(Bohemian Rhapsody; Bryan Singer, 2018)

No sé dónde quedo parado con Bohemian Rhapsody: La historia de Freddie Mercury. La película fue hecha con el sello de aprobación de miembros clave de Queen (uno de sus productores fue Jim Beach, el manager de la agrupación; el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor fueron consultores creativos) pero su guion parece armado con nada más que la página de Wikipedia de la banda. Su forma de aferrarse a los clichés de la biografía musical, sin darse cuenta que tantos de ellos ya están más allá de la parodia, es francamente vergonzoso. Pero está anclada a una actuación magistral y tan dedicada que sólo sería posible con un entendimiento profundo de la vida y complejidades de su personaje titular. No me sorprendería enterarme que Rami Malek, quien interpreta a Mercury, pasó más tiempo estudiándolo que todas las demás personas involucradas en la producción combinadas.

Enmarcada por su icónica interpretación en el concierto de beneficencia Live Aid en 1985, la película trata la historia de Queen de una manera cómicamente apurada. Cuando vemos por primera vez al joven Freddie Mercury, nacido Farrokh Bulsara, todavía se dedica a cargar maletas en el aeropuerto de Londres y por las noches frecuenta los bares locales para ver a la banda Smile, en la que tocan May (Gwilym Lee) y Taylor (Ben Hardy). Dado que la película tiene muchos años y muchos éxitos por cubrir, Smile pierde a su cantante original y contrata a Freddie para remplazarlo en cuestión de una noche. El bajista John Deacon (Joseph Mazzello) aparece prácticamente de la nada. Su primera gira y la grabación de su primer álbum ocurren en lo que se sienten como un par de días.

La primera parte de Bohemian Rhapsody, que cubre el ascenso de la banda (ahora bautizada como Queen) de los bares a los estadios, prácticamente no tiene una historia que contar. Es una colección de momentos clave que no nos dice nada de sus personajes salvo quizá que son un poco excéntricos en el estudio. Hay tomas de ellos colocando un amplificador en un péndulo y colocando monedas sobre tambores para lograr los sonidos únicos que definieron sus canciones. Esta parte no cumple otra función que permitir que la banda se felicite por su propio ingenio y que los conocedores sonrían con las referencias a su mitología.

Bohemian Rhapsody La historia de Freddie Mercury_1

La agonía y el éxtasis de la creación artística están totalmente ausentes. Ninguna parte de Bohemian Rhapsody hace que el componer, grabar y mezclar se sienta como la gran cosa. Contratos discográficos y oportunidades para conciertos parecen caer del cielo. Los miembros parecen llegar al estudio con una idea casi completa de cómo van a sonar “Seven Seas of Rhye”, “We Will Rock You” y “Another One Bites the Dust”. Sólo en la grabación de la canción que le da su nombre a la película se siente algo de esfuerzo, pero este es presentado más como un chiste, con Mercury insistiéndole a Taylor que cante “Galileos” cada vez más agudo y éste preguntándose quién es tal “Galileo”.

En cierto momento, Mike Myers interpreta a un ejecutivo de EMI que dice, prácticamente mirando a la cámara, que ningún adolescente va a querer tocar el himno de seis minutos “Bohemian Rhapsody” en su automóvil–en El mundo según Wayne, Myers interpretó a un joven que hizo justamente eso. La ironía de todo esto es que se siente tan forzado e insincero que sólo le roba a las canciones aquello que las hizo especial en un principio. En su tibio intento de cimentar el mito de Queen, la película sólo logra que ésta se sienta como cualquier banda.

El hambre y ambición que motiva a Freddie a combinar el rock n’ roll, la ópera y el pop más pegajoso termina siendo una incógnita. Lo mismo es cierto de su vida personal. El primer avance de Bohemian Rhapsody sugería una película que no se atrevería a tratar la homosexualidad de Mercury, algo lamentable que éste no sólo es un ícono gay, sino que también fue la primera estrella de rock que murió de VIH/SIDA. La película en efecto retrata a Freddie como un hombre homosexual, pero con cierta superficialidad, tan tabú como lo fue en los ochenta.

Su relación más importante, y la única cuyo componente físico por lo menos se sugiere, es aquella que tuvo con Mary Austin (Lucy Boynton), su novia de la juventud. Paul Prenter (Allen Leech), su posesivo y reprimido manager personal, es su pareja homosexual más prominente a lo largo de la película. Dado que está relación lleva a Mercury a las drogas, al sexo promiscuo y la peor etapa del cantante, la película se acerca demasiado a condenar la sexualidad de su personaje principal. Su gran momento de claridad ocurre cuando decide dejar a Paul y regresa a hacer música con sus compañeros casados y heterosexuales.

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La película sugiere que la noche oscura del alma de Mercury tiene que ver más con que internaliza los prejuicios de la sociedad a su alrededor (sigue viendo su preferencia sexual como pecado, entonces la vive como tal) y el conflicto de guardarle verdadero amor a Mary, aun si este amor no es romántico. Pero para una película que trata sobre Mercury eventualmente aceptándose a sí mismo,–su ascendencia farsi es otra fuente de vergüenza para él–no es claro que ésta lo acepte del todo. Es una película totalmente carente de deseo o pasión; la atracción que Freddie siente hacia Paul o quien finalmente sería su pareja en los últimos años de su vida, Jim Hutton (Aaron McCusker), nunca es palpable.

Bohemian Rhapsody está dirigida por Bryan Singer (quien fue despedido de la película antes de terminar la filmación, remplazado por Dexter Fletcher, de la infravalorada Volando alto) en el mismo piloto automático en que hizo su última película de los X-Men, en rígidas composiciones y movimientos de cámara mejorados digitalmente pero carentes de alma. Pero a pesar de sus muchos defectos y la torpeza general con que trata la vida de Freddie Mercury, me hizo sentir algo. La película, si no es muy humana, por lo menos logra tocar las notas correctas. Aunque los instrumentistas de Queen nunca reciben personalidades de verdad–Roger es tratado nada más como un mujeriego, hay un chiste sobre cómo Freddie no sabe a qué se dedicaba John–forman un conjunto cálido que apoya y acepta a Freddie por todo lo que pasa, aun cuando no lo entiende del todo. Y la secuencia final, su interpretación en Live Aid, por lo menos sugiere cómo los eventos que vimos de su vida, formaron a un showman y cantante único. La interpretación de Malek, el poder de la historia real de Freddie Mercury y una dosis abundante de los temas originales de la banda no la hacen una buena película, pero sí una que se digiere fácilmente y a ratos con gusto.

★★1/2