(Mission: Impossible – Fallout; Cristopher McQuarrie, 2018)
Las películas de Misión: Imposible siempre se han tratado sobre lo genial y asombroso que es Ethan Hunt y por extensión Tom Cruise, el actor que interpreta al espía internacional. Ya lo vimos salvar el mundo en numerosas ocasiones, arriesgando el pellejo en salvajes acrobacias. Una entrega previa describió a Hunt como “la viva manifestación del destino”. Pero nada en las cinco películas anteriores podría prepararnos para lo que él hace en Misión: Imposible – Repercusión. Si anteriormente era una fuerza de la naturaleza, Repercusión lo convierte, si no en una figura divina, en un mártir a punto de ser canonizado.
En entregas recientes, el personaje se ha vuelto un poco más cauto y maduro. Dado que técnicamente es mayor, en ocasiones vemos a alguien vulnerable al dolor físico y que no siempre sabe si lo que hace va a funcionar. Es como si la película quisiera recordarnos, o tratar de convencernos, de que detrás de todo esto hay un ser humano. Se ve en él algo de arrepentimiento, una señal de la persona que podría haber sido si nunca hubiera decidido ser espía. Ethan Hunt tiene que salvar el mundo, no porque quiere, sino porque nadie más puede hacerlo. Uno se pregunta, no sin tristeza, ¿qué es lo que lo hace seguir adelante?
Algo similar parce suceder con Cruise. El actor ha interpretado a Hunt desde 1996 y más de veinte años después no da señales de envejecer, luce casi igual que cuando por primera vez asumió el papel en la película original de Brian De Palma (basada en la serie de televisión de los sesentas). Cruise, mejor que cualquier otro actor de su generación, ha entendido que ser una estrella de cine conlleva un compromiso adicional al de ser un actor y que no hay misión más imposible que la de mantenerse relevante por más de treinta años. En un mundo en el que las estrellas de cine no son los actores sino las franquicias, Cruise sigue creyendo en su propia marca (su mayor fracaso reciente, La momia, nace de él confiando en el modelo del universo compartido más que en sí mismo).

Pero también, de manera inteligente, Cruise no deja de confiar en las exigencias de su público y en el poder de la técnica del cine. Y es que al mismo tiempo que una serie como Misión: Imposible se siente diseñada para acariciar el ego de Cruise, hay algo profundamente generoso sobre ella. Nadie le pide a Cruise que trepe un rascacielos con tal de emocionarnos, pero él igual lo hace. Y ahora que los efectos visuales pueden hacer que cualquiera se cuelgue de un avión, Cruise sabe que sólo puede darle al público algo especial si él mismo es quien lo hace. Misión: Imposible no es sólo el nombre de esta serie, es su declaración de principios. Y al mismo tiempo que no hay Misión: Imposible sin Tom Cruise, tampoco la hay sin los talentosos colaboradores con los que el actor se rodea rutinariamente. La serie puede presumir la más impresionante lista de directores de acción jamás reunida para una sola franquicia de Hollywood: De Palma, John Woo, J.J. Abrams, Brad Bird y Christopher McQuarrie.
McQuarrie es el primero de éstos en dirigir más de una entrega y aunque sus Nación secreta y Repercusión comparten muchos elementos, esta última coquetea con un tono más serio y ominoso que recuerda a ratos a Christopher Nolan. Es una película emocionante, pero para nada una ligera y placentera. Busca agotarnos casi tanto como quiere divertirnos. Dos de las primeras imágenes de este blockbuster veraniego–Ethan Hunt y su esposa Julia (Michelle Monaghan) siendo consumidos por la nube de una explosión nuclear; Roma, Jerusalén y Meca sucumbiendo a ataques terroristas (por si éstas no fueran alusiones religiosas suficientes, esta entrega cuenta con una organización malvada que se hace llamar “los Apóstoles”)–no tienen nada de escapista.
No hay mucho de novedoso la ambientación de la película. Uno de los mayores problemas con las películas de Misión: Imposible es que su mundo del espionaje internacional nunca ha sido muy interesante. Sus paisajes turísticos, tecnología, pistolas, agentes y dobles agentes, son sellos del género. Su obsesión particular con las máscaras y los aparatos futuristas nunca funcionó mejor que en la primera entrega, obra de De Palma, un director fascinado con el engaño y las pantallas dentro de las pantallas. Repercusión, como todas sus secuelas, recupera estos elementos sin pena ni gloria, aunque a veces procura una textura más clásica y conservadora, cortesía de la dirección de McQuarrie.

