(High Life; Claire Denis, 2019)

Monte (Robert Pattinson), el último sobreviviente de la tripulacion de una nave espacial que se desplaza al noventa y nueve porciento de la velocidad de la luz, deja caer por una esclusa los cuerpos sin vida de sus compañeros. Está inusualmente tranquilo. Uno a uno, los cuerpos, en lugar de flotar a la deriva, caen bruscamente como por acción de la gravedad y desaparecen. A lo lejos ni siquiera alcanzamos a ver las estrellas a lo lejos; todo es negro, como si en lugar del cielo nocturno estuviéramos ante el aparato de un mago escénico. Con esta breve ilusión, High Life, la más reciente película de la directora francesa Claire Denis y su primera en el idioma inglés, construye una de las representaciones más desoladoras e implacables del espacio que se hayan visto en el cine.

El interior de la nave no es mucho más hospitalario. Paredes beige y poderosas luces, concentradas en unos pocos espacios, la hacen sentir como una clínica médica más o menos abandonada, cosa que técnicamente es. Además de su misión de encontrar una fuente de energía alternativa en un agujero negro, Monte y sus compañeros y compañeras Tcherny (André Benjamin), Boyse (Mia Goth), Nansen (Agata Buzek), Chandra (Lars Eidinger), Mink (Claire Tran), Ettore (Ewan Mitchell) y Elektra (Gloria Obianyo) sirven como conejillos de indias en los experimentos de la doctora Dibs (Juliette Binoche), obsesionada con concebir y dar a luz a un bebé mediante inseminación artificial.

Ninguno puede elegir de verdad si quiere participar o no en sus experimentos, como tampoco la tuvieron de ser parte de la misión o no. Todos son criminales condenados, y el viaje espacial fue su única alternativa a cumplir una cadena perpetua. A bordo, la doctora los mantiene fuertemente sedados y les ofrece una sustancia adictiva con la condición de que cooperen en su búsqueda semi-científica.

Dentro de los confines artificiales de la nave, los rituales humanos terrestres se disuelven para reconstruirse de nuevo en nuevas configuraciones. Los nombres con los que se refieren el uno al otro ni siquiera son originalmente suyos, les fueron asignados. Su única conexión con la naturaleza es un pequeño jardín, fotografiado amorosamente en su lodoso, húmedo y verde esplendor al inicio de la película. El contacto sexual entre ellos está prohibido; toda actividad de esta índole es de naturaleza solitaria, restringida a un cuarto oscuro con una máquina para asistir la masturbación.

High Life_1 copy.png

La trama de la película se desenvuelve de manera no lineal, siguiendo la borrosa lógica de un recuerdo. Monte mirando una herida en su brazo nos lleva al encuentro con Boyse en el que se hizo esa herida. Una mirada a la bebé Willow (Scarlette Lindsey), al final la única compañera de Monte, nos lleva al rostro de quien podemos suponer es su madre. Saltos como éste nos llevan al inicio de la misión, pero también más atrás, a un denso bosque terrícola, a un arroyo y cielos azules, un dramático contraste con la claustrofóbica nave, un recuerdo de todo lo que ellos no volverán a experimentar.

El contraste entre ambos espacios delata lo que parece ser una de las mayores influencias de la película, Solaris de Andrei Tarkovsky. Aunque hecha de ingredientes similares, particularmente el espacio como escenario para explorar qué es lo que nos hace humanos, la película de Denis encuentra su propia poesía y discurso, sus propias maneras de ser a la vez más íntima y monumental, más cínica y optimista que la típica película de ciencia ficción.

High Life no comparte el espíritu de colonización, o la idea del espacio como frontera romántica, de muchas otras películas de su género. Su estética, en particular el diseño de los trajes espaciales (que parecen reliquias de la carrera espacial durante la Guerra Fría, no del todo herméticos), sugieren una tecnología obsoleta, poco preparada para la magnitud del vacío del espacio. Su tripulación se sienten frágil, indefensa y su misión, en la que nunca decidieron participar, un enorme sinsentido. El ambiente de encierro, proximidad y represión sexual es también visto desde el filtro de un miedo más femenino, que encuentra su temido desenlace cuando una de las mujeres en la tripulación es agredida sexualmente por uno de sus compañeros hombres. No es sólo que el acto en sí sea violento, sino que probablemente pasó por las mentes de ellas durante toda la duración de la misión.

La película encuentra su lado precioso y más humano, no en la idea de llegar más lejos de de donde otro ser humano haya llegado antes, sino en la voluntad de persistir a pesar de todo. Sus imágenes son suficientemente poéticas y su trama suficientemente abstracta para prestarse a numerosas interpretaciones. Separado cómodamente de la sala de cine, son las imágenes, más que sus personajes o un mensaje, lo que queda impreso en mi mente. Pero eso fue lo que me dejó su bellamente ambiguo final.

★★★1/2