(Little Women; Greta Gerwig, 2020)
En 2018, Greta Gerwig se convirtió en apenas la quinta mujer en recibir una nominación al Oscar de Mejor Director por Lady Bird, su primer largometraje en solitario, (Noches y fines de semana, su primer crédito, la hizo al lado de Joe Swanberg), compitiendo al lado de veteranos como Paul Thomas Anderson, Christopher Nolan y Guillermo del Toro y el talento emergente Jordan Peele. Cualquiera que sigue los Óscares con cierta regularidad sabe que la Academia tiende basar su voto, menos en un juicio educado de la calidad de cada película, que como un reflejo de las tendencias generales de la industria. Las narrativas son poderosas.
Pero en este caso, la decisión fue más que correcta. Greta Gerwig se merecía esa nominación, sino es que la estatuilla. El porqué no es de inmediato evidente; Lady Bird era después de todo una modesta comedia dramática de estilo en apariencia prosaico, compitiendo al lado de películas de impresionante escala y técnica como Dunkerque y La forma del agua (la cual terminó ganando). Pero es un testimonio a la idea de que la mejor técnica cinematográfica suele ser mayormente invisible, que cuando estamos ante una película verdaderamente extraordinario nos olvidamos por un momento de los elementos y nos entregamos totalmente a la historia, a la experiencia.
Lady Bird está hecha con las herramientas más básicas y fundamentales que el cine tiene a su disposición, pero uno queda maravillado por la habilidad con que Gerwig las utiliza y un poco decepcionado de que tan pocas películas sepan aprovecharlas de la misma manera. La forma en que sintetiza los eventos de un año lleno de emociones en poco más de hora y media no es nada menos que increíble. Gerwig sabe exactamente qué momentos mostrarnos y qué relaciones crear entre ellos. El montaje tiene una cualidad tan expresiva, manejando la primera decepción amorosa importante de su protagonista como un gag pero sin abaratar la emoción, o saltando entre el mundo romántico que ella se imagina como una próxima graduada del bachillerato y su realidad como la hija de una familia de clase trabajadora en Sacramento, California.

Había algo novelístico sobre su enfoque, que en parte tiene que ver con la forma en que el guion fue escrito. Cuenta Gerwig que la primera versión tenía una extensión de 350 páginas (a ojo de buen cubero, una página de guion cinematográfico equivale a un minuto en pantalla) y aun cuando el producto final no dura mucho más de noventa minutos, uno siente la riqueza del mundo y los personajes que creó. El personaje de Lady Bird estaba siempre al frente y al centro, pero en el fondo uno podía ver cómo transcurrían distintas historias. Cada personaje con más de diez líneas de diálogo tenía una vida interior y uno sentía que la película podía convertirse en su película sin el menor inconveniente. Cuando Julie, su mejor amiga, le dice “algunas personas no son construidas felices, ¿sabes?” es una línea dicha con tanta casualidad, pero que sugiere una tristeza que no sólo es profunda pero también constante, que corre debajo de la superficie a lo largo de todo lo que hemos visto de ella. Cuando vemos por primera vez al padre de Kyle, el novio de Lady Bird, entendemos al muchacho como algo más que un adolescente arrogante y prepotente, como alguien pasando un proceso de luto. Son detalles que nos dicen tanto con tan poco.
Es apropiado entonces que la carrera de Gerwig la haya llevado ahora a adaptar una novela, aun si es una con una estampa cultural tan larga como lo es Mujercitas de Louisa May Alcott. La adaptación de Gerwig no es la primera que se ha hecho para la pantalla grande (las primeras dos se remontan a la era del cine silente), ni siquiera la primera dirigida por una cineasta mujer (la versión de 1994 de Gillian Armstrong es ampliamente considerada la adaptación definitiva). Al mismo tiempo que una nueva película de Greta Gerwig era razón para emocionarse, ¿qué podía agregar de verdad a una historia que ya se había visitado una y otra vez? Su adaptación quizá no está al nivel de la de la de Armstrong, pero es una extensión tan natural de los temas y el estilo de su película anterior. Es definitivamente una película de Greta Gerwig.

