(Stuber; Michael Dowse, 2019)
He de ser honesto. Mi interés por ver y consecuentemente escribir sobre Stuber: Locos al volante tiene menos que ver con la película en sí que con el fenómeno que la inspira. Desde su inicio de operaciones en 2010, Uber se ha convertido en un verdadero gigante; no obstante, su explosivo crecimiento ha hecho a la compañía de transportes establecida en San Francisco blanco de numerosas críticas. Entre las más sonadas, que su modelo de negocios es básicamente insostenible, apoyado en los miles de millones de dólares de inversionistas persiguiendo un monopolio y el mito de que su variedad particular de “innovación disruptiva” de alguna manera es el futuro del transporte alrededor del mundo.
La imagen de Uber ha sido tanto o más importante para su apogeo que el servicio que ofrece. Y una película como Stuber viene a hacer para ella lo que Aprendices fuera de línea, aquella olvidable comedia protagonizada por Vince Vaughn y Owen Wilson, hizo para Google en 2013: traerle legitimidad Hollywoodense. Creativamente, una película como Aprendices fuera de línea, hecha con la supervisión de Google, estaba condenada desde el principio. Odio citar este punto, pues ha sido empleado de mala fe para defender algunos de los peores vicios y estereotipos en la cultura pop, pero uno de los mayores poderes de la comedia es su capacidad de ser transgresiva. La complicidad corporativa es prácticamente contraria a lo que el género representa.
No hay indicios de que un trato similar ocurrió detrás de las escenas de Stuber, aunque no me sorprendería. Pude rastrear el dato de que la estrella Kumail Nanjiani dijo “Uber odia esta película, por cierto,” al público que vio la película en una convención, “es como si Titanic hubiera sido hecha para los cruceros Carnival”. No obstante, en ella no hay nada que haga lucir particularmente mal a la compañía más que ver su producto asociado a una comedia mediocre. Considerando que los escándalos de la compañía abarcan desde acoso sexual en su esfera corporativa, a la supresión de derechos y ganancias de sus choferes, cualquier excusa para cambiar la conversación es quizá bienvenida.
En lo que es un guiño a su papel en Un amor inseparable o sólo una coincidencia, el personaje de Nanjiani, Stu, trabaja como chofer de Uber para financiar sus verdaderas ambiciones. En aquella película fue una carrera como comediante, aquí, abrir un gimnasio para mujeres con su mejor amiga Becca (Betty Gilpin), de quien ha estado enamorada desde hace años. Su situación está lejos de ser ideal; para completar sus gastos, Stu trabaja también en una tienda de deportes administrada por Richie (Jimmy Tatro) el hijo tarado del dueño, quien hace su vida un infierno. Fuera de que tiene que soportar a numerosos clientes idiotas, Stu parece estar haciendo buen dinero.

Lo más que la película se acerca a sugerir las implicaciones distópicas de la plataforma es la fijación de Stu por obtener una calificación de cinco estrellas de sus pasajeros; una preocupación comprensible, considerando que una calificación general menor de cuatro significaría perder su empleo. Buscando buenas valoraciones, Stu ofrece agua y chocolates (que tiene que pagar él mismo) y está constantemente limpiando su auto (técnicamente es arrendado, otro gasto).
La trama de Stuber está prácticamente levantada del thriller de Michael Mann Colateral, con menos risas y más brutalidad innecesaria. Mientras realiza su jornada regular, Stu es llamado por Vic (Dave Bautista), un policía de Los Ángeles que anda tras la pista del narcotraficante que seis meses antes mató a su compañera. Las circunstancias que orillan a Vic a necesitar un Uber para un asunto tan crítico son tan estrafalarias como las que obligan a Stu a quedarse con él. Ninguna de las dos es particularmente divertida.
La tarea representa más de un problema para Stu. No sólo está a la merced de un policía abusivo con sed de venganza pero, Stu pronto se entera, Becca acaba de terminar con su novio y ha decidido emborracharse y tener sexo casual con Stu. Acorde con los más sensibles y conscientes tiempos modernos, Stu no está interesado en tener sexo con ella, sino en encontrar el valor para contarle sus verdaderos sentimientos.
Stuber tiene las herramientas para burlarse de verdad de las exageradas ideas que el cine de acción y la comedia de Hollywood tienen de la masculinidad; Vic aprende más de Stu que vice versa. La película no se burla de Stu por describirse como un aliado feminista o usar la frase “masculinidad tóxica” sin un dejo de ironía y el trayecto emocional de Vic lo encuentra aprendiendo a ponerse en contacto con sus sentimientos. Una escena en los camerinos de un club de striptease, esperada para una película de esta variedad, es presentada con una variación; los bailarines son hombres musculosos en lugar de mujeres que sus protagonistas se comen con los ojos.
Aunque la película insta a sus personajes a ser más respetuosos con las mujeres, no necesariamente sigue su propio consejo. Las funciones del personaje de Natalie Morales y Gilpin pueden reducirse a las palabras de “hija” e “interés romántico,” respectivamente, mientras que Karen Gillan aparece apenas lo suficiente para inspirar la sed de venganza de Vic. Las tres dan capaces actuaciones, considerando que el material parece diseñado para que el público se olvide de ellas tan pronto como dejan la pantalla.

La película le tiene menos cariño a sus mujeres que a la brutalidad policiaca. Una escena particularmente horrorosa encuentra a Vic a arrestando (extraoficialmente y con vagos motivos) a un sospechoso y casi dejándolo morir cuando Stu le dispara por accidente. Esta cruel indiferencia por parte de un oficial de la ley está diseñada no sólo para ser tolerable, sino graciosa. Es cierto que el hombre de la ley saliéndose de su jurisdicción para liquidar a los malos es un emblema de Hollywood, pero el problema Stuber es uno de tono más que de política. La película no es Harry el sucio, es una comedia que dice ser progresista; su ridícula violencia no es necesariamente objetable, sino fuera de lugar.
Michael Dowse dirige Stuber como si estuviera haciendo una película más transgresora y satírica. Villanos de la película sangran y mueren de manera tan gráfica casi como lo harían en una película de Paul Verhoeven, en espectaculares explosiones y sangrientos planos detalle. Pero también estropea la acción, fotografiando peleas mano a mano muy de cerca, con mucho movimiento de cámara y cortando muy rápido, la Santísima Trinidad del mal cine de acción. Sobra decir que Iko Iwais, el feroz actor y artista marcial de La redada, es desaprovechado como el traficante Oka Tedjo, aunque hay una secuencia en la que se deja caer por los barandales de un hotel que es algo llamativa y novedosa.
Mi secuencia favorita es quizá la pelea de Stu y Vic en el interior de la tienda de deportes. Aquí la película prácticamente hace a un lado su premisa original y se concentra sólo en dos hombres utilizando extravagantes recursos a su disposición para hacerse daño el uno al otro. Hay una energía y creatividad que se extraña en el resto de la película. Pero fuera de violencia superficial, Stuber tiene poco que ofrecer. Es una película complaciente, convencional y aburrida, necesitada de chistes y sustancia. Bautista está razonablemente bien elegido en el papel de un hombre violento con poca o ninguna idea de cómo socializar. Nanjiani es un talentoso comediante, aunque aquí su energía nerviosa se siente menos como una reacción de su personaje a las salvajes situaciones en que se involucra que a lo desesperado del guion de Tripper Clancy. Stuber: Locos al volante está lejos de ser la mayor mancha en la marca de Uber, pero eso no quiere decir que sea buena.