(The Shape of Water; Guillermo del Toro, 2017)

Guillermo del Toro es ampliamente considerado uno de los mejores directores del cine mexicano a pesar de que la mayoría de su filmografía y sus influencias tienen más que ver con Estados Unidos que con su país natal. Digo esto no para condenar su trabajo, sino para reiterar la complicada herencia que nutre su obra (además, ¿existe algún cineasta de cualquier país que no mire a Estados Unidos, especialmente a Hollywood, como ejemplo?). Hay un conflicto inherente en ser de un país y adoptar la cultura de otro. Conflicto que se vuelve más espinoso cuando el país en el que uno se inspira es de por sí el exportador de cultura más importante alrededor del mundo, y aún más cuando quien se supone representa a este país ante el mundo se hace de fama insultando a tu país de origen. La forma del agua, la última película de del Toro, navega los complicados sentimientos de rencor y amor hacia un país que cinematográficamente aportó tanto, pero cuyas acciones y actitudes políticas en ocasiones hacen difícil defenderlo. El villano de la película es una cristalización de la avaricia y xenofobia que el cuadragésimo quinto ocupante de la oficina oval ha ayudado a salir a la superficie. Pero su más puro momento de júbilo se inspira en un musical hollywoodense, una forma de arte totalmente estadounidense.

Las películas de Guillermo del Toro rara vez han sido apolíticas. El laberinto del fauno y El espinazo del diablo se situaron durante la Guerra Civil Española y celebraron la desobediencia en contra de un sistema fascista. No sé qué tanto eventos recientes hayan influido en la realización de La forma del agua (las películas tardan mucho tiempo en hacerse, después de todo), pero el mensaje de aceptación y tolerancia de su película más reciente se siente bastante urgente e incluso un poco apurado. Hay una breve pero muy evidente referencia al movimiento por los derechos civiles. Un personaje importante es condenado por su atracción hacia otro hombre. La película misma trata de dos enamorados cuya relación es imposibilitada por la sociedad.

Sally Hawkins interpreta a Elisa Esposito, una mujer muda que trabaja como empleada de limpieza en un centro de investigación secreto del gobierno de los Estados Unidos. Ella vive en un apartamento sobre un viejo cine que ya no atrae clientes. Lleva una vida rutinaria. Todos los días se levanta, se mete en la bañera y se masturba (hasta mide el tiempo), prepara huevos cocidos para su almuerzo y le da hace de comer a su vecino Giles (Richard Jenkins), un talentoso artista que trabaja pintando anuncios pero cuyo trabajo está siendo desplazado por la fotografía. Elisa después toma el camión a su trabajo y recarga su cabeza en la ventana durante el camino. Siempre llega un poco tarde, pero su amiga Zelda (Octavia Spencer) se asegura de que pueda sellar su tarjeta a tiempo.

La forma del agua_1

Del Toro construye este mundo con riqueza de detalle. Siempre ha tenido un don para construir mundos, y lo mismo que hace con la mitología de Hellboy, él y su coguionista Vanessa Taylor hacen aquí con el Baltimore, Maryland de principios de los sesentas. La vida diaria de Elisa se siente tan rica que uno entiende porque la navega con una sonrisa y no con tedio. Siendo justos, mucho del crédito le pertenece a la actuación de Hawkins; ella merece todo el reconocimiento que ha recibido por su habilidad de expresar con el rostro lo que su personaje no puede decir con el habla. Pero el verdadero genio de su actuación se encuentra en la sutil gentileza y contento que mantiene a lo largo de la película. Ya en La dulce vida de Mike Leigh Hawkins perfeccionó una alegría imperturbable que se puede confundir fácilmente con ingenuidad. Dicen que la felicidad no se encuentra en las cosas que nos pasan sino en cómo reaccionamos a ellas y los personajes de Hawkins son la viva expresión de ello.