Aunque se ambienta casi ciento cincuenta años antes, Mujercitas empieza de alguna manera donde Lady Bird terminó: con su heroína, una vez más interpretada por Saoirse Ronan, como una joven adulta tratando de navegar la adultez y el mundo donde está la cultura con la que siempre soñó (es de alguna manera análoga a Frances Ha, la película de Noah Baumbach que Gerwig escribió con él). Y si Lady Bird era la historia de una joven apresurada por escapar la pequeña ciudad en donde creció, su reinterpretación de Mujercitas es la historia de alguien reencontrándose con su hogar de la infancia y reconociéndolo como parte fundamental de sí misma.
Cuando la película abre, es el final de la Guerra Civil Estadounidense y Jo March (Ronan) es ya una joven adulta en Nueva York, tratando de vender sus cuentos a una casa editorial (el editor es interpretado por Tracy Letts; quien hiciera al padre de Lady Bird, es aquí la idea misma del patriarcado). Las vidas de sus hermanas continúan en otras partes. Meg (Emma Watson), la mayor de ellas, está casada con John Brooke (James Norton), un maestro del que está profundamente enamorada cuyo salario apenas les alcanza para mantener una vida más o menos acomodada. Amy (Florence Pugh), una pintora aspirante y la menor de ellas, está en París con su abuela (Meryl Streep) cuando se encuentra de nuevo con Laurie (Timothée Chalamet), su amor de la infancia, quien a su vez siempre estuvo enamorado de Jo. Beth (Eliza Scanlen) se quedó en la casa familiar de Concord, Massachusetts, en reposo después de contraer escarlatina.
Gerwig estructura Mujercitas alrededor de un intercambio constante entre el pasado y presente, un juego que es reforzado por la fotografía. Los soleados tonos ámbar de la infancia de las hermanas chocan con los fríos azules de su edad adulta. La íntima atmósfera de Lady Bird se ve enriquecida por la iluminación de las chimeneas y la fotografía en celuloide de Yorick Le Saux. Lo que experimentamos entonces, no es necesariamente la historia de las March creciendo en Massachusetts durante la Guerra Civil, pero la de ellas enfrentándose a la adultez con el recuerdo constante de una infancia despreocupada que prometía mucho más. Gerwig y el editor Nick Houy saltan constantemente entre ambos tiempos de manera abrupta y ocasionalmente desconcertante, pero siempre con una lógica y un motivo. Pasado y presente son unidos siempre por un motivo visual, ya sea un objeto, un personaje o una situación. Uno siempre está consciente del acto de recordar.

De manera a veces muy evidente, Mujercitas es también una película sobre las dificultades de crecer como mujer. Es sobre la falsa binaria que las obliga a escoger entre el amor y una carrera. Las hermanas March se enfrentan siempre, de una manera u otra, a los roles de género y a lo que el mundo espera de ellas. La película siempre está consciente de los obstáculos que el mundo les pone enfrente y, más que la historia de cómo los superan, es la historia de cómo navegan sus sentimientos y hacen concesiones. Son figuras inspiradoras, pero más que ideales a los que aspirar, son seres humanos que reaccionan a su alrededor. Su entorno no las ciñe del todo, pero sí condiciona sus acciones. Jo vendiendo su cabello para apoyar a la economía familiar (y para ver cómo reaccionan), Amy perdiendo la motivación por la idea de que los cánones del arte son dictados por los hombres y Meg decidiendo casarse por amor en lugar de por dinero (Mujercitas retoma la preocupación de Lady Bird con el estatus socioeconómico; cómo este influye en la forma en que sus personajes se perciben a sí mismos), son decisiones tomadas con cierto grado de reconocimiento de su situación.
Lo que es increíble sobre Mujercitas es cómo, tan pronto en su carrera como realizadora, Gerwig ya demuestra un estilo particular y cómo éste le sirve para adueñarse de un material literario con tanta historia e importancia. Quizá el acto más audaz de esta adaptación es incorporar detalles de la vida personal de Louisa May Alcott en su narrativa, de alguna manera iluminando cómo las mismas estructuras que moldean las vidas de las hermanas March también moldearon el mundo editorial en el que la película apareció originalmente. Es un gesto ingenioso, facilitado por su cronología fragmentada, y un tributo a la tenacidad de su heroína como de su autora. Pero al mismo tiempo que Mujercitas reafirma el talento de Gerwig, también sugiere que lo que hizo a Lady Bird tan especial fue algo que iba más allá de la mera técnica y habilidad. Lady Bird no era autobiográfica como Mujercitas fue para Alcott, pero su Sacramento era un mundo que parecía conocer como la palma de su mano. Aquí, Gerwig le hace justicia al material, pero ese es parte del problema. Su tono es un poco demasiado reverente, uno extraña esa espontaneidad y especificidad.