(Bumblebee; Travis Knight, 2018)

Michael Bay puede nunca haber sido un director bueno, pero no hay duda de que es un verdadero autor. Pocos cineastas de Hollywood han cultivado un estilo particular y una voz tal como lo ha hecho él a lo largo de más de veinte años de carrera y trece películas y contando. Las explosiones, las mujeres en poca ropa, los cortes rápidos, el impulso a hacer que cualquier toma luzca preciosa y cara (no importa su relación con la historia o las tomas que vinieron antes) y un odioso sentido del humor son algunos de sus sellos característicos. Hasta cuando adaptó la línea de juguetes de Hasbro en Transformers, y sus cuatro secuelas, Bay nunca se dejó de sentir detrás de la cámara.

Bumblebee, la primera película de esta saga sobre robots asesinos que se convierten en automóviles que no cuenta con Bay en la silla del director (sigue a bordo como productor), fue desde el principio una propuesta incierta. Por un lado, sin él detrás del volante, la tan odiada serie finalmente podría producir una película con una historia y escenas de acción coherentes. Por otro lado, éste también podría terminar como un producto de alto presupuesto cualquiera, dos horas en el cine sin nada bueno ni malo que ofrecer.

Afortunadamente para la serie, y para el público que se escapa a la pantalla grande en la temporada de Navidad, Bumblebee cumple y hasta supera expectativas, aun cuando  nada en ella es tan memorable como la imagen del titular robot orinando sobre (perdón, lubricando a) John Turturro. El director Travis Knight hizo de la épica mitológica animada Kubo y la búsqueda samurái una de las mejores películas del 2016 pero aquí logra un milagro más grande: le da un palpitante corazón a una franquicia que en realidad nunca lo tuvo.

No sé qué tanto control tuvo Knight sobre el prólogo animado de la película (películas de esta escala no siempre involucran demasiado a sus directores en los efectos visuales), en la que Cybertron, el planeta de los autobots (los robots buenos), finalmente cae en manos de los decepticons (los robots malos), pero es una mejora considerable sobre la forma en que Bay fotografía sus escenas de acción. La cámara (aun si es una simulación por computadora), se mueve con gracia y agilidad, acercándonos lo suficiente para registrar el impacto de cada golpe metálico, pero nunca demasiado que perdemos quién es quién y dónde encajan en el espacio. El diseño mismo de los robots también ayuda. El uso de formas más limpias no sólo recuerda a los personajes de la caricatura original; por primera vez nos permite distinguir donde termina uno y donde empieza otro.

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Después de una trágica derrota, el líder autobot Optimus Prime (voz de Peter Cullen) da la orden a sus compañeros de esparcirse por la galaxia. B-127, el robot pronto conocido como Bumblebee, aterriza en el planeta Tierra, donde interrumpe un ejercicio de entrenamiento de una agencia secreta del gobierno de Estados Unidos, quienes lo reciben como un invasor hostil. Esta secuencia de acción inicia prácticamente en cuanto el prólogo termina, pero no se siente agotadora porque la película sabe el momento indicado para respirar y colocar un chiste.

Donde otras películas de Transformers usaban cualquier excusa para viajar alrededor del mundo, Bumblebee se desarrolla mayormente en una pequeña ciudad del norte de California, donde Bumblebee se esconde disfrazado como viejo Volkswagen Beetle amarillo hasta que es descubierto por Charlie (Hailee Steinfeld), una joven de dieciocho años aficionada a la mecánica. Charlie quiere restaurar el carro para no tener que ir y regresar al trabajo en su vieja motocicleta, pero más que nada para que algo la distraiga de la reciente muerte de su padre, que su madre Sally (Pamela Adlon) y su hermano Otis (Jason Drucker), parecen haber aceptado con mayor facilidad.

No hay nada profundamente original sobre Bumblebee; una vez que Charlie y el autobot se encuentran, la película trata de embonar la trama de E.T. el extraterrestre o El gigante de hierro dentro del contorno de una franquicia preexistente. Sus emociones son planteadas con algo de torpeza: todos los días Charlie se levanta y saluda una fotografía de su padre y en una ocasión, mientras trabaja en un Corvette que los dos alguna vez quisieron restaurar, se rinde y dice “No puedo hacer esto sin ti”. No es necesariamente lo que haría una persona afligida por la muerte de un ser querido, pero sí lo que haría una película que quiere hacernos pensar que así es.

Estas bases, aunque rudimentarias y hasta trilladas, funcionan. El vínculo entre Charlie y Bumblebee se siente real. Uno de los chistes más molestos de la serie principal, el que Bumblebee pierda su voz y tenga que comunicarse a través de fragmentos de canciones en la radio, le da una dimensión más a la escena en que Charlie por primera vez descubre el disfraz del robot. Se siente como el vínculo no hablado entre una niña y su mascota (muchos han hecho la apropiada comparación con un caballo). El momento brilla gracias a la actuación de Steinfeld, quien transita entre el shock, la curiosidad y finalmente la ternura; y los efectos visuales, que nos convencen que estos dos pueden tocarse tan fácilmente.

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Parece sacrílego que una entrega más en una franquicia tan odiada como éste trate de imitar a un clásico como E.T., aún con el mismo Steven Spielberg como productor ejecutivo, si no puede producir una criatura tan enternecedora como aquella, pero Bumblebee se acerca bastante. Sus ojos curiosos y sus tímidos y pesados movimientos son un divertido contrapunto a su inherente capacidad asesina. Bumblebee puede usar su brazo derecho como un poderoso cañón pero se asusta con una cafetera. Su cara de metal animado por computadora nos convence del afecto que pronto desarrolla por Charlie. Él da la mejor actuación de la película–un cercano segundo lugar lo ocupa Adlon, quien aún en un papel reducido comunica efectivamente el amor y la frustración de una rebelde joven de dieciocho años; a ratos recuerdan a Laurie Metcalf en Lady Bird, lo que siempre es algo bueno.

Bumblebee puede ser algo genérica para el gusto de muchos. Es una precuela ambientada en los ochentas, algo que aprovecha para tomar prestado, no sólo de las películas de esos años, sino también de la cultura pop actual que añora por ellos (te estoy viendo, Stranger Things). Es una película en la que no hay más películas y series de televisión que El club de los cinco o Alf, y en la que nadie escucha música hecha en otra década (aunque su uso de la canción “Girlfriend in a Coma” de The Smiths es nada menos que brillante). El elenco secundario parece sacado de una comedia de John Hughes, con todo y matones de preparatoria con mínima personalidad y un tímido pero bien intencionado nerd (Jorge Lendeborg Jr.) que está enamorado de Charlie. Pero con esta base familiar, la película teje momentos de emoción genuina, como un especialmente conmovedor abrazo entre la joven y su robot mascota y un quizá ilógico pero precioso momento en el que las constantes referencias al entrenamiento de Charlie como clavadista finalmente cobran sentido.

Puede que Bumblebbe no sea una obra de arte, pero es un bienvenido correctivo a los peores impulsos de Michael Bay, incluyendo su propagandística reverencia hacia el ejército de Estados Unidos. La institución está representado por el agente Jack Burns (John Cena, totalmente en modo cómico), quien en un principio jura venganza pero termina respetando y simpatizando con el robot amarillo. La verdad es que para el final de la película yo también quería darle un saludo de admiración. Bumblebee finalmente rescata esta franquicia de la chatarra cinematográfica. Eso no es poca cosa.

★★★1/2