(Hereditary; Ari Aster, 2018)

El legado del diablo es una de las películas de terror más inquietantes que he visto en mucho tiempo. Por su uso de la atmósfera, sus imágenes de pesadilla, y su gradual descenso a la locura, merece comparaciones con El resplandor de Stanley Kubrick. Está dirigida con tanta confianza y maestría que uno non creería que se trata del primer largometraje de su director Ari Aster. Es ligera en trama pero densa en simbolismo, llena de momentos inexplicables unidos por una lógica perversa, que no puedo decir que estoy totalmente seguro de qué se trata. Pero sé que trata de llenarnos de miedo y lo logra con creces.

La película abre con una tragedia que, más que separar a una familia, saca a flote las tensiones que desde siempre le impidieron estar unida. La madre de Annie Graham (Toni Collette), una artista que se dedica a la construcción de miniaturas basadas en eventos de su vida, acaba de fallecer. Annie, quien no se llevaba bien con ella, parece menos afligida por la pérdida que por el complicado historial familiar que ésta le hace recordar. Su madre sufría de trastorno de identidad disociativo y su hermano y su padre se suicidaron. La posibilidad de heredar un trastorno mental pesa sobre Annie, pero también sobre su hijo Peter (Alex Wolff) y su hija Charlie (Milly Shapiro), ambos adolescentes. Las bases ya están sentadas. Peter empezó a guardarle resentimiento a su madre desde un incidente que ocurrió cuando él era niño. Charlie, quien fue criada por la madre de Annie, es solitaria, habla poco y colecciona hábitos que preocupan a sus padres: le corta la cabeza a las palomas muertas y pasa las noches en una casa del árbol en lugar de en su propio cuarto.

Las películas de terror raramente contienen personajes tan humanos como los de El legado del diablo. Cada miembro de la familia Graham es enfrentado con una situación imposible y debe lidiar con ella como mejor puede. Se nota el esfuerzo de Annie por evitar que sus hijos repitan la relación que ella tuvo con su madre. Pero este esfuerzo también la agota y le roba el afecto necesario para hacerlo de verdad. Dice que ama a sus hijos y le creemos, pero también creemos que preferiría quedarse en su taller, haciendo miniaturas, sin que nadie la moleste. Cae entonces en su esposo Steve ser quien guie a esta familia. Gabriel Byrne, quien lo interpreta, le da la dulzura, solidez e intensidad que el papel necesita.

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Peter está en la edad en que empieza a identificarse más con sus amigos que con sus padres, pero la sensación de que en realidad no pertenece a esta familia sólo lo aleja más de ella. Por mucho de la película debe cargar con un trauma y un dilema que nadie debería, y Wolff nos muestra el extremo devastador a que ésta lo lleva. Su actuación es casi totalmente interna, pero también nos permite entender que su dolor no tiene lugar hacia dónde ir; que se acumula poco a poco dentro de él hasta que de repente de detona. Y Charlie, a pesar de sus extraños comportamientos y su sombría presencia, es más realista que el típico niño en una película de terror. Sus manierismos nacen de su crianza–Annie reconoce que su madre prácticamente se la quitó de las manos. Ella, de manera casi instintiva, parece saber que ni su madre ni su hermano están incomodados por su presencia.

Hasta personajes que aparecen sólo en los márgenes se sienten multifacéticos y llenos de complejidad. Joan (Ann Dowd), una mujer a quien Annie conoce en un grupo de apoyo y que la convence en convertirse en una médium para conectarse con el más allás, está sorprendentemente bien desarrollado. Joan no cumple otra función que la de introducir lo sobrenatural a la película, pero Dowd la interpreta con tanta dulzura y comprensión que uno no puede imaginar algo siniestro en sus motivos. Una escena que ella comparte con Collette en el estacionamiento de una tienda es en concepto inverosímil, pero sus actuaciones contienen tantos matices que se termina sintiendo de los momentos más realistas de la película.

El legado del diablo parte de una familia que no se atreve a reconocer cosas dolorosas y de ahí extrae sus momentos más terroríficos y sus observaciones más acertadas. Hay tanto que se pudiera resolver si los Graham se sentaran a contar lo que sienten, pero, ¿cómo hacerlo si aquello que sienten parece una traición de lo que se supone que es una familia? ¿Cómo admitir que en momentos deseas que alguien de tu familia nunca hubiera existido? Al rehusarse a admitir esto a sí mismos, los Graham terminan alejándose cada vez más y alimentado estos rencores originales. El guion de Ari Aster se toma su tiempo en desarrollar estas tensiones. Lo que debería ser la premisa de la película sólo aparece cerca del final, pero todo lo que sucede antes es tiempo bien empleado.

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Con una duración de poco más de dos horas, El legado del diablo es robusta para una película de terror. Pero ni un minuto se siente desperdiciado; la película, de hecho sería mucho menos aterradora si durara menos. El trabajo de edición, de Jennifer Lame y Lucian Johnston, permite que tomas estáticas se sostengan el tiempo suficiente para aumentar la tensión. Muchas veces, la película corta a una imagen verdaderamente perturbadora, pero lo que nos asusta en el momento es cómo se sostiene en la mirada de los personajes; cómo nos deja por unos instantes imaginarnos aquello que están presenciado. La fotografía y la iluminación, que a veces parecen tan simples, contribuyen a la sensación de que estamos atrapados en la dinámica de esta familia. La felicidad familiar resulta tan artificial como una de las maquetas de Annie.

Pero lo que finalmente une a la película como un todo es su tan gradual y natural descenso de la soportable melancolía a la locura. Aster nos ancla tanto a la perspectiva de Annie, un personaje traumatizado y vulnerable, que hasta aquello que no tiene sentido tiene cierta lógica. Estamos viendo su trastorno desde adentro, no desde afuera. Y la actuación de Collette es tan comprometida y sincera. Si la actriz no fuera ya conocida y si la película tuviera mayor presencia en la taquilla, El legado del diablo atormentaría su carrera como Piscosis lo hizo a la de Anthony Perkins y El silencio de los inocentes a la de Ted Levine. El legado del diablo merece el mejor cumplido que le puedo dar a una película de terror: es brillante, me encantó y me muero por no volver a verla en mucho tiempo.

★★★★