(The Irishman; Martin Scorsese, 2019)
Un plano secuencia nos lleva por los pasillos. Se mueve de forma no muy diferente al que Martin Scorsese usó en Buenos muchachos, no la primera pero sí quizá su más conocida película sobre el crimen organizado, para ilustrar el mundo de Henry Hill. Pero si aquel nos llevó al interior de un exclusivo y bullicioso club nocturno, aquel que inaugura El irlandés se desarrolla en el interior de un asilo de ancianos, no siguiendo a nadie en particular. Fantasmagórico avanza hasta llegar con Frank Sheeran (Robert De Niro), uno de tantos sentado en una silla de ruedas sin hacer mucho. La cámara se detiene en su rostro por unos momentos a medida que su voz, a manera de narración, se empieza a escuchar.
Scorsese es uno de los directores de Hollywood que mejor ha sabido usar la narración en off, pues entiende que importan menos las palabras que lo que hay detrás del acto de contar. En Taxi Driver importa poco el contenido del monólogo de Travis Bickle; más bien que éstos son los pensamientos divagantes y obsesivos de un hombre que no tiene a nadie a quien contárselos. La idea no es necesariamente darnos información sino crear un ambiente, una sensación. La narración de El irlandés es la de un hombre en el ocaso de su vida confesando las cosas que muy probablemente se termine llevando a la tumba.
Es una forma sorprendentemente íntima de enmarcar una épica historia. A medida que nos empieza a contar, la película salta varios años atrás; Frank y su socio y amigo Russell Bufalino (Joe Pesci) manejan con sus esposas a Detroit para asistir a la boda del hermano de Russell. En el camino se detienen cerca de una gasolinera y recuerdan el momento en el que se conocieron en ese mismo lugar, cuando Frank trabajaba sólo como transportista y Russell llegó como ángel guardián a ayudarlo con un problema mecánico.
Frank y Russell tenían entonces alrededor de treinta y cincuenta años respectivamente, pero al momento de filmación, los actores que los interpretan tenían más de setenta. Para recrear su apariencia más joven, la película recurrió a la técnica del rejuvenecimiento digital, similar a la que Marvel utilizó en Guardianes de la galaxia Vol. 2, Ant-Man and the Wasp y Capitana Marvel, entre otras (Proyecto Géminis, otra película reciente, rejuveneció a su estrella con ayuda de la tecnología digital, aunque siguió un proceso diferente).

Los efectos visuales, sobre todo aquellos de corte digital, funcionan de manera curiosa. Malos ejemplos de imágenes generadas por computadora por supuesto existen; pero la mayoría de las veces, si podemos notar su uso con mayor facilidad es menos por problemas en su ejecución y más porque nuestro ojo ha sido entrenado para buscar las fallas. Tenemos más o menos una idea de lo que una película puede hacer en cámara. Películas como Mad Max: Furia en el camino pueden hacer amplio uso de retoques digitales, pero sus persecuciones automovilísticas aun lucen como algo que se hizo totalmente de manera práctica. Dado que De Niro y Pesci han tenido largas y muy visibles carreras, sabemos cómo lucían cuando jóvenes y podemos suponer que algún truco se utilizó para regresarlos a esta edad, aun si no hemos escuchado del proceso utilizado para lograrlo.
Ya sea por esta predisposición, o por verdaderas limitantes en la técnica y la tecnología, las versiones más jóvenes de De Niro y Pesci no son del todo convincentes. Sus rostros están ricamente detallados, pero lucen demasiado limpios y sus movimientos demasiado precisos. También parecen flotar por encima y no integrarse del todo al resto de sus cuerpos. La disonancia se vuelve mucho más evidente cuando tienen que moverse mucho, por ejemplo, en la escena en que Frank golpea un hombre en medio de la calle. Su rostro dice alrededor de cuarenta años, pero sus movimientos delatan la verdadera edad del actor.
Pero algo curioso sucede. Dado que la película es presentada como Frank mirando hacia el pasado, desde que era un soldado en la Segunda Guerra Mundial hasta el giro del milenio, el poco convincente efecto digital actúa como un constante recordatorio de su inevitable envejecimiento. Frank Sheeran y Russell Buffalino nunca se sienten jóvenes aun cuando son jóvenes. Los efectos visuales hacen la tarea del tiempo y la memoria, distorsionándolos.
La primera parte de El irlandés, una bestia con una duración total de 209 minutos, traza el ascenso progresivo del ascenso de Frank; cómo de transportista se convirtió en un asesino a sueldo para los mafiosos Bufalino y Angelo Bruno (Harvey Keitel) y después en uno de los allegados más cercanos de Jimmy Hoffa (Al Pacino, rejuvenecido varios años con el mismo proceso usado con los otros dos actores), el presidente de la Hermandad Internacional de Camioneros.

