(Gringo; Nash Edgerton, 2018)

La primera parte de Gringo: Se busca vivo o muerto contiene una ingeniosa sorpresa. Desde su primera escena la película parece ser la historia de un estadounidense que viaja al sur de la frontera para sin querer convertirse en víctima del crimen organizado, pero no toma mucho tiempo para que uno de sus personajes use este cliché para su propio beneficio. A éste se le ocurre un plan que, para funcionar, depende de los prejuicios que los demás personajes estadounidenses tienen de la inseguridad y la violencia en México. La imagen que éstos tienen del país como un pueblo sin ley les impide cuestionar la su apresurada y no muy creíble historia. Este zigzag en la trama se burla de los estereotipos que se tienen de los países del tercer mundo. Y el engaño, como la película misma, funciona por lo menos por un rato.

Describo esta sorpresa en término vagos porque es uno de los pocos chistes que de verdad funcionan en esta comedia, a la que le hacen falta risas como a Baja California le hace falta agua. Pero igualmente creo que debo mencionarla porque es el sumario perfecto de la película: Buenas ideas con el potencial de poner de cabeza al mundo corporativo, el capitalismo despiadado, los estereotipos mexicanos; clichés que después son repetidos desvergonzadamente y sin ofrecer algo nuevo.

Partes de la película, sobre todo su inicio, son algo inspiradas. En su primera escena, Richard (Joel Edgerton) y Elaine (Charlize Theron), los dos ejecutivos de más alto rango de una compañía farmacéutica que busca introducir una pastilla de mariguana al mercado, reciben una llamada de uno de sus subordinados, Harold Soyinka (David Oyelowo), quien les dice que fue secuestrado en México durante uno de sus viajes de trabajo. El tono frío y negociador de Richard y Elaine, así como el que manejen la situación desde una elegante oficina en un rascacielos de Chicago mientras Harold se encuentra en quién sabe qué parte de México con una pistola a la cabeza, es un burdo pero divertido comentario a la crueldad e inhumanidad del mundo corporativo. Para Richard y Elaine, la vida de uno de sus empleados es sólo un producto más por el que tienen que negociar.

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Las escenas que nos introducen a Harold, el protagonista de la película, están también bien realizadas; lo plantean como un simpático desfavorecido y nos hacen simpatizar con él casi de inmediato. Harold, como todo buen estadounidense, tiene una espaciosa casa en los suburbios, un carro de lujo y una incapacitante deuda económica. Un inmigrante de Nigeria, Harold es de la idea de que apegarse a las reglas y trabajar duro son la única forma segura de llegar al éxito. Todos los días se levanta muy temprano, saca a su perro a hacer sus necesidades y recorre la autopista a vuelta de rueda para llegar a su trabajo de gerencia en la empresa de Richard y Elaine. Oyelowo, quien es quizá mejor conocido por su poderosa interpretación de Martin Luther King Jr. En Selma: El poder de un sueño, le da al personaje una ternura y vulnerabilidad que rayan en lo patético. Harold es la clase de persona que al escuchar que su vida laboral está a punto de colapsarse no se le ocurre nada más descabellado que sacar una botella de merlot del minibar de su cuarto de hotel.

Oyelowo, Edgerton y Theron dan buenas y dedicadas actuaciones y la primera parte de la película, que se enfoca casi totalmente en ellos es, nada sorprendentemente, la mejor. Richard, quien al mismo tiempo se maneja como el jefe y el amigo de Harold posee una exquisita ambigüedad; uno no sabe si golpearlo o agradecerle por su tiempo. Theron, vestida con un cabello rubio ondulado y labial de rojo intenso, es una mezcla de Marylin Monroe y villana de Disney. Aunque el guion en cierto momento nos pide sentir simpatía por ella, Theron ni una vez se preocupa por ser simpática. Es una actuación exagerada y desquiciada, pero una a la que la actriz se entrega de lleno.

Pero a pesar de su absurdamente sobrecalificado elenco (Thandie Newton y Amanda Seyfried tienen papeles tan vacíos que ni vale la pena mencionarlos), Gringo se vuelva aburrida una vez que llega a México, que es cuando finalmente debería despegar. Los guionistas Anthony Tambakis y Matthew Stone parecen entender mucho más el Estados Unidos corporativo que el país en el que se desarrolla la mayoría de su acción. El México de Gringo parece inspirado por una visita casual Wikipedia y películas mejores; es coloridos hoteles de mala muerte, tequila, mariposas monarca, simpáticos e impresionables lugareños y elegantes capos de la droga con alguna enternecedora peculiaridad–aunque si he de ser honesto, la fascinación del Villegas de Carlos Corona por los Beatles me pareció algo divertida.

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Más que su ignorancia–alguien dígale a Richard y Elaine que subcontratar la producción de mariguana a un país en el que la droga sigue siendo muy ilegal no es la mejor idea–el mayor problema de Gringo es que lo que debería ser una salvaje y multitudinaria persecución apenas genera un sentimiento de urgencia y de peligro. La edición es parcialmente responsable; la película maneja numerosos personajes y tramas paralelas, pero se olvida de éstos por largos ratos. Se nos olvida qué está en juego y por qué. Y la dirección de Nash Edgerton, que trata de inyectarle al material un poco de seriedad y sinceridad, mayormente se traduce a tiempos muertos en los que chistes podrían caber.

Una película debe ser juzgada por lo que es y no por lo que pudo ser, pero en el caso de Gringo, las posibilidades son tantas que no pude evitarlo. ¿De cuántas mejores maneras se pudo haber abordado una historia cómo ésta? Gringo pudo haber sido una película sobre la masculinidad; pudo haberse enfocado en como Harold reacciona a perder su imagen de hombre proveedor cuando su trabajo y matrimonio peligran (el guion hace dos menciones casuales de gorilas, y por un momento podemos pensar que se está haciendo un comentario de las más trilladas y primitivas ideas de la masculinidad). Pudo haber sido una película sobre la inhumanidad del ambiente corporativo, un mundo lleno de juegos de poder y constantes puñaladas por la espalda, que es cruel con aquellos que juegan parejo, pero también con aquellos que se aprovechan de otros. Pudo haber sido una película sobre el amplio golfo que hay entre los estereotipos México contrastan con la realidad, cómo sus personajes estadounidenses terminan totalmente perdidos tratando de navegar un país que sólo conocen a través de clichés. Pienso en el personaje de Sharlto Copley, un cazarrecompensas redimido y los muchos chistes que pudieron haber nacido de su complejo de “salvador blanco”.

No hay problema con que una película estadounidense use a México como fuente de comedia; lo que sí es un problema es que lo haga y no encuentre nada divertido. A Gringo le hace falta un tono más ágil y personajes más exagerados motivados por el propio interés. La película, en lugar de poner de cabeza los clichés que introduce, se los toma serio y termina siendo una de tantas historias sobre un hombre que se descubre a sí mismo en un país extranjero (el que éste hombre estadounidense sea también un inmigrante nigeriano es, supongo, algo nuevo, pero la película no hace mucho con eso fuera de un chiste sobre la estafa del príncipe nigeriano). Gringo: Se busca vivo o muerto pudo haber sido muchas cosas. Pudo incluso haber sido divertida.

★★