(Leto; Kirill Serebrennikov, 2019)
Parte importante de ser joven es rebelarse contra cualquier figura de autoridad, sea cual sea la forma que tome. Para los jóvenes músicos del Leningrado de inicio de los ochentas, retratados en Leto: Un verano de amor y rock, este papel es ocupado por el instrumento gubernamental de la Unión Soviética y la variedad más reciente de la ideología comunista que la rigió por casi un siglo. El arma cultural para combatirlos es la música de artistas occidentales como Lou Reed, Marc Bolan de T. Rex, Iggy Pop y David Bowie.
La historia real de las bandas Kino y Zoopark es contada con los vocalistas de ambas bandas en una relación de maestro y discípulo y como los dos lados de un triángulo amoroso. Al enfocarse en un breve pero formativo periodo para ambos, tiene menos en común con el enfoque amplio y apurado de películas de Hollywood recientes como Bohemian Rhapsody o Rocketman que con la infravalorada Descubriendo a Morrissey, sobre el vocalista de The Smiths.
Mike Naumenko (Roman Bilyk, a su vez vocalista de la banda Zveri) es el cantante de Zoopark, una verdadera sensación en la escena local, pero su vida está lejos de ser glamorosa. Él y su esposa Natalia (Irina Starshembaum) viven con su bebé en un departamento comunitario, sujetos constantemente a quejas y reclamos de sus vecinos (quienes, siendo justos, son más atentos con el pequeño que ellos mismos); no obstante, parte de ellos todavía se comporta como adolescentes. Cuando Mike y su séquito de amigos no están tocando, los vemos en la playa metiéndose desnudos al mar.
Es en una reunión como ésta donde Mike y Natalia conocen a Viktor Tsoi (Teo Yoo), un joven guitarrista y cantante. Viktor es talentoso, Mike se da cuenta, pero sus canciones, acústicas y de ritmo casi infantil, difícilmente son del gusto de los jóvenes locales. Inflexible en cuanto a su estilo, Viktor se resiste a sugerencias de probar algo más melódico o inspirado en los Sex Pistols, por ejemplo.
Mucho del tiempo de duración de Leto se le dedica a episodios como éste, con los músicos ideando canciones y puliéndolas a por medio de sugerencias mutuas. La película en sí tiene una atmósfera casera y comunitaria. Sus fantásticos números musicales, por ejemplo, toman ocurrencias más o menos comunes y las avivan con crudas animaciones como dibujadas en plumón que añaden las letras de “Psycho Killer” de Talking Heads, o convierten uno de los tranvías de la ciudad en una nave espacial. Como para recordarnos que sus personajes viven para romper las reglas, las animaciones de vez en cuando se salen literalmente de la pantalla de formato panorámico y añaden destellos de color rojo a la fotografía en blanco y negro.

Ocasionalmente, uno de los personajes secundarios se acerca a la cámara con un letrero que nos dice que lo acabamos de ver nunca pasó; es un gesto que recuerda las anécdotas de dudosa veracidad o totalmente inventadas que componen parte importante de la mitología y legado de numerosas bandas de rock.
Uno de estos episodios encuentra a los amigos de Mike armando un alboroto en un tren cuando un hombre mayor los regaña por su ropa y gustos musicales. Fuera de este caso, la rebelión de Mike y compañía es relativamente poco radical y hasta conformista. El mismo club donde tocan está bajo la supervisión del partido comunista y los interesados en tocar ahí deben presentar sus letras para revisión y previa censura. La imagen de un club de rock en la que los asistentes no se pueden parar o levantar carteles, vigilados de cerca por oficiales soviéticos es algo bizarra y cómica, pero también una efectiva síntesis del conflicto central de la película.
Cuando Natalia le confesa a Mike que se siente atraída hacia Viktor, su esposo trata de portarse comprensivo y acomodador. Ella le pide su permiso para besar a Viktor y él accede. Pero se nota que la confesión lo hiere y los celos lo consumen, aun si trata de ocultarlo y no tomar acción. Los prejuicios de nuestro entorno influyen en nosotros, aun cuando conscientemente los rechazamos. Es difícil ser tan rebeldes como quisiéramos.
Y los rebeldes de una época se convierten en los defensores del estatus quo de otra. A los pocos años de los eventos de Leto, el secretario general de la Unión Soviética Mikhail Gorbachev presidiría la serie de reformas (conocidas colectivamente bajo el nombre de “perestroika”) que empezarían a abrir y descentralizar la economía soviética abriendo el camino para la Rusia capitalista. Bajo este lente, la música de Kino y Zoopark se siente menos como un símbolo de contracultura que en un presagio del nuevo orden cultural y político.
Ser joven es ser un por lo menos un poco ingenuo, supongo. Leto: un verano de amor y rock parece tener poco interés en la durabilidad de esta escena musical y más en su intensidad; menos en cómo sus personajes cambiaron el mundo y más en cómo alguna vez sintieron que podían hacerlo. El agridulce epílogo de la película nos recuerda que la contracultura que encabezan Mike y Viktor parece destinada a no durar por mucho más tiempo, tristemente. El título, una transliteración de la palabra rusa para “verano,” trae a la mente un periodo soleado, optimista, pero sobre todo finito.