(The Florida Project; Sean Baker, 2018)
¿Se puede regresar a la infancia? Walt Disney pensó que sí, o por lo menos que podía hacer una pasable imitación de ella en la forma de Disney World y los otros parques de diversiones que todavía sirven como capitales para su imperio de entretenimiento. Muchos pueden decir que lo que Disney World representa más bien son el capitalismo y el consumismo, y que su espíritu infantil es sólo una descarada y artificial imitación, un efectivo imán para el dinero de millones alrededor del mundo. No pienso hablar mucho de Disney a lo largo de esta reseña, pero considero pertinente señalar esta monumental contradicción; la inocencia de la niñez y el cinismo de un mundo adulto preocupado por el dinero son centrales a El proyecto Florida, película con que Sean Baker sigue su aclamado debut de 2016 Tangerine: Chicas fabulosas.
El título de ésta, no por nada, hace referencia al nombre que Walt Disney le daría a su parque de Orlando, Florida. Al mismo tiempo que su historia se sitúa cerca de ahí, lo suficiente para ver los juegos pirotécnicos en la noche y los helicópteros que despegan del recinto; al mismo tiempo sus personajes hacen referencias oblicuas al lugar y su alrededor parece construido sobre el flujo constante de turistas, El proyecto Florida parece ocurrir a mundos de distancia. El motel The Magic Castle, por su nombre y su diseño parece haber sido construido para hospedar a los visitantes del parque, pero incapaz de competir en lujos con otros hoteles cercanos, ahora es ocupado por residentes más o menos permanentes a los que a ratos les cuesta pagar las rentas semanales. La violencia y la venta de drogas son problemas ocasionales pero no sorprendentes. La situación es tal que, cuando una pareja recién casada llega por error al lugar, la esposa rompe en llanto ante la idea de pasar la noche ahí.
La primera contradicción de El proyecto Florida es que un símbolo de placer y prosperidad como Disney World coexista con un lugar tan decaído; que tan cerca de un ícono turístico en donde millones se congregan se encuentre algo que muchos quisieran fingir que no existe. Una segunda contradicción es que, en un lugar en apariencia crudo y marginal pueda prosperar el espíritu que Walt Disney invirtió millones tratando capturar.

Para la niña Moonee (Brooklynn Kimberly Prince), el motel y sus alrededores representan un mundo de aventura y posibilidades. Ella y sus vecinos y amigos Scooty (Christopher Rivera) y Jancey (Valeria Cotto) engañan a vendedores cercanos para recibir helado gratis (no les creen, pero tampoco se lo niegan) y se introducen a edificios abandonados como si fueran exploradores en territorio virgen. Sean Baker y su director de fotografía Alexis Zabe constantemente colocan la cámara hacia la espalda de los niños y al nivel de su mirada. Es a través de sus ojos que vemos este mundo. A esta altura, los edificios aledaños al hotel–una frutería en forma de naranja, una tienda de regalos con una tienda de regalos con un mago gigante en su fachada–se vuelven parte de un mundo de fantasía y no escandalosos artilugios para llamar la atención de los que se asoman por la carretera. Los chillones azules, rojos y amarillos cobran el efecto soñado que deberían provocar. Los atardeceres son de ensueño.
La primera parte de El proyecto Florida se desarrolla como una serie de viñetas, momentos aislados en las que los niños cometen travesuras o suceden cosas a su alrededor que no entienden del todo. Algunos son divertidos, como cuando espían y se burlan a distancia de una vecina que se asolea desnuda al lado de la piscina del motel; ella, o no los nota o no le importa (la película, en una extensión del espíritu juguetón de los niños, encuadra los brazos de la mujer de manera que siempre cubran sus pechos, como un chiste visual que juega con la censura). Otros son tristes, como cuando uno de sus compañeros de juego Dicky (Aiden Malik) deja el motel para mudarse con su padre. No sabemos por qué y la escena parece venir de la nada pero, ¿de qué otra manera podría ser? Cuando uno es niño, las acciones de los adultos tantas veces se sienten inexplicables.
Un adulto que flota alrededor de sus vidas como ángel guardián y viejo cascarrabias es Bobby, el dulce y compasivo encargado del hotel. Willem Dafoe, mejor conocido como actor por sus papeles de villano y tipo duro, aquí se sale brillantemente de su zona de confort. Aunque puede ser severo, Bobby les guarda cierto cariño a sus huéspedes, sobre todo a los niños. Cuando un anciano sospechoso (Carl Bradfield) se acerca mientras los éstos juegan cerca del estacionamiento, Bobby se encarga de la situación. Vemos la ira debajo de su calma; es una escena representativa de una intensa pero gentil actuación.

Pero el personaje más trágico y complicado de la película es Halley (Bria Vinaite), la joven madre de Moonee, a quien conocemos como una persona bienintencionada que mira con optimismo las dificultades que se le aparecen. Acaba de perder su trabajo como bailarina exótica y no vigila muy de cerca a su hija (a quien manda a recoger la comida gratis que una amiga roba de la cafetería en que trabaja), pero percibimos un compromiso más o menos firme a tratar de proteger la inocencia de su hija. Vemos a otros juzgarla y nos ponemos de su lado; ellos no saben por lo que está pasando. Hasta cuando la lleva al estacionamiento de un hotel a vender sin permiso perfumes a los turistas, lo hace parecer como un juego. Las dos tienen un vínculo tierno y, más que madre e hija, parecen mejores amigas. Pero a medida que la película progresa y las cosas se vuelven más difíciles, Moonee se convierte en un obstáculo a sus responsabilidades como madre. En la tercera contradicción de la película, Halley se refugia en la infancia de su hija para escapar de su propia realidad.
El final de la película es inesperado y, por la forma en que está fotografiado (probablemente por las restricciones de filmar en un lugar así), desentona con el resto de ella. Pero en un nivel poético, es perfecto; captura lo desesperado, fútil, pero finalmente irresistible que es querer recuperar ese cálido sentimiento que alguna vez fue parte fundamental de nosotros.