(Wonder Wheel; Woody Allen, 2018)

Pocos directores han adoptado la mentalidad de cantidad sobre calidad como el Woody Allen del nuevo milenio. De haberse estrenado en los noventa o antes, La rueda de la maravilla sería una de sus obras más flojas. En 2018, es una placentera sorpresa. No es una película que parte de una premisa prometedora para después no llevarla a ningún lugar. Su protagonista no es un papel simplista que una estrella de alto perfil trata de habitar incómodamente. En su retrato de una mujer atorada en un matrimonio sin amor con el operador del carrusel de Coney Island, Allen crea uno de sus papeles más complejos en mucho tiempo, un rol que de verdad está a la altura de la actriz que lo interpreta. Sí hay un problema y es uno muy grande. La rueda de maravilla parece haber sido concebida para el medio equivocado. Se desarrolla menos como una película que como una obra de teatro, de esas que sus propios personajes se la pasan citando.

Kate Winslet interpreta a Ginny Rannell, alguna vez una actriz prometedora y ahora una mesera en un restaurante de almejas en el célebre muelle turístico de Nueva York. Ella vive con Humpty (Jim Belushi), su esposo y un alcohólico en recuperación, y Richie (Jack Gore), el hijo pirómano de su primer matrimonio. Los tres viven precariamente en un pequeño apartamento en medio del parque de diversiones; lejos de acostumbrarse a las luces y los ruidos, Ginny sólo ha llegado a odiarlos más. El dinero apenas les alcanza, y está por volverse más escaso con la inesperada llegada de Carolina (Juno Temple), la hija de Humpty. La joven y coqueta Carolina está desesperada. Se encuentra huyendo de su esposo, un mafioso, después de ser presionada para dar información de sus actividades al FBI. Humpty no quiere tener nada que ver con ella. Sólo cuando ella reitera que está en peligro mortal es que el padre acepta que ella se quede con ellos.

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La rueda de la maravilla revela su influencia del teatro de muchas maneras. Primero está el narrador de la película, un simpático salvavidas y veterano de la guerra llamado Mickey Rubin (Justin Timberlake) quien constantemente rompe la cuarta pared mediante monólogos algo rebuscados y sueña con ser un escritor de obras trágicas. También están las escenas mismas, que parecen iniciar cuando los personajes llegan a un lugar y no terminan hasta que se van. El contenido de los diálogos se repite constantemente, pero siempre con cambios en la intención de los personajes y en la intensidad del conflicto. A veces quisiera que otras películas dejaran respirar a sus escenas como Allen lo hace aquí. El diseño de producción es deliberadamente artificial; la casa de Ginny, por ejemplo, se siente menos como un hogar que una de esas cafeterías que trata de ser hogareña. Su mundo no es del todo real. Los cambios de luz suceden a veces sin una explicación lógica. Son evidentes y dramáticos, casi podemos sentir a alguien operando los reflectores.

Siendo ésta una película de Woody Allen con un elenco numeroso, las complicaciones amorosas pronto aparecen. Un día mientras vaga por la playa, Ginny se encuentra con Mickey. Los dos empiezan a platicar y se enamoran. O por lo menos eso parece. Mickey cree amar a Ginny, pero cuando conoce a Carolina, empieza a dudarlo. La hija de Humpty es empática y bien intencionada; también inteligente y dedicada, de día se la pasa en un trabajo en el que no es nada buena pero que le da para ir a la escuela por las noches. Por eso es que se aburre de los tipos meramente amables que su padre le trata de presentar. Mickey de verdad trata de conciliar sus sentimientos hacia dos mujeres que se revelan más complicadas cada minuto que pasa con ellas. No es tan simple como que Carolina es más joven y Ginny mayor.

Quien sí piensa que todo es tan simple como esto es Ginny. Ella está claramente celosa de Carolina, pero es difícil no entender cómo se siente. Mickey no es el único que ella teme prefiera a Carolina en lugar de a ella. Cada vez que Humpty prefiere apartar el poco dinero que les queda a la escuela de Carolina y no al psicólogo de Richie, recordamos lo poco que su esposa es prioridad para él. Cada vez que dice que Carolina merece más que pasar su vida trabajando como mesera, nuestro corazón se va con Ginny, quien efectivamente pasa su vida trabajando como mesera. Humpty ni siquiera lo dice de mala manera, pero su tono casual igualmente asume que Ginny sí lo merece.

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Ginny reniega su situación actual, pero de alguna está de acuerdo en que sí merece. El padre de Richie fue un baterista de jazz con quien estuvo felizmente casado hasta que ella lo engañó con alguien más, todo lo que le pase es porque ella cometió este pequeño error (la película nunca lo dice de forma explícita, pero nos da lo suficiente para suponer que el comportamiento de Richie es una reacción al divorcio de sus padres. Su piromanía entonces no se convierte en una pera peculiaridad vacía; para Ginny, es un recordatorio constante de su fracaso). Por otro lado, su amor por Mickey podría no ser del todo honesto, sólo un síntoma de su frustración mezclada con su pasión por la actuación, su deseo de escapar al mundo del drama. El conflicto entre lo que quiere y lo que cree que merece la llevan a una decisión que es perturbadora pero lógica. En algún momento Mickey le pregunta sí es el destino o una falla en el carácter lo que lleva a un personaje a la tragedia. Ginny, por experiencia, quizá diría que es un poco de las dos.

La rueda de la maravilla recuerda un poco a los personajes de Bette Davis en La malvada o a Gloria Swanson en El ocaso de una vida, por la forma escandalosa pero franca en que aborda el egoísmo de una mujer desplazada del mundo a causa de su edad. Nunca se acerca a la grandeza de estos clásicos, o a la de los propios clásicos de Allen, pero es igualmente un recordatorio de su capacidad para crear personajes complejos y revelarlos a través de situaciones que a la vez parecen naturales y totalmente fantásticas. La rueda de la maravilla tiene varios toques mágicos que derivan su poder del medio del cine: los suaves y virtuosos movimientos de cámara de Vittorio Storaro, la forma en que las luces del parque se asoman por las ventanas del apartamento de Ginny, la lluvia sobre la playa. Al mismo tiempo, los actores parecen dirigirse a un público que se encuentra a varios metros de distancia en lugar de a una cámara que capta todas las expresiones de su rostro. Esto y la narración de Mickey, que no nos dice nada que no podamos ver en pantalla, trivializan un guion que podría haber sido brillante, de haberse montado para la escena y no la pantalla grande.

★★★