(First Man; Damien Chazelle, 2018)

Así como Dunkerque, la reciente obra maestra de Christopher Nolan, El primer hombre en la luna es una película sobre un evento histórico que está menos preocupada con lo que sucedió que en lo que se sintió estar ahí. La primera escena de la nueva película de Damien Chazelle nos muestra al astronauta Neil Armstrong (Ryan Gosling) en 1961, entonces apenas un piloto de pruebas en al avión hipersónico X-15, brevemente escapando la atmósfera de la Tierra. Bueno, “nos muestra” es un poco generoso. Vemos apenas los controles y el exterior del avión muy de cerca, lo poco que se aprecia del exterior desde las ventanas y los ojos de Armstrong mirando con total determinación a través de su casco. Todo a su alrededor se sacude por la extrema turbulencia. Sabemos que Armstrong se está elevando sólo porque su altímetro así lo dice y porque en cierto momento la cámara gira de tal manera que éste pasa a voltear hacia la parte superior de la pantalla. Todo es tan inmediato. Por un instante el cielo azul desaparece y la nave está flotando en calma absoluta en el espacio. Qué ausencia de control siente uno en estos momentos. La nave reingresa a la atmósfera y Armstrong trata de maniobrar la nave para aterrizar en el Desierto de Mojave en California. Pero los controles de este aparato de alta tecnología le fallan por un instante y por un momento el haberle confiado su vida a un aparato de alta tecnología que se mueve a miles de kilómetros por hora se siente como un error.

En lugar de darnos una presentación formal de Armstrong, la película corta del aterrizaje a una niña de dos años posada debajo de un gigantesco aparato médico. La niña es Karen (Lucy Stafford), la hija de Neil y su esposa Janet (Claire Foy), quien pronto moriría consecuencia de un tumor cerebral. La forma en que la película nos muestra esto es devastadora. Corta de la mano de Neil acariciando a su debilitada niña a una serie de rostros afligidos que no inmediatamente nos dicen que se trata de un funeral.

Encuadernada por dos vuelos históricos y momentos en los que Armstrong debe contemplar el perder a su familia como la conoce para siempre, El primer hombre en la luna cuenta una historia sobre lo imposible y cómo conquistarlo. Su trama sigue el largo proceso de prueba y error que siguió Estados Unidos para vencer a la Unión Soviética en logros espaciales. Después de quedarse atrás en viajes tripulados a la órbita terrestre, una combinación de brillantes ingenieros, temerarios pilotos y millones de dólares de los contribuyentes resultarían en el “gran salto para la humanidad” que daría Armstrong el 20 de julio de 1969.

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¿Fue éste tiempo y dinero bien invertido? La carrera espacial coincidió con uno de los periodos más tumultuosos en la historia de los Estados Unidos, marcada por la lucha por los derechos civiles y la oposición pública a la Guerra de Vietnam, ambas preocupaciones más inmediatas. La conexión con esta última, que aparece apenas como un anuncio en la radio, me intriga en particular. Pienso en la anécdota que cuenta cómo Lyndon B. Johnson, presidente de Estados Unidos durante parte importante de la guerra y el programa espacial, infamemente se rehusó a retirar a sus tropas de Vietnam por temor a deshonrar los esfuerzos de su predecesor. Algo similar sucede con los líderes de las misiones Gemini y Apolo en El primer hombre en la luna. Después de que tanto dinero se ha invertido y tantos pilotos se han perdido, renunciar a ella parece impensable.

En cierta forma, todo esto se siente un poco absurdo. La secuencia que muestra la misión del Gemini 8, en la que Armstrong y su compañero David Scott (Christopher Abbott) deben acoplarse con el vehículo no tripulado Agena, es indudablemente tensa y llena de bellos efectos especiales, pero dado que está acompañada de una pieza musical que momentos antes vimos a Neil y Janet bailar, es difícil no hacer una conexión entre los dos. Pensé en los créditos de apertura de la película de Stanley Kubrick Dr. Insólito o cómo aprendí a no preocuparme y amar la bomba, en la que música romántica acompaña la imagen de naves uniéndose para compartir combustible. Uno de los puntos más importantes de la película de Kubrick es que las grandes misiones emprendidas por los hombres en el poder se reducen a algo tan vulgar como el sexo. Por un momento pensé que Chazelle podría estar diciendo lo mismo.

El primer hombre en la luna contiene un elenco amplio y capaz: Jason Clarke, Kyle Chandler, Corey Stoll (quien interpreta a un arrogante y prepotente Buzz Aldrin, el segundo hombre en la luna), Pablo Schreiber, Patrick Fugit, Lukas Haas, Shea Whigham, Brian d’Arcy James interpretan a varios de los hombres responsables de cumplir esta imposible hazaña. Janet y las demás esposas de los astronautas quedan mayormente relegadas a papeles secundarios. Esta impotencia se siente en la actuación de Foy, quien a ratos es tan incapaz de contener a su esposo como él es incapaz de controlar las inhóspitas condiciones e infinitas variables de viajar en el espacio. Su Janet es tenaz, pero también un poco melancólica; sabe que no puede frenar a Neil, pero tampoco está segura de que quiere hacerlo. Pero en su conmovedora imagen final, la película sugiere que la hazaña histórica que acabamos de presenciar fue de alguna manera un esfuerzo conjunto.

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Las escenas situadas dentro de la casa Armstrong contienen su propia electricidad. Muestran escenarios domésticos sueltos y frecuentemente sin un punto claro, con la cámara moviéndose libremente, a veces muy de cerca. El celuloide de 16 milímetros las hace sentir más como películas caseras. De vez en cuando regresamos al rostro de Neil, mirando con la misma intensidad que hace en sus repetidos viajes al espacio, lo que nos cuenta de un hombre de familia amoroso, pero también distante y tan enfocado en casa como lo es en su labor.

A lo largo de su carrera, Ryan Gosling no ha demostrado un enorme rango actoral, pero sí la astucia para elegir papeles que complementen la personalidad que ha cultivado. Es una genuina estrella de cine. Su Neil puede ser algo inexpresivo, pero está hecho de esa manera. Frecuentemente nos ponemos en el lugar de Janet, quien tiene que interpretar lo que él siente y está guardándose a sí mismo. El funeral de Karen es particularmente impactante porque Neil mantiene un rostro serio hasta que encuentra un momento a solas para soltar las lágrimas. ¿Será porque el impacto de la tragedia tardó tanto en cristalizarse dentro de él? ¿O porque eso es algo que siente que no se debe mostrar? La actuación de Gosling nos sugiere las dos en igual manera.

Hay una figura que, a lo largo de la película, debería ser más importante de lo que termina siendo: la luna misma. Los momentos en que sus personajes miran al cielo para contemplarla son los menos inspiradores de ella. El primer hombre en la luna se mueve con un potente impulso, tan motivada por llegar a la luna que nunca se pregunta por qué hacerlo vale la pena. Pero cuando la película finalmente llega ahí es difícil cuestionarlo. Después de haber logrado algo que se creía imposible, Armstrong no luce poderoso, sino más bien entregado totalmente a su propia vulnerabilidad humana en la inhóspita superficie de la luna. Es él venciendo la mortalidad, triunfando donde otros murieron tratando de llegar; pero, extrañamente, también entregándose a ella, mirando hacia el espacio y el terreno lunar y descubriéndose tan pequeño. Es precioso.

★★★★1/2