En ocasión del mes patrio, Cinépolis y Cinemex reestrenaron películas mexicanos del presente y el pasado. Algunas de ellas, consideradas como verdaderos clásicos, fueron películas que yo no había tenido la oportunidad de ver hasta ahora. Aquí mis despachos de la primera Fiesta del Cine Mexicano.

Dos tipos de cuidado

(Ismael Rodríguez, 1953)

La época de oro del cine mexicano le debe tanto al talento de directores como Julio Bracho y Emilio “El Indio” Fernández y actores como María Félix y Pedro Armendáriz como al apoyo de Estados Unidos; el apoyo del país vecino contribuyó a que en nuestro país se consolidaran estudios y un star system parecido al de Hollywood. En su mejor época, el cine mexicano produjo numerosos melodramas y comedias, pero también dio vida a un género totalmente nacional: el cine ranchero.

A ojos contemporáneos, una película Dos tipos de cuidado, parece una extraña combinación de musical, comedia de enredos y western, pues está llena de canciones, albures, y machismo. Cuenta de los rancheros Jorge Bueno (Jorge Negrete) y Pedro Malo (Pedro Infante) y sus maquinaciones para volver a enamorar a sus respectivas novias de la juventud María (Yolanda Varela) y Rosario (Carmelita González). Esto se complica pues, tras un año de no verse los mejores amigos, Pedro se ha casado y tenido una bebé con Rosario y Jorge está comprometido con otra mujer. No es que esto los vaya a detener; las obvias complicaciones prácticas y los deseos de sus amadas no son obstáculo para su terquedad y temperamento.

Para bien o para mal, el atractivo de las estrellas de cine de antaño como Negrete e Infante tiene que ver con los anticuados roles de género que se les asignaban a los hombres y mujeres en su momento. Afortunadamente, los dos logran compensar el machismo de sus personajes con verdadero talento y carisma. Las canciones de Dos tipos de cuidado combinan las impresionantes voces de los dos cantores con ingeniosas letras. Un perfecto escaparate para las dos es el “duelo” de música que Pedro y Jorge tienen en medio de una fiesta.

El director Ismael Rodríguez, toda una leyenda del cine mexicano, los apoya con una elegante técnica digno de Hollywood clásico. Movimientos de cámara y una acertada pantalla dividida enfatizan la acción y el drama. El guion está lleno de divertidos diálogos–el mejor es quizá un intercambio lleno de albures sobre aves entre Pedro y María–y su trama es un desorden perfectamente orquestado que culmina en una secuencia en que las dos parejas corren de un lugar a otro, escapando de ellos mismos, de un médico, del padre de la prometida de Jorge y del padre de Rosario. La locura se alarga a ratos, pero la película hace la decisión acertada de cortar a una canción cuando ésta se empieza a agotar. Aunque estrenada en 1953, cuando la época de oro estaba en declive, Dos tipos de cuidado sigue siendo una pulida y divertida reinterpretación de las costumbres y tradiciones de México.

★★★★

El lugar sin límites

(Arturo Ripstein, 1978)

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Una vez que terminó la época de oro, el estado empezó a invertir en el cine mexicano en un intento de rescatarlo. Contrario a lo que se esperaría de un cine subsidiado por un gobierno unipartidista como el México priista, los setentas fueron conocidos por una libertad creativa sin precedentes. Directores como Jaime Humberto Hermosillo y Felipe Cazals tuvieron la oportunidad de realizar películas desafiantes artística y políticamente.

Una película como El lugar sin límites, de Arturo Ripstein, es impensable en un momento anterior del cine mexicano. Esta adaptación de la novela de José Donoso se sitúa en un pueblo desierto que prácticamente le pertenece al rico cacique don Alejo (Fernando Soler), quien planea cortarles la luz eléctrica a los que quedan para que se vean obligados a irse y éste se pueda adueñar de sus propiedades.

A pesar de sus intenciones, don Alejo es bien querido, sobre todo por las prostitutas de la casa de Manuela (Roberto Cobo), una mujer transgénero que llegó al pueblo años atrás. La pieza central de la película es un flashback al primer día de Manuela en el pueblo, cuando don Alejo recién ha sido nombrado diputado y le promete el cielo y la tierra a sus representados. La escena en que Manuela baila para el bonachón dueño de la ciudad contrasta con la actualidad (tiempos que la película teje con un brillante corte), con el pueblo en decadencia y Manuela escondiéndose de Pancho (Gonzalo Vega), un viejo y abusivo cliente.

