(Alfonso Cuarón, 2018)
Roma es la primera película que Alfonso Cuarón dirige después de conquistar los Óscares en 2013 y es, en más de una forma, un regreso a sus raíces. Es parcialmente una producción mexicana, ambientada en la Ciudad de México al inicio de los setentas y basada en los recuerdos del director de haber crecido en la colonia de la que la película toma su nombre. Pero en lugar de contarnos la historia del avatar de un Cuarón infantil, Roma se enfoca en Cleo (Yalitza Aparicio), una joven mixteca que trabaja como empleada doméstica para una familia de clase media muy parecida a aquella en la que creció el director.
Cuarón trata de mostrarnos su propia infancia a través de la experiencia de alguien más, un enfoque que determina prácticamente todas las decisiones creativas de Roma. La apariencia de la película existe en un limbo entre el documental y la nostalgia. Fue fotografiada con cámaras digitales de gran formato, de manera que podemos apreciar cada detalle de su espacio, ya sea si la vemos en una pantalla de cine o en la televisión (siempre y cuando uno tenga una buena conexión a internet; la película está disponible en Netflix, quien adquirió los derechos de distribución desde el inicio).
Esto se agradece, pues la combinación de una elaborada producción a gran escala y efectos especiales hacen una increíble recreación de la Ciudad de México de la época. Vemos las tiendas, los cines de antaño, las plazas públicas y podemos sentir que estamos ahí. La película nos transporta totalmente. Al mismo tiempo, el uso del blanco y negro no puede evitar que todo se sienta un poco romántico (sin albur), como algo que no pasó del todo en realidad.
Cuarón está caminando sobre la cuerda floja; lo que trata de hacer en Roma no es nada fácil. Quizá para no azucarar eventos que seguramente significaron mucho para él desde una muy temprana edad, también fotografía Roma guardando cierta distancia, en prolongados planos abiertos que dan más protagonismo a los espacios que a los personajes. Totalmente ausentes están los virtuosos planos secuencia que él y Emmnauel Lubezki idearon para Gravedad o Niños del hombre. Aquí la cámara hace cuando mucho pequeños movimientos laterales que siguen a los actores por el espacio sin despegarse de su propio eje. La intención no es amplificar la emoción, sino tratar de ser lo más objetivo y neutral posible y dejar que la historia hable por sí misma.

Soy de la opinión de que Cuarón en general lo logra. Tanto o más fascinante que la película misma ha sido la discusión que ha surgido desde su estreno en festivales. Como director, guionista, fotógrafo y uno de sus productores, Cuarón ejerce un control casi absoluto sobre la historia, pero no nos da muchas pistas para descifrarla. Esta ambigüedad e incertidumbre permite que cada quien la aborde sacando a relucir sus propios prejuicios y concepciones sobre temas tan delicados como son las diferencias de clase, el machismo y la política mexicana en el siglo XX; también que diversos puntos de vista han iluminen algunos de los puntos ciegos de la película. Hasta aquellos que han sido críticos de ella reconocen que es un excelente punto de partida para iniciar conversaciones muy necesarias.
Y es que hay muchas maneras de interpretar la película. Los créditos de apertura, que colocan uno al lado del otro los nombres de Aparicio y Marina de Tavira, quien interpreta a Sofía, la madre de la familia que emplea a Cleo, nos dicen que Roma es la historia de dos mujeres que sufren aflicciones similares, pero que por sus diferentes posiciones sufren de maneras muy diferentes. Al inicio de la película, Antonio (Fernando Grediaga), el esposo de Sofía y un médico del IMSS, deja a la familia para ir a un congreso en Canadá y más adelante busca excusas para no regresar. Cleo, por su parte, queda embarazada de su novio Fermín (Jorge Antonio Guerrero), un joven karateca de Ciudad Nezahualcóyotl quien la abandona tan pronto se entera de la noticia.
El que sus experiencias sean tan similares nos sugiere que el machismo mexicano no conoce clases sociales, pero también que éstas mismas clases crean un abismo tan grande que la empatía no puede sortear. Hay una escena en la que Sofía llega a la casa, visiblemente consternada y chocando el Ford Galaxie de su esposo en la muy estrecha cochera de la casa, y le dice a Cleo que ellas, como mujeres “Siempre estamos solas. No importa lo que te digan”. Es un diálogo que a primera vista sugiere un entendimiento de su situación compartida y que las pone al mismo nivel. Hasta que recordamos que en ningún momento antes Sofía había mostrado preocupación por lo que hizo Fermín. La actuación de Tavira, la forma en que levanta la voz, la toca de manera condescendiente y después se retira a su habitación nos cuenta de alguien que no busca ni ofrece consuelo, sólo quiere un recipiente para su propio dolor. Sofía no tiene idea del sufrimiento de Cleo, pero Cleo vive el de Sofía cada momento de su vida.

