(Jojo Rabbit; Taika Waititi, 2020)

Jojo Rabbit, la nueva película del guionista y director Taika Waititi, es muy perceptiva en unos aspectos y muy ingenua en otros. Es la historia de alguien sin un verdadero entendimiento del mundo que lo rodea, y su dedicación a retratar con fidelidad este punto de vista es a la vez su mayor fortaleza y su mayor debilidad. Johannes, o “Jojo” Betzler (Roman Griffin Davis), su protagonista, es un nazi, pero no tiene una idea real de lo que esto significa. Es un niño de diez años creciendo en la Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y eso es básicamente lo que se espera de él. Jojo y su mejor (y único) amigo Yorki (Archie Yates) son parte de la Juventud Hitleriana, movidos un patriotismo fuera de lugar y la propaganda. Los créditos de apertura, que acompañan imágenes de los documentales de Leni Riefenstahl con “I Want to Hold Your Hand” establecen el atractivo del partido Nacional Socialista y de su líder como mero fanatismo.

Lo que Adolf Hitler le ofrece al pequeño Jojo es un sentido de pertenencia y una figura paterna a la cual admirar (no es accidente que el verdadero padre de Jojo no aparezca en la película). El mismo Waititi interpreta a Hitler, como el amigo imaginario del solitario Jojo, quien se aparece de la nada para involucrarlo en aventuras, ofrecerle consuelo y el ocasional cigarrillo. Para el rol, Waititi (además de director, un actor con un amplio trasfondo en la comedia) dijo no haber hecho ninguna investigación y uno entiende su razonamiento: por un lado, es Hitler visto desde los ojos de un niño de diez, y por otro, tratar de interpretarlo con fidelidad le daría a la figura más respeto del que seguro merece. Su actuación es caricaturesca, una parodia de su feroz oratoria, sustituyendo su auto-engrandecimiento con bufonería cobarde. Al hacerlo una figura tan patentemente ridícula, Waititi trata de arrebatarle su poder.

Jojo Rabbit se trata en cierta medida sobre el vínculo entre los ideales de masculinidad y el autoritarismo. En uno de los chistes más significativos de la película, un agente de la Gestapo interpretado por Stephen Merchant trata de desmentir el rumor de que Hitler tiene solo un testículo diciendo que tiene cuatro. Al final, se trata de proyectar más de lo que uno tiene en realidad. A Jojo lo mueve menos una creencia sincera en la causa que en la necesidad de probarse a sí mismo.

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Pero su mensaje se tropieza de vez en cuando: uno siente que éste es el propósito del capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), el líder del campamento al de la tropa a la que pertenece Jojo. Incapaz de participar en combate gracias a una herida y menospreciado por sus superiores, Klenzendorf compensa bebiendo de más y presumiendo sus habilidades con la pistola. No obstante Waititi, en la clase de comentario que hace a uno dar gracias por la teoría de la “muerte del autor” aclaró que el personaje es gay. Su caracterización es ambigua en la película, pero no cumple otro propósito que trivializar la persecución de las personas LGBTQ en la Alemania Nazi. Hay una fina línea entre la parodia y la banalización, y Jojo Rabbit no siempre sabe dónde se encuentra ese límite.

La trama propiamente empieza cuando Jojo, después de que un intento de impresionar a sus compañeros con una granada sale mal, debe quedarse en casa para recuperarse de sus heridas. Inspeccionando detrás de las paredes del cuarto de su hermana, la cual falleció a causa de la influenza, él encuentra a Elsa (Thomasin McKenzie), una adolescente judía que se esconde de la persecución del gobierno. Simultáneamente fascinado como horrorizado (su educación le ha enseñado a pensar en los judíos como demonios con cuernos que leen mentes), Jojo sabe que no puede dejarla vivir ahí, pero tampoco puede delatarla sin implicarla a él y a su madre. Jojo decide descubrir todo lo que pueda sobre ella y escribir un libro sobre los judíos que impresione a sus compañeros (y quizá le gane la amistad del verdadero führer), pero pronto termina enamorándose de Elsa. Siendo justo con la película, Waititi reconoce que éste es un amor posesivo y egoísta, a pesar de que él es siete años menor que ella.

Rosie, la madre de Jojo, le ofrece a Scarlett Johansson (quien ya ha recibido varios reconocimientos esta temporada de premios por Historia de un matrimonio) un rol sustancioso, por lo menos en teoría. Es el de una madre simultáneamente llena de amor por su hijo y horrorizada por lo que puede ser capaz. Pero esta complejidad está sumergida bajo una gruesa capa de artificio, algo que no es culpa de Johansson tanto como lo es de la concepción del personaje. En una de las escenas más llamativas de la película, se pinta una barba de carbón e interpreta a su esposo ausente; es una divertida mímica, pero que no extiende su personalidad mucho más allá del típico rol de madre abnegada y bondadosa.

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Los actores más pequeños, particularmente Griffin Davis y McKenzie figuran un poco mejor. En el papel de Jojo, el primero encuentra ese particular balance único de la preadolescencia, de alguien desesperado por demostrar su madurez al mismo tiempo que está aferrado al seno de su familia. Su inocencia infantil sirve para ridiculizar su nazismo, sin convertirlo a él en el blanco del chiste. Uno nota que su fanatismo viene de una necesidad emocional que no está siendo satisfecha. La película, no obstante, brilla de verdad en los pocos momentos cuando asume el punto de vista de Elsa. Su mezcla de jocoso sentido del humor con emoción sincera encuentra su mejor expresión en un absurdo gag construido alrededor del saludo “Heil, Hitler”: la atmósfera se vuelve tensa y perturbadora cuando ella, cuya vida fue devastada por la persecución política, se ve obligada a repetirlo para no delatarse.

Waititi no es un mal director. Es de hecho muestra de su talento que una película con esta premisa y este nivel de bagaje cultural sea algo más que insoportable. Waititi definitivamente logra lo que se propone, retratar los horrores de la Alemania nazi desde los ojos de un niño que de alguna manera es cómplice en ellos. Su apropiación de distintos géneros y estilos, desde Wes Anderson a las películas de terror para la introducción de Elsa, sigue una clara intención. Lo mismo para el humor negro del clímax, en el que ancianos y niños son enviados cobardemente por los nazis a combatir una batalla que definitivamente van a perder.

Pero Waititi también pasa por alto muchas cosas, algo que tiene que ver con sus talentos que con la complejidad de la tarea que emprende. Dado que la película está tan comprometida a la mirada de un niño, no tiene una verdadera comprensión de las fuerzas que crearon este momento en la historia; su única alusión al Holocausto es una línea de diálogo por parte de Elsa. La película entonces no puede evitar repetir la moral simplista con que su protagonista ve el mundo, todo se resuelve con demasiada facilidad. Hay algo ligeramente inspirador sobre el hecho que Waititi, un judío de ascendencia maorí haya hecho una película con tanta empatía hacia alguien afiliado a los racistas más grandes de la historia. Jojo Rabbit cree que personas bien intencionadas pueden ser engañadas y manipuladas para absorber creencias destructivas, pero también que es posible renunciar a ellas. Pero el mal es banal, y en cierta forma no importa lo que hay dentro del corazón de Jojo, cuando personas con “el corazón en el lugar correcto” pueden ser cómplices de atrocidades. Las películas son máquinas de empatía, lo han dicho Ray Bradbury y Roger Ebert, pero en Jojo Rabbit, no sé donde termina la empatía y dónde empieza la ingenuidad.

★★★1/2