Este domingo se celebra la entrega número 92 de los premios Oscar, y más que escribir sobre mis predicciones o mis favoritos personales de esta particular edición, me gustaría dedicar esta columna a escribir sobre los Óscares y las entregas de premios en general, particularmente lo absurdos que, en cierta manera, son.
Por mucho tiempo se me ha hecho gracioso que, en un medio fundamentalmente colaborativo como es el cine, se decida otorgar premios por ramos individuales. Piénsese por ejemplo, ¿cómo se construyen nuestras actuaciones favoritas? Es el actor, por supuesto, quien se lleva la estatuilla, pero es el director quien lo acompaña en el proceso, el cinefotógrafo quien determina el encuadre, el ángulo y la iluminación en que los vemos, y el editor quien selecciona finalmente qué toma se utilizará, así como el ritmo (estas disciplinas, a su vez están estrechamente relacionadas entre sí). No es mi intención menospreciar el trabajo de los actores, solo señalar la naturaleza colaborativa del medio en que trabajan.
Aun si fuera posible atribuirle el mérito a una sola persona, ¿cómo evaluar su trabajo entonces en términos de lo “mejor”? Hay criterios estéticos más o menos establecidos que se pueden usar como justificación, pero creo que lo que hace a las películas verdaderamente grandiosas es la reacción emocional o visceral que nos provocan. ¿Cómo cuantificar eso entonces? (Esta crítica aplica también, por supuesto, para quienes hacen listas ordenadas).
Creo que lo que es considerado lo mejor del cine es tantas veces más una cuestión de gusto que de calidad. ¿Pero el gusto de quién? La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas se compone por un limitado grupo de personajes de la industria, y numerosos factores juegan en su decisión, particularmente si vieron o no las películas. Es por lo que las campañas juegan un papel tan importante; qué estudio puede o no invertir en dar a conocer sus películas a los miembros votantes.
Pero precisamente porque los Óscares son principalmente un tema de industria, juegan un papel importante en validar a cineastas y qué clase de películas la representan. Es por lo que creo que los llamados a una mayor diversidad en los Óscares están justificados. Abren las puertas a que cada vez más personas puedan verse en la pantalla grande.
Quiero reconocer que, a pesar de sus obvias limitaciones, disfruto mucho de los Óscares. Es un momento en el año en el que el cine está en boca de todos y ser parte de la conversación es emocionante: enojarme con las decisiones frustrantes y celebrar el reconocimiento ocasional de películas que de verdad admiro. Para bien o para mal, los Óscares son una piedra angular de la cultura del cine y por eso es importante reconocer sus fallas como exigirles ser mejores.