(Lady Bird; Greta Gerwig, 2018)
Lady Bird es la primera película que Greta Gerwig escribió y dirigió en solitario (previamente codirigió Noches y fines de semana con Joe Swanberg) después de ser una presencia constante en la pantalla, principalmente como actriz. Su primera gran impresión la hizo en Greenberg de Noah Baumbach, con quien colaboraría varias veces en el futuro. Sus créditos posteriores son impresionantes: la hemos visto en películas de Whit Stillman, Woody Allen, Mia Hansen-Løve, Rebecca Miller, Todd Solondz, Pablo Larraín y Mike Mills. Uno esperaría que esta experiencia le sirviera en su primer trabajo detrás de la cámara. Y aun así, la película sorprende en cómo supera a la mayoría debuts de un actor convertido en director. Está dirigida con tanta confianza, de forma tan específica, que uno pensaría que es la obra de alguien que pasó años y años puliendo su oficio.
La primera toma nos dice tanto. La cámara, colocada desde arriba, muestra a la adolescente Christine McPherson (Saoirse Ronan) y su madre Marion (Laurie Metcalf) durmiendo en una cama de hotel, volteando la una a la otra. Aunque el nombre de la película viene del apodo que Christine asume y que insiste que los demás usen para referirse a ella, la película es más bien la historia de las dos; de como se complementan y se hacen sufrir sin quererlo. Es el último año de “Lady Bird” en el bachillerato y ella y su madre están haciendo planes para la universidad. Marion sugiere que se quede en California, en una universidad estatal. Pero Lady Bird sueña con irse de Sacramento a la costa este, Nueva York si es posible, donde está toda la cultura. Más que su madre, es el dinero el que no lo permite. En un pequeña casa de un solo piso viven Lady Bird, su madre, su padre Larry (Tracy Letts), su hermano Miguel (Jordan Rodrigues) y la novia de ésta Shelly (Marille Scott) y todos contribuyen de una forma u otra a mantener a la familia a flote. Además, Lady Bird no es tan buena estudiante como para que las escuelas se peleen por darle becas.

El proceso de aplicación y el año escolar más o menos le dan su estructura a la película. Para enriquecer su currículum, Lady Bird, acompañada por su mejor amiga Julie (Beanie Feldstein), entra al club de teatro en la escuela. Ahí Lady Bird conoce a Danny (Lucas Hedges), un muchacho delgado y algo torpe, de quien se enamora desesperadamente como solo los adolescentes pueden hacerlo. Lady Bird (ahora la película, no el personaje), es tan inteligente sobre la forma en que los adolescentes lidian con sus sentimientos. La escena en que Lady Bird y Danny hablan después de un baile de la escuela es tan real que seguramente le provocará flashbacks a más de uno. Sabemos que hay algo entre ellos, puede que ellos mismos lo sepan (Lady Bird le pide a Julie que los deje, con nada de sutileza), pero igualmente tratan de hablar de lo que sea para esconder lo que sienten en realidad. Los adolescentes de Lady Bird no tienen nada que ver con los mini-adultos que por lo general vemos en las películas sobre el bachillerato.
Lady Bird hábilmente esquiva tantos clichés del cine adolescente. Personajes que a primera vista encajan dentro de estereotipos familiares cobran una sorprendente complejidad a medida que la película se desarrolla. Julie tiene mucho de la típica mejor amiga cuya vida es siempre secundaria a la de la protagonista, y sin embargo la película nos da pequeños detalles que nos dicen tanto de cómo ella ve el mundo. Ella siempre se esfuerza por impresionar a Lady Bird y ésta, aunque le guarda mucho cariño, puede ser tan desconsiderada sin quererlo. Jenna Walton (Odeya Rush), una chica popular de la que Lady Bird se hace amiga para encajar con un muchacho, parece especialmente superficial, pero termina siendo hasta más moral que ella. Stella, cuyo sarcasmo fácilmente la pudo haber convertido en un clon de Daria, es también más de lo que parece a primera vista. Es dulce a ratos y le tiene mucho respeto y aprecio a Marion por dejarla quedarse en su casa y por lo mucho que se esfuerza por su familia.