Hay una pelea en el inmaculado baño de una fiesta en la que la única música son los sonidos de los puñetazos y los cuerpos chocando con las paredes y la plomería. Una persecución en automóvil por las calles de París hace lo mismo con los motores y las llantas–la secuencia contiene un momento brillante en el que una motocicleta recorre una arcada y el viento se escucha como los destellos de varias bengalas–y en general recuerda las piezas centrales de Contacto en Francia y Ronin más que a cualquier otra película de acción contemporánea; esto por la forma truculenta en la que los vehículos se navegan contra el tráfico o por vías que claramente no fueron diseñadas para el tránsito vehicular. Y éstas son apenas las dos secuencias más modestas de la película.
Es fácil burlarse de la abundancia de explicaciones, la cantidad y la inelegancia de escenas en las que personajes ven un reporte en video o intercambian diálogos en los que dicen qué van a hacer y qué buscan lograr con ello. Que todo gire alrededor de un mal tan abstracto y trillado como la extinción de un tercio de la humanidad hace que uno se pregunte exactamente qué aporta una película como ésta. Pero su premisa y las escenas que la explican cumplen su propósito, y cuando películas similares pocas veces nos dan razones para interesarnos o claves para descifrar su caos visual, hasta se agradecen. Cuando la acción inicia de verdad, sabemos en donde encajan todas las piezas.
Con piezas de acción tan bien realizadas, la trama no tiene que ser la gran cosa, aunque hasta esta tiene sus placeres. Ethan y su equipo, el agente Luther Stickell (Ving Rhames) y el técnico Benji (Simon Pegg), viajan a Berlín para interceptar tres núcleos de plutonio antes de que éstos lleguen a manos de los Apóstoles y su cliente, el terrorista John Lark, quien planea utilizarlos para hacer armas nucleares. Pero el plan de Ethan fracasa cuando éste se ve obligado a elegir entre recuperar el plutonio y salvar a sus amigos. Ethan, por supuesto, decide salvarlos, ya sea por su eterna lealtad a su equipo, o porque tener que tener que encontrar otra manera de recuperar el plutonio sólo le añade una dimensión más al desafío.

Una dimensión adicional es que Repercusión, como una verdadera película de espías, juega con las lealtades de sus personajes y permite que el peligro crezca constantemente. Ilsa Faust (Rebecca Ferguson), una agente del MI6 que se incorporó a la misión de Hunt en una entrega anterior, regresa con una tarea que choca directamente con la de éste. Para recuperar el plutonio, Hunt debe ganarse la confianza de la Viuda Negra (Vanessa Kirby), una traficante de armas que trabaja para los Apóstoles, considerar el rescate de su enemigo mortal Solomon Lane (Sean Harris) y entregar a Ilsa a los malos. El final de la película, que elegantemente trae de regreso a la esposa de Hunt a la historia, es una jugada maestra tanto de guionismo como de villanía.
Un acierto de las últimas tres películas de la serie ha sido el mayor protagonismo de personajes que no son Ethan Hunt; hacer que su equipo de verdad se sienta como un conjunto con personalidades definidas con el que Hunt puede confiar de verdad. Repercusión no sólo trae de regreso a personajes como Luther; Benji e Ilsa, pero también le da un compañero y rival en la forma de August Walker (Henry Cavill), un agente de la CIA que recibe la tarea de supervisarlo después de su fracaso en Berlín. Walker es lo opuesto de Hunt. Si Hunt es un escarpelo, Walker es un martillo, dice Erica Sloane (Angela Bassett), la directora de la agencia. Nunca es esto más aparente–y divertido–que en la previamente mencionada pelea en el baño, en la que Hunt trata de inmovilizar a un presunto terrorista con aparatos y Walker con sus puños.
La fricción entre Hunt y Walker añade distintos matices a una lectura de la película. Uno es que Cavill, mejor conocido por interpretar a Superman en una película que de manera nada sutil compara al personaje con el Dios cristiano, una vez más tiene un papel clave en una película con explícitas referencias religiosas. Otro es que Cruise, de quien su estatura y porte se han convertido en blancos para chistes dentro de la comunidad cinéfila, se ponga cara a cara con alguien que se parece más a la figura escultórica que esperamos de un héroe de acción. La forma en que finalmente se trata la relación entre Hunt y Walker nos da una idea de qué tan dispuesto está Cruise a ceder el papel protagónico de esta franquicia.

Y es que siendo sinceros, ¿quién más se atrevería a hacer lo que Cruise hace aquí? Saltar desde un avión a gran altura, trepar un helicóptero, brincar entre los techos de los edificios de Londres y pilotear un helicóptero en picada. Cruise constantemente coquetea con la muerte e igualmente sale bien librado. Cada roce contribuye a su misticismo y aura divina. Esto no pasa desapercibido por la película en la que, cerca del final Luther y compañía tratan de desactivar los aparatos nucleares. Para hacerlo necesitan que Ethan haga su parte, pero su tarea es prácticamente imposible y han perdido todo contacto con él. Y sin embargo siguen adelante, un acto de pura fe de los apóstoles de Ethan Hunt.
Puede que la película no tenga otro propósito que acariciar el ego de Tom Cruise, de mantenerse vigente como la única verdadera estrella de cine de la actualidad, o de opacar los detalles de su controversial vida personal (qué más que personal es tema de pública). Puede que éstas películas sólo existan para hacernos creer que Ethan Hunt y por extensión Cruise son el mismo Dios. Pero si he de ser sincero, por las dos horas y media que duró Misión: Imposible – Repercusión, lo creí.