(I, Tonya; Graig Gillespie, 2018)

Yo, Tonya está menos interesada en su propia historia que en el hecho de que ésta potencialmente cambia dependiendo de quien la esté contando. Siendo ésta una película basada en un hecho real relativamente reciente, armadas a partir de los testimonios de participantes que todavía siguen vivos, el impulso es comprensible. Es difícil tacharla de tendenciosa o parcial cuando el no saber qué sucedió en verdad es una parte fundamental de la película. Pero lo que hace que Yo, Tonya gane puntos por su honestidad periodística (a su manera, siempre se asegura de citar sus fuentes) también se los resta como película dramática. Siempre se siente como la historia que alguien está contando. Constantemente se abstiene de imaginar momentos que podrían involucrarnos mucho más en los hechos que transcurren. Se siente tan artificial como la escandalosa cobertura periodística de la que fueron víctimas Tonya Harding y su complicada familia.

Tonya Harding, una atleta olímpica en patinaje artístico, es por supuesto mejor recordada por su participación en el extraño ataque que sufrió una de sus competidoras, pero la película probablemente preferiría que no se le reconozca sólo por eso. Yo, Tonya abre con su personaje titular empezando a entrenar desde los cuatro años (Maizie Smith y Mckenna Grace interpretan a Tonya en distintos momentos de su infancia) por iniciativa de su feroz y a veces abusiva madre LaVona (Allison Janney). Exactamente qué mueve a Tonya a practicar patinaje artístico y por qué Lavona la empuja a una disciplina demandante y que consume su reducido salario, la película nunca explica en realidad. La primera parte de Yo, Tonya nos bombardea de información, mucha de la cual no es necesaria. Habla tanto pero dice tan poco.

Por su poco convencional estructura, la abundante narración y su historia sobre el ascenso y la caída de una infame figura estadounidense, Yo, Tonya recuerda un poco a Buenos muchachos y de hecho ha sido comparada con el clásico criminal de Martin Scorsese. Las similitudes no terminan ahí; el director Craig Gillespie llena Yo, Tonya de movimientos de cámara fluidos, actuaciones extravagantes y carismáticas y una banda sonora que recuerda la afinidad por la música pop de Scorsese o de las películas de Guardianes de la galaxia. Al mismo tiempo, la comparación se siente hueca, pues si bien los trucos empleados son los mismos, el efecto es diferente. Los juegos cinematográficos de Buenos muchachos nos adentran más en su historia, mientras que los de Yo, Tonya, sobre todo sus rupturas de la cuarta pared y las entrevistas recreadas por los mismos actores, nos separan de ella; sólo nos hacen más consciente de que estamos viendo una película.

Yo Tonya_1

Dado que los eventos mostrados apenas difieren dependiendo de la persona que los relata, la narración de Yo, Tonya se vuelve inútil como un ejercicio de subjetividad después de un tiempo; hay una escena en la que Tonya persigue a su esposo con un arma de fuego antes de voltear a la cámara y decir que ella nunca hizo eso, pero momentos como éste son la excepción. En general, los testimonios de los personajes refuerzan la ya familiar narrativa sobre Tonya Harding. Ella entrena de niña y adolescente, empieza a ganar competencias, se pelea con su madre, conoce y se casa con Jeff Gillooly (Sebastian Stan, escondiendo el físico y la apariencia del mejor amigo del Capitán América detrás de una postura encogida y un simpático bigote), un joven tímido que con el tiempo revela un lado abusivo. Es difícil descifrar si Robbie y Stan tienen verdadera química, si de verdad resultan creíbles enamorándose el uno del otro, porque la película nos dice que se enamoran mostrando a los personajes diciendo que se enamoran.

Es algo extraño ver a Robbie, cuya intensidad la hace sentir mayor de sus 27 años dando vida a Tonya Harding a los 23 (¡o a los 15!); una toma en la que la cámara recorre los vestidores de una competencia, moviéndose entre participantes adolescentes antes de detenerse en Robbie, es chistosa de una manera no intencional. Y sin embargo el personaje nunca deja de sentirse creíble, aun cuando la película cae en el esperado melodrama que es de rigor en películas biográficas. Robbie la interpreta como un individuo feroz aunque bien intencionado. Una escena de ella preparándose para salir a la pista en las Olimpiadas, que Gillespie filma con Robbie mirando directamente a la cámara en primer plano, nos dice mejor que nada qué tanto Tonya ansía la gloria competitiva. Aun cuando la película alrededor de ella tropieza, Robbie resulta una presencia cautivadora.

Para cuando el momento que todos vinieron a ver, el incidente con Nancy Kerrigan, ocurre, Robbie había hecho que me suavizara hacia Yo, Tonya. Esto aun cuando la rival de Harding apenas figura como algo más que un punto en la trama, una rara omisión en una película que en general se divierte con sus muchos personajes secundarios. Yo, Tonya es divertida, con uno que otro momento de cinematografía ostentosa que sin embargo funciona (la toma que muestra a Jeff llorando la partida de Tonya y sale desde su habitación hasta la calle). Su Tonya es un producto de sus circunstancias y alguien que triunfa a pesar de ellas. Ella misma se identifica como “basura blanca”. Ella es quizá la mejor en su disciplina, pero desafortunadamente está en un deporte en el que también se le juzga por el traje que viste y cómo se comporta. La película nos muestra cómo la vida de Tonya siempre está en manos de su esposo, de su madre o de su guardaespaldas paranoico (Paul Walter Hauser), pero nunca se siente como una víctima. Meramente como un ejemplo de injusticias cósmicas y los caprichos de las instituciones y los ciclos de noticias de 24 horas. Y cuando cayó, aun así se levantó.

★★★