Central a la película es la relación entre el sexo y el poder. Se ve en cómo Manuela pasa su primera noche en el pueblo en la cama de la Japonesa (Lucha Villa), la matrona original de la casa, quien se acuesta con ella con tal de ganarle una apuesta a don Alejo. Si bien el intercambio se torna tierno pronto, es claramente una acción transaccional. El referente más obvio, sin embargo, es Pancho, quien a pesar de estar casado, trata de imponerse sobre Manuela y las demás mujeres de la casa. El comportamiento de Pancho no es muy distinto al de los protagonistas de Dos tipos de cuidado, sólo que en la película de Ripstein, éste es visto bajo una luz más crítica. Aquí, la imagen del “macho mexicano” aquí no es algo que valga la pena preservar.

Aunque situada en un ambiente deprimente y filmada con realismo, El lugar sin límites no deja de ser una película de grandes emociones. La forma en que sus numerosos personajes se conectan entre sí por anécdotas y pasiones no sólo son fieles a la vida en un pueblo pequeño en el que todos se conocen, pero también al melodrama. El diseño de la casa de Manuela, el uso del color rojo en el camión de Pancho y el vestido que Manuela usa en un tenso y provocador baile cerca del final, llaman atención a las intensas pasiones de sus personajes. Y el personaje de Manuela, una contradicción de sentido del humor y tragedia, es uno de los más desgarradores y poderosos del cine mexicano.

★★★★★

Rojo amanecer

(Jorge Fons, 1990)

Rojo amanecer

A pesar de la libertad permitida a los realizadores durante el periodo del cine subsidiado por el estado, todavía había ciertos temas que el gobierno consideraba no se podían tocar. Uno de ellos fue la matanza de Tlatelolco, en la que el ejército mexicano trató de reprimir a los grupos de estudiantes y otros civiles que en 1968 protestaron contra el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Fue con mucha dificultad que Rojo Amanecer de Jorge Fons, que retrata los eventos del dos de octubre desde los ojos de una familia de uno de los edificios de departamentos aledaños a la Plaza de las Tres Culturas, finalmente llegó a las salas de cine a pesar de su producción independiente y bajo presupuesto.

La familia de Rojo Amanecer es un microcosmos de la sociedad mexicana del momento. El abuelo, don Roque (Jorge Fegán), es un viejo militar que orgullosamente participó en la Revolución Mexicana. El padre, Humberto (Héctor Bonilla), es un funcionario público en el gobierno de la Ciudad de México. La madre, Alicia (María Rojo), es ama de casa. Los dos hijos mayores, Jorge y Sergio (Demián y Bruno Bichir, respectivamente) son universitarios y simpatizantes de las movilizaciones, por lo que se les ve como revoltosos. La hija adolescente, Graciela (Paloma Robles), aspira a vivir en una casa grande y elegante en Las Lomas. Carlos (Ademar Arau), el hijo menor, apenas cursa la primaria y vive ilusionado con las hazañas de guerra de su abuelo. El conflicto más intenso de la película se encuentra entre los puntos de vista de sus distintos miembros y su genuina preocupación por el bienestar del resto de la familia.

Rojo amanecer nunca trata de esconder su mentalidad política. Jorge y Sergio suelen hablar en apasionados discursos sobre las exigencias del pueblo, iluminando y justificando las acciones que el gobierno mexicano trató de reprimir. Hay algo de moralizante en la premisa misma de la película, en la que una familia relativamente indiferente a la realidad de su país se ve forzada a vivir en carne propia uno de sus episodios más traumáticos. El final, tan chocante por su violencia y caos, se siente como un llamado a la acción, un recordatorio de que nadie es ajeno a las injusticias que se desarrollan a su alrededor, y que sus peores consecuencias se pueden manifestar en cualquier momento.

El director Jorge Fons acompaña este discurso con una íntima mirada a la vida doméstica de la familia y un bien construido suspenso. Detalles que presagian la intervención militar, como el que se vaya la luz o se corte la línea del teléfono parecen en su momento complicaciones de todos los días, y la familia reacciona acordemente. Que todo se desarrolle en el interior de un apartamento contribuye a una sensación de claustrofobia e incertidumbre. Dado que no podemos ver lo que sucede en la plaza, tenemos que imaginarlo desde los distintos puntos de vista de sus personajes.

Han pasado cincuenta años de Tlatelolco y seguimos tratando de obtener una imagen completa. Pero sí sabemos más que entonces es gracias a una conversación que se mantuvo viva con testimonios, libros y por supuesto, películas como Rojo amanecer.

★★★★