(Netemo Sametemo; Ryūsuke Hamaguchi, 2019)

Asako I & II: Soñar o despertar es una película sobre dos tipos de amor. Uno que brota espontáneamente y se consume con igual rapidez, pero que envuelve con su intensidad. Otro que florece paulatinamente, constante y persistente; un reconfortante abrazo, totales paz y tranquilidad. Es también sobre lo difícil que es escoger entre uno u otro porque, aunque los dos son amores, despiertan cosas tan diferentes dentro de nosotros. Uno no nos pide mucho, porque nuestro deseo parece moverlo todo; el otro requiere paciencia y compromiso, toma tiempo darnos cuenta lo bien que nos hace.

Asako (Erika Karata), una joven de la ciudad japonesa de Osaka, conoce a Baku (Masashiro Higashide) en una galería de fotografía. Ella está viendo la exhibición y lo nota cuando él se asoma por encima de su hombro. Él lo intriga así que decide seguirlo. Es en la calle cuando finalmente sus miradas se cruzan; el tronar de los petardos de unos niños que juegan cerca le da un aura mágica al momento, lo hace imborrable. Es amor a primera vista, por lo menos para ella. Baku se acerca y apenas intercambian nombres cuando él la besa. “¡No puede ser!,” dice Nobuyuki (Daichi Watanabe), casero y amigo de Baku, cuando escucha la historia. “Nadie se conoce así,” añade, pero de alguna manera no importa. Los sentimientos de Asako brotan de su recuerdo compartido de ese momento, no necesariamente por lo que pasó en realidad.

Haruyo (Sairi Ito), la mejor amiga de Asako, le advierte de él. Baku es frívolo y espontáneo, un misterio. Haruyo puede imaginarse a Asako sufriendo por él. Pero Asako está imposiblemente cautivada; se nota en cómo su tono de voz cambia a un susurro cuando habla de él, cómo se sonroja a su lado. Él la lleva en su moto y, después un pequeño accidente, se abrazan y besan en el pavimento a pesar de las miradas de los transeúntes curiosos. Una noche, mientras cenan con Nobuyuki y su madre (Misako Tanaka), Baku sale a la tienda por pan y no se aparece otra vez hasta la mañana. Se disculpa, diciendo que se hizo amigo de un hombre en el camino y perdió la noción del tiempo. Ella está devastada, pero se aferra a él cuando regresa. No se puede imaginar qué pasaría si lo perdiera. No mucho después, él se excusa con un motivo igualmente casual. Esta vez ya no regresa.

Dos años después, Asako se ha mudado a Tokio, y cree ver a Baku una vez más. Ella se le acerca, pero el muchacho, quien responde al nombre de Ryohei (Higashide interpreta a ambos personajes), no sabe de lo qué está hablando. Confundido pero intrigado por la muchacha que se le acercó tan espontánea y misteriosamente, Ryohei empieza a experimentar los primeros síntomas del enamoramiento. Lo que Baku alguna vez fue para Asako, ella se vuelve para Ryohei. La compañía de sake para la que él trabaja está al lado de la cafetería en la que ella labora, cada que él sale a fumarse un cigarro, se asoma esperando verla–hay guiños a una diferencia de clases; él, un profesionista desde las escaleras de las oficinas, él literalmente voltea hacia abajo para verla alimentar a un gato callejero.

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Una noche, él se encuentra a Asako y su compañera de cuarto Maya (Rio Yamashita) afuera de una galería y, con una mentira piadosa, convence a la encargada del lugar de que los deje entrar a ver la exhibición. Es la misma exhibición donde Asako conoció a Baku. Las similitudes entre Baku y Ryohei son enteramente superficiales. Baku vestía el cabello largo y desaliñado; por su altura se tenía que encorvar para hablar con ella o con cualquiera. Era relajado y distante. Ryohei viste el cabello corto y arreglado y camina erguido. Es amable y acomodador, quizá demasiado. Cuando él y su compañero de trabajo Kushihashi (Kōji Seto) van a comer a casa de Asako y Maya, él logra desarmar una tensa y contenciosa situación. Es la primera vez que Asako lo ve como su propia persona, como algo más que un fantasma de Baku. Ella lo visita en su trabajo y los dos reconocen su atracción mutua. Y casi tan pronto como ella lo acepta, desaparece. Ryohei va a ver una obra de Ibsen que Maya está montando, esperando encontrarse a Asako. La obra es interrumpida por un terremoto; cuando él parece darse por vencido, se la encuentra en medio de la calle. Se reconcilian. Se convierten en pareja. Más pasa, pero no lo diré.

Las acciones de Asako son misteriosas pero no inexplicables. Por la forma en que el director Ryūske Hamaguchi (quien coescribió el guion con Sachiko Tanaka, basado en la novela de Tomoka Shibasaki) uno puede ver lo que pasa por su cabeza aun si ella no parece segura de ello. Hamaguchi coloca la cámara con cuidado y precisión; su estilo puede parecer rígido, más de la televisión que del cine. Los planos no llaman atención a sí mismos, su belleza no está en los cuadros individuales, sino en su capacidad expresiva; cómo permiten que la más mínima expresión o mirada diga tanto, por su conciencia del espacio y las relaciones entre los personajes.

El resto de la trama involucra un evento que no es del todo creíble, así como una coincidencia enorme. Pero sus giros, casi telenovelescos, enganchan, y uno los acepta porque los momentos individuales resultan tan específicos y reales. Cada escena, más que concebida y ejecutada, se siente tomada de la vida real, escogida por su capacidad para retratar la historia que se quiere contar. También porque, al mismo tiempo que es un drama, Asako I & II es un ensayo sobre el amor y la forma difusa y confusa en que lo entendemos y procesamos. Cómo nuestros sentimientos románticos se entrelazan con nuestro egoísmo y nostalgia. De lo difícil que es hacerle sentido a lo que sentimos cuando es tan difícil saber lo que buscamos y el alto costo dado lo profundo que nos mueve; tanto que podemos sentirnos usados, o sentir que usamos al otro.

★★★★

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