(Visages villages; Agnès Varda & JR, 2018)

Rostros y lugares nace de una admiración mutua. Temprano en la película, la pionera de la Nueva Ola Francesa Agnès Varda y el joven artista visual JR comparten las imágenes del trabajo del otro que más han quedado grabadas en sus mentes. Él cita el rostro de la actriz Corinne Marchand en la película Cleo de 5 a 7 (dirigida por Varda); ella las imágenes de dos ojos que él montó en dos cisternas en el campo. Estos dos ejemplos nos dicen mucho de qué se va a tratar su colaboración. Rostros y lugares, el documental dirigido por ambos, trata del poder comunicativo de los rostros y el papel que juega la mirada en la formación de conexiones humanas.

Tanto Varda como JR mencionan casualmente que sería divertido hacer algo juntos, pero el proyecto artístico que terminan emprendiendo, documentado en la película, inevitablemente se convierte en mucha más que una mera forma de pasar el rato. Montados en una camioneta especial (con una cabina fotográfica, una impresora de gran formato y decorada para parecer una cámara gigante), los dos emprenden un viaje por la campiña francesa, deteniéndose de vez en cuando para capturar la realidad y transformar los espacios que encuentran. Para una de sus primeras creaciones, los habitantes de un pueblo posan con una baguette en la boca, y las fotos son después colocadas sobre una pared una al lado de otra para que parezca que están compartiendo una hogaza que se extiende por varios metros.

La intención de la película no es mostrar la creación de arte por el arte. Varda y JR no están al servicio de sus propias inquietudes; buscan también que la gente que fotografían contribuya sus historias y se adueñen de la obra en que están participando. Antes de que Varda y JR recreen su imagen en su granero, un granjero nos cuenta cómo la siembra y la cosecha han evolucionado con el tiempo: está encantado con su nuevo tractor y con poder trabajar mucho más terreno, pero menciona también sentirse algo solitario. Otro viaje los lleva con las esposas de los trabajadores de un puerto de carga, que hablan de sus vidas y ven cómo sus retratos cobran forma al apilarse unos contenedores sobre otros (la secuencia que nos muestra esto es una maravilla logística, que nos permite ver el trabajo que se lleva a cabo en estos lugares todos los días desde un nuevo punto de vista). Uno más los lleva con una mujer que se rehúsa a dejar el vecindario minero en el que ha vivido por años y que ahora se encuentra prácticamente abandonado. El colocar la imagen de ella en gran tamaño en una de las paredes se siente como un acto de rebelión contra los intereses económicos que amenazan con desplazarla, así como una reafirmación del vínculo que comparte con este lugar.

Rostros y lugares_1

Este espíritu comunitario se ve reflejado en la forma que Varda y JR llevan a cabo sus obras. La gente a su alrededor no tiene prohibido colaborar, sino todo lo contrario. Para montar la imagen de una joven en un edificio de un pueblo costero, los dos enlistan a una madre local como modelo, piden cosas a amigos y aceptan la presencia de los transeúntes que se reúnen a su alrededor. En otra, toda la fuerza laboral de una fábrica se reúne para posar para una foto que será colocada en las paredes de concreto de las instalaciones. Es ingeniosa la forma que Varda y JR encuentran para acomodarse a los distintos horarios del personal. El valor del arte que los dos crean, la película nos recuerda, no se encuentra en el trabajo terminado sino en el proceso de su realización; en las relaciones que se crean y refuerzan entre las personas que participan en él.

Es apropiado que Varda y JR hayan decidido complementar con este documental sus creaciones, pues su misma naturaleza muchas veces las hace efímeras. Un viaje los encuentra colocando una fotografía en los restos de un búnker de la Segunda Guerra Mundial, que quedó parado como monolito en una playa. La fotografía es de archivo personal de Varda, una que alguna vez le tomó a un viejo amigo. Un esfuerzo considerable se le dedica a escoger y montar la imagen que al día siguiente es deslavada por la marea. Lo que queda de la fotografía es un recordatorio conmovedor pero agridulce de lo falible que es la memoria. Varda, quien a sus 89 años se muestra consciente pero no abrumada por su edad, menciona con una pizca de nostalgia que sus recuerdos, como la imagen, no tardarán es desvanecerse.

Al mismo tiempo que Rostros y lugares es profunda y melancólica, nunca deja de ser simpática y placentera. Su hora y media de duración se pasa como una visita a los mejores amigos porque Varda y JR se divierten con el acto de crear y con la compañía del otro. Él hace chistes de su estatura, bromea con dirigirle todas las multas que puedan resultar del apropiarse de las paredes, y ella los acepta con calma. Tienen la química de un dúo cómico genial y su relación le da un hilo conductor a lo que de otra manera podría sentirse como una serie de episodios aislados. El control que Varda y JR ceden a las personas a su alrededor permite que ningún momento de Rostros y lugares se sienta escenificado, pero su final no podría ser más perfecto si se hubiera planeado. Al mismo tiempo que permite que el ícono cinematográfico y amigo cercano de Varda Jean-Luc Godard se cuele a la historia, también nos recuerda el lugar central de la mirada en esta historia y sumariza mejor que nada la relación entre estos sus dos protagonistas, quienes se terminan sintiendo como dos ángeles enviados a la Tierra para traer felicidad.

★★★★