Danny, quien desde el principio es tan dulce y respetuoso que parece caído del cielo, tiene sus propios problemas y complejidades. Uno puede imaginarse una película igualmente cautivadora sobre su propia vida. Lo más cercano que la película tiene a un estereotipo total es Kyle (Timothée Chalamet), el segundo amor de Lady Bird, a quien siempre vemos leyendo el mismo libro y criticando la intervención estadounidense en Irak y la forma en que los celulares sirven como herramientas de vigilancia. Él no parece tener una idea clara de cómo funciona el mundo (dice sobrevivir mediante trueques, pero vive con sus padres en una elegante casa y asiste a una escuela católica). Y sin embargo le creemos porque encarna la idea del adolescente que se cree más de lo que es, que se rebela sin saber a qué, y porque se cree tan claramente lo que dice.
Como más de una película de John Hughes, Lady Bird explora la intersección entre la clase social y la popularidad escolar, pero recrea con mucho más detalle lo que es vivir así y cómo la falta de dinero influye en la una dinámica familiar. La madre de Lady Bird madre trabaja todo el día; no tiene dinero para lujos superfluos como una revista y hasta una toalla sucia de más pone de cabeza su agitado horario. Lady Bird se la pasa soñando con las casas de los vecindarios más afluentes de la ciudad, y esconde su verdadera vida a través de chistes y engaños. Bromea sobre vivir en el lado equivocado de las vías del tren y le pide a su padre todos los días que la deje unos metros antes de llegar a la escuela.
La diferencia entre las aspiraciones de Lady Bird y su realidad es el principal conflicto de la película, y la principal fuente de tensión entre ella y su madre. Las dos se aman tanto, pero los deseos adolescentes de su hija le pesan a Marion. Siendo Larry tan bonachón y dulce, a ella le toca ser el padre mala onda. Lady Bird y Marion se ven la una a la otra de una forma incompleta. Lady Bird sospecha de que su madre no cree en ella, algo que claramente le duele. Marion ve a su hija como una niña desagradecida y quizá tiene un poco de razón, pero igualmente quiere dejarla vivir su vida y se pone feliz cuando la ve feliz. Hay un conmovedor momento en que Lady Bird y sus amigos despiertan a Marion armando un escándalo en la cocina. Los muchachos han estado fumando y también tomando tal vez. Marion, en lugar de regañarlos, está simplemente gustosa de que su hija esté ahí y se la esté pasando bien.

Las pocas críticas negativas que he escuchado de Lady Bird se enfocan en cómo la película está dirigida. Este sentimiento muy probablemente se hizo más común una vez que la película fue nominada a mejor dirección en los premios Óscar. A lo largo de Lady Bird, Gerwig regresa a varios de los mismos encuadres y colocar a sus actores en composiciones planas o en plano contraplano. Parece hecha de una forma tan simple. Entiendo de alguna forma la incongruencia de que una película tan modesta compita con otras tan deslumbrantes como La forma del agua o Dunkerque (una obra maestra por razones diferentes). Como el vestido rosa que Lady Bird usa en Acción de Gracias, el estilo visual de la película no es elaborado u ostentoso, pero sí es perfecto. Hay algo profundamente democrático sobre éste, pues no privilegia el punto de vista de Lady Bird sobre el de los demás. La película nos invita a identificarnos con ella, pero también con las muchas personas que la rodean.
Lady Bird logra un equilibrio tan perfecto entre lo real y la nostalgia. La historia se basó parcialmente en la propia vida de Gerwig y uno puede apreciar cómo el tiempo transcurrido desde su propia adolescencia probablemente influyó en la atmósfera de la película; Sam Levy, el director de fotografía, le da la textura de una foto casera. Las escenas de noche son como esos momentos cuya imagen uno no puede recordar, pero sí como se sintieron. Otras cosas de la película, sin embargo, se sienten tan reales e inmediatas: la cara de Saoirse Ronan, carente sin maquillaje, para mostrarnos el acné de una adolescente; los paisajes nada espectaculares de Sacramento, como un arroyo y el nada glamoroso del centro de la ciudad. Detalles como estos, por sí solos, no tienen nada de especial, pero el vivir con ellos por tanto tiempo los hace especiales. Lady Bird es una película sobre muchas cosas; el crecer, las diferencias de clase, la adolescencia, la amistad, pero también sobre crecer odiando el lugar en que uno nació y aprender a amarlo en cuanto uno se separa de él. La última toma de la película, y cómo se relaciona con la primera, transmiten esta idea con una devastadora poesía. Uno sabe que Gerwig de verdad ama este mundo que creó, parecido al mundo en que creció, pues lo retrata con tanta atención.