(If Beale Street Could Talk; Barry Jenkins, 2019)
No se puede negar que, a pesar de los avances que ha hecho en décadas recientes en materia de derechos civiles, Estados Unidos sigue siendo un país desigual, dividido por razas y clases, factores que hasta hoy en día se mantienen desafortunadamente ligados. La abolición de la esclavitud en el siglo XIX y el fin de la segregación en el XX no curó los pecados originales del país; aunque en papel todos sus ciudadanos gozaban de los mismos derechos, políticas de desarrollo urbano y persecución criminal se aseguraron de mantener esas divisiones. Las barreras no fueron derribadas, más bien se volvieron más nebulosas y cómodas.
Si la colonia hablara, la primera película de Barry Jenkins después de que su Luz de luna ganara el Óscar a mejor película, quisiera ser una historia de amor como cualquier otra, pero no puede escapar las adversidades que siglos de historia han construido a alrededor de sus dos amantes. Basada en la novela de James Baldwin de 1974 y ambientada contemporáneamente, la película cuenta de Clementine “Tish” (KiKi Layne) y Alonzo “Fonny” (Stephan James), dos jóvenes de Harlem que se conocen desde pequeños, se vuelven mejores amigos y a los 22 años de él y los 19 de ella convierten en pareja. La confianza y tacto entre ambos se nota en la forma que se miran y se tocan. Jenkins no trata de esconder el nerviosismo que ella siente la primera vez que hacen el amor, pero podemos ver en las acciones de Fonny cómo él lo percibe y trata de ser lo más sensible y atento posible.
Ahora que quieren empezar una vida juntos, se enfrentan a que muy pocos propietarios de Nueva York quieren rentarle un apartamento a una pareja negra como ellos. La mayoría de los prejuicios que los dos se enfrentan son de este tipo, pequeñas acciones que se acumulan para generar un persistente aislamiento dentro del mundo que habitan todos los días. A esto, la película le presta particular atención. Tish, quien trabaja detrás del mostrador de perfumería en una tienda departamental, está atenta a las tan distintas formas en que hombres tanto blancos y negros se le acercan, la miran y la toman de la mano; unos como persona y otros como propiedad. Son actitudes como éstas las que los obligan a actuar siempre a la defensiva: en su búsqueda de departamento, Fonny desconfía de Levy (Dave Franco), un simpático propietario judío porque su oferta suena demasiado buena para ser verdad.

La trama de Si la colonia hablara se desarrolla en dos tiempos paralelos: antes y después de que él es acusado falsamente de violar a una mujer puertorriqueña, Victoria Rogers (Emily Rios). La acusación es absurda, ambos lo saben, pero él sin embargo es puesto en prisión en lo que llega la fecha de su juicio. Por un lado, dividir la historia de esta manera crea un trágico contraste entre el tiempo más feliz y el más doloroso de su relación. La escena en que Fonny y Levy juegan a instalar un refrigerador y una estufa imaginarios en el apartamento es una de júbilo puro, pero también lo más cerca que la pareja estará de que éste sueño se haga realidad. De la certeza de que iban a pasar su vida juntos, Tish pasa a poder verlo sólo detrás del vidrio del cuarto de visitas. Tish, quien pronto se da cuenta de que está embarazada y probablemente tendrá que dar a luz a su hijo con su padre detrás de las rejas, también tiene que esforzarse por mantener un trabajo y demostrar su inocencia; algo difícil en un sistema legal tan costoso.
Jenkins, trabajando con un presupuesto considerablemente más alto que el de Luz de luna tiene más libertad para que la película se desarrolle, menos como narrativa y más como poesía. El director siempre ha dado voz a su admiración por la cineasta francesa Claire Denis, y aquí se notan ciertos homenajes, incluyendo una toma que parece sacada directamente de Una bella luz interior. Si la colonia hablara está fotografiada en formato digital, pero por la forma en que los distintos tonos de colores rebotan de los rostros de sus personajes y la calidez e intimidad de sus entornos, parece extraída directamente del momento en que se ambienta. La partitura de Nicholas Britell contribuye a ese sentimiento de que la pareja tiene todo el tiempo del mundo, a pesar de los hechos. Pero más impresionante que nada son los rostros de los mismos actores, los cuales Jenkins en repetidas ocasiones nos permite ver de cerca y de frente en todo su potencial expresivo.

La película se siente tan íntima y específica aun cuando se basa en problemas compartidos por millones. Aquí, lo social se vuelve personal. Las mismas adversidades dan lugar a distintas reacciones, a personas que hacen lo que pueden para preservar su humanidad. Sharon (Regina King), la madre de Tish, es lo más cercano que la película ofrece a una roca de fortaleza pura e inspiración, pero no todos pueden obrar como ella. Está Daniel (Brian Tyree Henry), el amigo de Fonny quien, tratando de navegar un sistema legal arreglado en su contra, escogió el mal menor y aun así terminó en la cárcel. Está la misma acusadora de Fonny, quien a medida que la película progresa se revela como una víctima de las circunstancias tratando de dejar atrás uno de los momentos más traumáticos de su vida. Está la madre (Aunjanue Ellis) de Fonny quien está convencida de que su hijo está en la cárcel por obra de Dios; una prueba para hacerlo mejor persona antes de que él y Tish traten de formar una familia. Está el papá (Michael Beach) de Fonny, un ladrón por necesidad que no comparte el punto de vista de su esposa, al punto de golpearla cuando dice algo fuera de lugar.
Más que una colección de anécdotas, Si la colonia hablara muestra una forma de ver el mundo. Llama particular atención la escena en que Tish y Fonny se encuentran por primera vez con el policía Bell (Ed Skrein), el oficial que lo termina incriminando y poniendo en la cárcel. Él es lo más cerca que la película tiene a un villano, pero más que demonizar al cuerpo de policía, su participación muestra cómo la pareja probablemente lo vería a través del filtro de su propia experiencia: una figura de autoridad que podría acabar con sus vidas sin sufrir ninguna consecuencia. Es un miedo muy palpable. Un Estados Unidos más justo no puede construirse sólo mediante un reconocimiento de las injusticias que se han cometido, sino también con una conciencia del costo que generan en un nivel humano, todos los días.