ciudades de Estados Unidos a mediados del siglo XX: simplemente fueron una forma de maquillar e ignorar los problemas que estuvieron ahí todo el tiempo. Los 60 mil residentes de Suburbicon, el suburbio para acabar con todos los suburbios, lucen afables y simpáticos, pero la llegada de la primera familia negra los convierte en belicosos monstruos (la película se sitúa en 1959, cuando el movimiento por los derechos civiles apenas empezaba). Presagiando la llegada de crimen y desorden basados en nada más que el color de la piel de sus nuevos vecinos, éstos todavía se aferran a una utopía que no existió en realidad.

Los primeros minutos de Suburbicon son una ingeniosa comedia negra. Y luego la trama empieza. A mitad de la noche, Gardner Lodge (Matt Damon), un acomodado y sumiso padre de familia, despierta a su hijo Nicky (Noah Jupe) con la noticia de que dos hombres se han metido a su casa a robar. Gardner, Nicky, su esposa Rose (Julianne Moore) y su cuñada Margaret (también Moore), son forzados a inhalar cloroformo. Gardner, su hijo y su cuñada amanecen al día siguiente en un hospital. Rose ya no despierta. Este planteamiento es intrigante, pero la historia rara vez sostiene este nivel de emoción. La película, que tan hábilmente había capturado nuestra atención, la pierde obligándonos a acompañar durante un periodo de luto a un padre y un hijo que nunca nos dio la oportunidad de conocer, que resultan apenas más humanos que las figuras en los anuncios de los suburbios que dice estar criticando.

Suburbicon es un poco más efectiva navegando el engañoso tono que requiere historia como ésta. En su sexta película como director, George Clooney muestra un hábil control de la cámara y una clara visión, por lo menos al momento de construir escenas individuales. Cada plano de Suburbicon parece planeado con cuidado y anticipación para comunicar exactamente lo que la escena necesita. Es apropiado que este estilo tan refinado recuerde a las películas de Hollywood de mediados del siglo pasado, no sólo porque es la época en que Suburbicon se ambienta; el copiar la artificial textura del cine hollywoodense de aquella época sólo hace que Suburbicon se sienta más como un falso paraíso.

Suburbicon_Bienvenidos al paraíso_1

Hay uno que otro momento en que Clooney, con ayuda del impecable diseño de producción de James D. Bissell y la música pulsante y enérgica de Alexandre Desplat, llega a los extremos de una barroca película de terror (cuando el hijo de Gardner espía a los criminales reunidos detrás del vidrio de la estación de policía, o cuando se esconde de uno de los asesinos debajo de su cama). Otros momentos chocantes, como cuando un personaje saca un pico de metal de la cara de un hombre al que acaba de matar, se tornan más aterradores porque la película los presenta como chistes. Y en general, Clooney logra buenas actuaciones de sus actores. Matt Damon es efectivo como un esposo y padre de familia cuyo afable y torpe exterior esconde una profunda perturbación, y Moore crea una ácida caricatura de la esposa perfecta. Oscar Isaac, en el brevísimo papel de un agente de seguros sin escrúpulos, le da a la película sus dos mejores escenas; es tan bueno que uno quiere ignorar que su rol apenas influye en la historia y se podría quitar sin problemas.

Pero Suburbicon sufre de una falta de enfoque y una intención clara, algo cosas indispensables para toda sátira. Suburbicon nunca se decide si quiere ser esperanzadora o cínica.  Tampoco si quiere ser la historia de Gardner Lodge o de su hijo. Su mundo está lleno de la gente más horripilante y egoísta, sin embargo la película torpemente sugiere que hay un poco de esperanza; su empalagoso final no tiene nada que ver con la violencia y crueldad que nos ha mostrado a lo largo de sus 105 minutos de duración. Suburbicon se siente como una película que Joel y Ethan Coen, dos de los guionistas acreditados, empezaron a escribir con la intención de dirigir, abandonaron porque no los llevaba a ningún lado y después se la dieron a Clooney para que éste tratara de encontrarle sentido.

Al mismo tiempo que Suburbicon es una decepción, no sólo por el talento involucrado (el director de fotografía Robert Elswit, el coguionista Grant Heslov, el editor Stephen Mirrione, además de los mencionados anteriormente) y sus buenas ideas, es una decepción a veces fascinante. Su forma de presentación, cómo se relaciona la historia de Gardner Lodge con la de los Mayers, la familia negra recién llegada al vecindario, es sin duda ingeniosa y poco convencional. Los Mayers no interactúan directamente con la trama, pero resaltan cómo los prejuicios raciales se usan muchas veces como una distracción para injusticias de otra clase.  Suburbicon no es mucho mejor que Operación monumento, la última película de Clooney detrás de la cámara, pero por lo menos logra fracasar con audacia.

★★