(Rampage; Brad Peyton, 2018)

Rampage: Devastación es un buen argumento en contra de los avances que se han hecho en el campo de los efectos visuales. Esta es una película grande y estúpida en la que una carismática estrella se enfrenta a un trío de animales gigantes que devastan el centro de una metrópolis estadounidense; es un concepto ridículo que se vuelve perturbador por lo real que su destrucción a veces se siente. Imágenes como un rascacielos cayendo como tronco sobre el centro de Chicago son verdaderamente impresionantes, pero el detalle con que la animación por computadora lo recrea hacen que uno piense más en los ataques terroristas del 11 de septiembre que en las primeras películas de Godzilla.

Rampage parece que no sabe si quiere hacer reír u horrorizar. La película abre en una estación espacial que está a punto de explotar, una catástrofe que nos muestra con movimientos de cámara e iluminación que recuerdan a Gravedad de Alfonso Cuarón. La referencia se siente inapropiada considerando que en ella no vemos a una mujer buscando la voluntad de sobrevivir en la cruel frialdad del espacio exterior, sino a una astronauta anónima escapando de una rata mutante resultado de macabros experimentos genéticos. Una rata y la villana de la película que, en un tono que recuerda al antagonista de un programa para niños, le dice desde la Tierra que, o regresa a la superficie con las muestras de su experimento, o no regresa.

Esto eventualmente involucra a Davis Okoye (Dwayne Johnson), un primatólogo que trabaja en un santuario animal en San Diego. El guion, acreditado a cuatro escritores diferentes, le da una oscura historia de fondo. Alguna vez parte de las Fuerzas Especiales del ejército estadounidense, Davis peleó contra cazadores furtivos y estos horrores lo llevaron a ver a la humanidad con ojos cínicos. Al principio de la película, una colega joven y rubia le coquetea con nada de sutileza y él simplemente la ignora. Davis, se nos dice, es un misántropo, pero es difícil creerlo cuando la persona que lo interpreta es un carismático exluchador y una de las pocas auténticas estrellas de cine que quedan hoy en día.

Davis tiene un solo amigo de verdad y ese es George, un gorila albino (recreado con efectos especiales comparables con los de El planeta de los simios: La guerra) con el que se comunica mediante lenguaje de señas. Una noche, George es contaminado cuando algunos de los restos de la estación espacial caen en su hábitat en el santuario. Otros caen en Montana, contaminando a un lobo, y en Florida, haciendo lo mismo con un cocodrilo. Al día siguiente, los tres han crecido varios centímetros y pesan muchos kilos más, un proceso que continúa hasta que alcanzan dimensiones colosales. El responsable del desastre es Energyne, una compañía que hace años descubrió una forma de editar el código genético de cualquier ser vivo. Esta tecnología tiene el potencial de curar enfermedades terminales, y es precisamente por eso que Claire Wyden (Malin Åkerman), la dueña de la compañía y Brett (Jake Lacy), su hermano, la usaron para crear ratas monstruosas en el espacio.

Rampage Devastacion_1

Claire y Brett no son muy brillantes que digamos (aunque la película se esfuerza para mostrarla a ella como una genio malvado). Cuando se enteran de que su tecnología ha producido un gorila, un lagarto y un lobo prácticamente invulnerables, con la capacidad de destruir una ciudad entera, interpretan que su proyecto ha sido un éxito y no que están por ser responsables de miles de muertes humanas. No son antagonistas formidables, pero sí dos de las partes más divertidas de la película. Lacy en particular hace una genial caricatura de un despistado niño rico, un efecto que es acentuado porque su corte de cabello y su sonrisa recuerdan a Donald Trump Jr.

Muy disfrutable es también Jeffrey Dean Morgan como un agente de gobierno que viste de traje pero tiene el acento, pistola y código de honor de un vaquero. Es una decisión inexplicable, pero por eso mismo mucho más entretenida. El que la película lo introduzca como un antagonista que renuentemente ayuda a Davis en un momento clave es uno de sus únicos aciertos dramáticos. Él introduce algo de intriga a una película por lo demás predecible. Por si fuera poco, él y Brett comparten la escena más divertida de la película, un absurdo sketch que se vuelve más gracioso por cómo interrumpe y desentona con la carnicería sin sangre que sucede en el clímax.

Mucho menos memorables son la nominada al Óscar Naomie Harris en el papel de una científica que solía trabajar para Energyne; o Joe Mangianello, quien como el rudo líder de un ejército privado, entra y sale de la película sin ceremonia. Dwayne Johnson, aunque reacciona con divertida incredulidad a las ridiculeces de la película (“Por supuesto que el lobo vuela,” dice sin expresión cuando el lobo gigante, pues, vuela), parece estar repitiendo los mismos trucos que le funcionaron en otras películas, ya es más una marca que un actor. La película afortunadamente le da muchas ridiculeces qué hacer, sobre todo cerca del final. Algunas son audazmente absurdas (cuando él y el personaje de Naomie Harris usan un helicóptero para “montar como una avalancha” un rascacielos que se colapsa), algunas algo ingeniosas (cuando camina sobre las paredes de un apartamento que igualmente se colapsa). Son imágenes simpáticas que lo serían mucho más si la película no tratara de hacerlas parecer tan reales.

★★