Sus formas de lidiar con este dolor, por supuesto, son también drásticamente diferentes. Sofía puede chocar el carro de Antonio (dos veces, por lo menos), venderlo, comprarse uno nuevo, pegarle y levantarles la voz a sus hijos en breves arranques de ira y después llevárselos un fin de semana a Veracruz, por no decir lo que puede gritarle a Cleo. La empleada no puede ni siquiera advertirle a la señora que está a punto de manejar entre dos camiones donde claramente no cabe. Cleo lidia con todo esto con una paciencia y bondad que rayan en lo divino, pero vale la pena preguntarse si de verdad le queda otra opción. ¿Podría Cleo darse el lujo de sufrir como Sofía sin perder su empleo y su forma de vivir?
El final de la película involucra un acto de sacrificio que puede interpretarse como un gesto de bondad y amor puro, pero también como un intento de acatar sus responsabilidades y así proteger la precaria estabilidad que tiene como empleada de una familia más o menos adinerada. Hay un detalle que me llamó la atención de la secuencia en que Cleo finalmente da a luz. Ella y Teresa (Verónica García), la madre de Sofía, llegan a la recepción del hospital en el que trabaja Antonio y rápidamente son atendidas, quitándole el lugar a otra mujer embarazada que al parecer llevaba bastante tiempo esperando.
Cuarón nos mantiene conscientes de que la historia de Roma, aunque transcurre en el mismo espacio geográfico, sucede en dos mundos distintos. Hay tomas que llaman atención a artículos que algunos probablemente podrán recordar con nostalgia: juguetes, carteles, programas de televisión y hasta una escena de la película Abandonados en el espacio. En estos momentos se siente la mano de un director que, a pesar de sus intentos de ser neutral, no puede evitar mostrar afecto a los objetos que marcaron su infancia, pero también de uno dispuesto a reconocer que estos mismos pueden significar algo totalmente diferente para alguien cuya experiencia fue totalmente distinta a la suya.

En Roma, lo que sucede en el fondo es tanto o más interesante como lo que sucede en un primer plano. Es en este fondo donde Cleo muchas veces se desenvuelve; hay tomas compuestas de tal manera que ella podría no estar ahí sin romper la dinámica de la imagen. Vemos a la familia antes que la vemos a ello. Es un reconocimiento de que su trabajo y presencia son prácticamente invisibles y dadas por sentado. Lo que es más devastador del final de Roma, más que el acto de sacrificio de Cleo, es cómo éste apenas parece cambiar la dinámica familiar. Es cómo si esto fuera lo que se espera de ella y la familia no pudiera reconocerlo.
Roma es un intento admirable de retratar la experiencia personal a través de otros ojos, pero es también un intento incompleto. Aunque la historia se enfoca en Cleo, la dirección de Cuarón es una crónica de cómo él se trata de identificar con este personaje. El sutil uso de propaganda con el logo del PRI y el nombre del presidente Luis Echeverría Álvarez (que vemos en todas partes, nunca como el punto focal de la imagen), nos previenen para una tragedia nacional mediante pistas que son fáciles de ignorar desde un punto de vista privilegiado de la clase media. Apenas hay referencias a la familia de Cleo y su única amistad más o menos cercana es con Adela (Nancy García), la otra empleada doméstica de la familia. La película cuenta con unos pocos primeros planos al expresivo rostro de Aparicio; brillantemente utilizados, pero que finalmente no bastan para contarnos todo lo que ella está pasando dentro de ella.
Para mí, el mayor emblema de los problemas y virtudes de Roma es la dedicatoria final de la película. “Para Libo,” lee un texto, haciendo referencia a Liboria Rodríguez, la empleada doméstica con la que Cuarón creció. No digo esto para condenar la película, meramente para señalar las ambiciones y limitaciones de un proyecto así. En esas dos palabras queda contenido todo el amor, compasión y admiración que el director seguramente sintió hacia ella, pero también la idea de que la película finalmente es un tributo de Cuarón hacia ella y no verdaderamente su historia.