Las relaciones entre estos tres hombres componen el núcleo de la película; sin embargo, su masivo tiempo de duración es llenado con las diversas conspiraciones, golpes y entradas y salidas de la cárcel de sus personajes, así como con enriquecedores detalles sobre la vida criminal (cómo deciden las armas que usar, el lugar específico para deshacerse de ellas, la logística y lo que pasa por su mente antes de un asesinato). Es una avalancha de información cuyas sutilezas no siempre son fáciles de seguir, pero que ilustra la abrumadora red de complicidad y poder que se tejen entre la mafia y la ley. Cómo hasta los esfuerzos para proteger una institución como un sindicato laboral tienen que hacerse bajo el esquema de la corrupción. Uno se queda con un enorme sentimiento de impotencia.
Dado que la película es tan rica, detalla y llena de incidentes, uno puede perderse en la trama. Después de un rato uno deja de preocuparse por ella y se deja llevar por las escenas individuales, masivamente entretenidas por el feroz carisma y cinismo del Hoffa de Pacino y el Bufalino de Pesci y la quieta contemplación de De Niro. Los personajes se sienten más naturales a medida que la película progresa, en parte porque según ellos envejecen, el retoque digital se vuelve mucho menos evidente.
El irlandés está hermanada con películas de Scorsese como Buenos muchachos, Casino y El lobo de Wall Street. Frank Sheeran, como Henry Hill, Sam Rothstein y Jordan Belfort, fue un personaje de la vida real, aunque nunca alcanzó la estatura de aquellas figuras. Su historia, publicada en I Heard You Paint Houses de Charles Brandt, el libro en el que se basa El irlandés, ha visto su veracidad ampliamente cuestionada. Es un caso de periodismo irresponsable quizá, que implica innecesariamente no sólo a Sheeran sino también a otras personas, como señala Jack Goldsmith en el New York Review of Books. Pero es un detalle que amplifica la tragedia de Frank Sheeran, quien en la película sólo adquiere cierto grado de importancia por sus lazos a Hoffa y la mística que rodea la mafia estadounidense.

Poco a poco, Scorsese construye la idea de que no hay nada que haga a este hombre verdaderamente especial, que su lugar pudo haber sido ocupado por cualquiera y que la vida de un mafioso está predestinada. El irlandés usa la muerte de sus personajes secundarios casi como un chiste; presentándolos con textos en pantalla que nos dicen su nombre y la forma, tantas veces brutal y violenta, en que finalmente mueren. La implicación parece ser que aquellos que entran a esta vida no tienen una decisión final sobre ella.
A Scorsese se le ha criticado mucho por la agresiva masculinidad de sus películas, de la mayoría de ellas, particularmente la mínima presencia femenina que no alcanza a contrastarlas. El irlandés no es ninguna excepción, pero hay una inteligencia en la forma en que sus mujeres, particularmente las hijas de Sheeran son utilizadas. Anna Paquin, ganadora del Oscar y una actriz reconocida aparece como Peggy, su hija mayor ya adulta, con un par de escenas y muchas menos líneas de diálogo. Pero su presencia, aunque fría y distante se hace notar. Al igual que Frank, no nos damos de su importancia hasta que es demasiado tarde. Es en ella donde se deposita todo el arrepentimiento que ha acumulado a lo largo de su vida.
El guion de Steven Zaillian hace que la vida de Frank gire alrededor de una decisión que finalmente no es una decisión. Scorsese llega a este momento casi sin que nos demos cuenta; una vez que lo hacemos, sabemos cómo tiene que terminar, pero la forma en que alarga cada momento sólo resalta el peso de esta resolución. Es un momento en el que tanto se concentra, con una resolución final que no tiene nada de heroico, sólo a un hombre atrapado en una casi mecánica y desesperada persecución de la supervivencia. El irlandés no es la mejor película criminal de Scorsese, pero está hecha con una marcada melancolía sobre la edad y envejecer que, si ésta fuera la película con la que decide retirarse del género con el que para bien o para mal se ha vuelto sinónimo, sería bastante apto.