La trama de La forma del agua se desprende de un acto de bondad que sería difícil de creerle a cualquier otra actriz. El centro de investigación, especializado en todo tipo de ciencias que pudieran ayudarle a Estados Unidos a vencer a la Unión Soviética en la carrera espacial, acaba de adquirir una criatura humanoide con rasgos de pez de la selva sudamericana. Doug Jones, quien ha interpretado monstruos de todo tipo para del Toro a lo largo de su carrera, da vida a la criatura con ayuda de un genial trabajo de maquillaje y efectos especiales. No sabemos desde el principio si la criatura es buena o mala, pero sabemos que tiene un potencial violento. El “activo,” cómo los científicos del centro le llaman, ataca al coronel Richard Strickland (Michael Shannon), el encargado del equipo de investigación. Pero esto no vence la curiosidad y fascinación que Elisa siente hacia él desde el principio. Mientras se supone que limpia el laboratorio en que tienen encerrado al “activo”, ella le comparte de su almuerzo y le enseña lenguaje de señas. Con el tiempo se gana su confianza y se enamora de él y él de ella.

Pero como suele suceder en un romance improbable, los obstáculos no tardan en aparecer. Strickland y sus superiores quieren convertir las habilidades de la criatura en una tecnología que les permita conquistar el espacio antes que los rusos, por lo que el coronel recomienda practicarle una vivisección. Cuando se entera de esto, Elisa busca la forma de liberarlo a como dé lugar. Pero ella no es la única que quiere algo con él. Los soviéticos han infiltrado a un agente en el interior del laboratorio (Michael Stuhlbarg), quien esperan recupere a la criatura o la mate antes de que los estadounidenses puedan hacer mucho con ella. La trama de La forma del agua está llena de personajes, pero nunca se siente demasiado saturada o confusa. Del Toro le da a cada uno de los participantes una motivación lógica y a veces hasta conmovedora.

La forma del agua_2

Lo verdaderamente notable es que del Toro y Taylor usan estos varios personajes para explorar las muchas ideas que su muy intrigante premisa pone sobre la mesa. El personaje más complicado de la película es quizá Strickland. Michael Shannon tiene tiempo especializándose en tipos imponentes y moralmente perturbados, pero el material que le dan Toro y Taylor elevan lo que podría haber sido un simple ejemplo de casting poco imaginativo. Si Elisa es capaz de encontrar una profunda satisfacción en su simple rutina, Strickland es la clase de persona a la que nada satisface. Tiene una casa bonita en los suburbios y una esposa e hijos, pero también un profundo vacío en su interior. Que la película lo muestre comprar un auto nuevo no es un accidente. Strickland es un ejemplo de la idea tan consumista (y muchos dirían tan estadounidense) de que los objetos materiales  son la solución de aquel hormigueo de insatisfacción que sentimos de vez en cuando. Cuando descubre que no puede ser feliz, prefiere hacer sufrir a otros.

Strickland no es el mejor personaje que del Toro ha creado, pero sí hace una notable impresión. Extrañamente, es hasta más memorable que el otro “monstruo” de la película. La criatura que debería ser el punto focal de La forma del agua tiene tan poca presencia que a ratos se me olvidaba que seguía ahí. No estoy seguro de por qué. Doug Jones es un intérprete hábil y su impresionante altura, delgadez y lenguaje corporal hacen que la criatura se sienta de verdad como un organismo vivo y complejo. Puede ser que el guion no le da suficiente tiempo a la relación entre Elisa y la criatura, o que la película esté hecha con tanto cuidado y precisión que la espontaneidad y chispa que son necesarios para que una historia de amor cobre vida nunca aparece. A lo largo de La forma del agua me decía a mí mismo que debía estar sintiendo algo, pero las emociones que captaba en mi cerebro nunca llegaban a mi corazón.

No puedo decir que La forma del agua no es una gran película. En un nivel técnico, es impecable, y en ella se notan la experiencia que del Toro ha acumulado a lo largo de más de veinte años de carrera, así como el cuidado y dedicación que ha colocado en cada uno de sus proyectos. Las acciones de sus personajes están orquestadas con la precisión de una pieza de relojería que es característica de los mejores guiones hollywoodenses. La película tiene mucho que decir sobre la atracción sexual, la tolerancia, la soledad y los Estados Unidos, y malabarea sus muchas ideas con inteligencia y tacto. Hay imágenes impactantes como una escena muy íntima entre Elisa y la criatura sumergidas en el agua. Pero la respuesta que me provocó fue más intelectual que emotiva, y no creo que así se deba responder a una historia de amor.

★★★