(Maze Runner: The Death Cure; Wes Ball, 2018)
Los primeros minutos de Maze Runner: La cura mortal son emocionantes. La tercer y última entrega de la serie evade muchos de los problemas de las secuelas y las películas basadas en libros para el público young-adult, típicamente densas en explicación, sumergiéndonos de inmediato en la acción. A través de ella es que nos volvemos a encontrar con sus personajes y su misión para salvar al mundo. La acción, por cierto, es bastante buena: en un desierto post-apocalíptico, dos vehículos todo terreno tratan de alcanzar un tren que se desliza a toda velocidad. Películas como Los juegos del hambre o Divergente, cuyo éxito casi seguramente motivó a los productores de esta adaptación, les deben un poco de su estética de a las películas de Mad Max, pero La cura mortal es quizá la primera del montón que se atreve a tratar de copiar sus complicadas acrobacias automovilísticas (Dylan O’Brien, la estrella de la serie, de hecho se hirió gravemente en una de ellas, lo que detuvo la producción por varios meses).
The Maze Runner: Correr o morir y sus secuelas, basadas en los libros de James Dashner, nunca gozaron del mismo éxito taquillero o crítico que otros best-sellers juveniles llevados al cine, pero siempre tuvieron un arma secreta en Wes Ball. El director, quien hizo su debut cinematográfico con la primera entrega, demostró desde el principio un hábil comando de los recursos cinematográficos y una capacidad de extraer emoción de elementos que para ese entonces ya se habían vuelto bastante trillados. La cura mortal continúa esta tendencia, dando prioridad a efectos especiales prácticos y a locaciones reales para sugerir una sociedad desesperada y decadente. La fotografía, de Gyula Pados, usa las dimensiones de la pantalla horizontal y la posición de sus personajes para crear imágenes impactantes. La película es una secuencia emocionante tras otra, desde un sueño que sólo poco a poco se revela como tal, a una emboscada por zombis en el interior de un túnel débilmente iluminado, a un atrevido escape que involucra un autobús y una grúa de construcción. La fotografía casi siempre se mantiene en movimiento y el montaje es rápido pero nunca nos coloca demasiado cerca de lo que sucede. Ball no deja que nos perdamos o desorientemos, como desafortunadamente sucede en tantas películas de acción contemporáneas.
Es en todo lo demás donde La cura mortal, como sus dos predecesores, se tropieza. Para empezar, el concepto de la serie siempre ha sido un poco ridículo, incongruente con el nivel de seriedad con que las películas se toman. En un futuro devastado por un virus mortal, una siniestra compañía trata de encontrar una cura experimentando en jóvenes colocándolos en un enorme laberinto mecanizado lleno de criaturas mortales. Esto de alguna forma funciona/ El laberinto es una imagen impresionante, pero uno se pregunta cómo una sociedad que se está cayendo a pedazos logra costearlo. Thomas (Dylan O’Brien), el osado protagonista de la serie y sus amigos fueron de los pocos que lograron escapar de él. Después de sortear más de una vez a la cabeza de C.R.U.E.L. (la siniestra organización que orquesta todo esto) y uno de sus matones (Aidan Gillen), sólo Newt (Thomas Brodie-Sangster) y Sartén (Dexter Darden) quedan al lado de Thomas. Aliados del exterior como Brenda (Rosa Salazar) y Jorge (Giancarlo Esposito) los han ayudado a sobrevivir.

Si la acción de La cura mortal me mantuvo entretenido, toda explicación de sus personajes o de su mundo me hizo querer revisar la hora. La trama de La cura mortal es relativamente simple: Thomas y compañía deben infiltrarse a una ciudad amurallada, la última en la Tierra, y rescatar a Minho (Ki Hong Lee), otro de sus amigos del laberinto, de las garras de C.R.U.E.L.; pero este clímax llega con frustrante lentitud. Una de sus subtramas sigue a Teresa (Kaya Scodelario), quien estuvo con Thomas en el laberinto y de la que él al parecer está enamorado, después de que ésta lo traiciona y se une a Ava Paige (Patricia Clarkson) en el desarrollo de la cura. Hay un personaje interpretado por Walton Goggins, bajo una densa capa de prostéticos, que ayuda a Thomas a introducirse en la ciudad con la intención de iniciar su propia y violenta revolución. Estos varios hilos tienen el potencial de darle a la serie una moralidad complicada: aquí tenemos villanos que tratan de salvar a la humanidad y héroes que se alían con un insurgente que busca causar estragos en una ciudad relativamente próspera. Pero la película está poco interesada en estos dilemas y los personajes que deberían preocuparse por ellas nunca resultan muy simpáticos. Hay camaradería entre O’Brien y el resto del elenco, pero los tiesos diálogos del guion de T.S. Nowlin nunca dejan que ésta florezca en verdaderas relaciones.
La acción es lo único que La cura mortal tiene a su favor, pero hasta ésta se vuelve repetitiva y cansada. Las secuencias individuales nunca decepcionan, pero la energía que las mantiene en movimiento se disipa después de un rato. No quiero sugerir que el problema con La cura mortal es que es pura acción y nada más. La película y la serie capitalizan dentro de una muy específica fantasía masculina que hasta cierto punto encuentro razonable: los tonos sombríos en la fotografía, las explosiones, balazos, puñetazos, sangre y la velocidad el coqueteo con temas como el genocidio y los drones militares, dan la impresión que uno se encuentra frente a un producto un poco más adulto que Harry Potter o La guerra de las galaxias. Maze Runner: La cura mortal es la clase de película que probablemente me habría encantado a los trece, y le reconozco a Wes Ball y James Dashner el no subestimar el apetito de violencia de los varones adolescentes. Pero también creo que a mi yo adolescente tampoco le habría molestado si la película durara una hora y media en lugar de dos con veinte minutos.