(Robin Hood: Otto Bathurst, 2018)

De vez en cuando Hollywood regresa al pozo eterno que son los personajes mitológicos o del dominio público. La última década ha visto, entre otras, una secuela a la adaptación de Sherlock Holmes hecha por Guy Ritchie, en la que Robert Downey Jr. interpretó al detective de Sir Arthur Conan Doyle como un genio abrasivo casi idéntico a su popularísimo Tony Stark; Hansel y Gretel: Cazadores brujas, en la que Jeremy Renner y Gemma Arterton hicieron de los personajes de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm como, pues, cazadores de brujas; dos películas sobre Blancanieves, protagonizadas por Lily Collins y Kristen Stewart, respectivamente, ambas estrenadas en 2012; así como Rey Arturo: La leyenda de la espada, también dirigida por Ritchie. Esto, por supuesto, sin contar la ola de remakes que Disney ha hecho de sus películas animadas, a su vez basadas en cuentos de hadas.

Es una fórmula a la que Hollywood se sigue comprometiendo aún si no siempre da brillantes resultados (a las primeras que mencioné les fue razonablemente bien en la taquilla, mientras que Rey Arturo fue un enorme fracaso para Warner Brothers). En una era donde la propiedad intelectual es más grande que cualquier estrella, cualquier cosa que el público pueda reconocer es una apuesta más segura que un producto original, y el material del dominio público es más accesible para los estudios que no tienen acceso a las licencias de los personajes de cómics que otros guardan celosamente.

La década de 2010 fue encuadernada por dos adaptaciones de alto presupuesto de Robin Hood. Compararlas ofrece una pequeña mirada a cómo la industria ha cambiado. La de 2010, dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Russell Crowe, está hecha con el mismo molde que una colaboración previa entre el director y la estrella: Gladiador, que en el 2000 arrasó con la taquilla y los premios Oscar (los 200 millones que costó su Robin Hood debió haber parecido una apuesta segura en el momento; terminó recaudando apenas 321 millones alrededor del mundo). Leonardo DiCaprio, al lado de Jennifer Davisson, produce, pero no protagoniza esta versión de 2018, pero ahora su modelo son los blockbusters contemporáneos de acción y fantasía, las series históricas de prestigio (el director Otto Bathurst es mejor conocido por su trabajo en Peaky Blinders de la BBC) y el universo compartido de Marvel.

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Es una combinación bizarra, tratando de encontrarle sentido y unidad a elementos tan dispares, todo con tal de modernizar una historia eterna. Robin Hood toma tanto de la leyenda de finales del medioevo como de los videojuegos de Assassin’s Creed, Skyrim y hasta Call of Duty (la forma en que Hollywood ha tratado de apelar a los fanáticos de los videojuegos es todo otro tema). En términos de acción y anacronismos, es para la Inglaterra medieval lo que 300 de Frank Miller fue para la antigua Grecia, aunque afortunadamente menos racista. Tiene un gancho para secuelas que no tiene sentido, pero tampoco se siente que importa de verdad. Y a pesar de todo la disfruté en gran medida. No es una gran película, pero nunca me aburrió y a ratos me dejó maravillado, no precisamente de ella sino de la manera tan desvergonzada con la que reinventa el personaje para el cine de parques temáticos.

Como para hacer obvias sus influencias, Robin Hood abre con un libro encuadernado en cuero que se abre para revelar las páginas de un comic en blanco y negro mientras una narración nos promete básicamente que “éste no es el viejo y aburrido Robin Hood que ya conocemos”. El hecho de que las versiones extremas de viejos cuentos sean por sí mismas un cliché, vuelve este inicio extrañamente adorable. Como si la película creyera que se ha encontrado una idea fresca cuando en realidad está viajando por un camino ya bien recorrido. Siendo una criatura del folclor, en lugar de la creación de un solo autor, no hay un único Robin Hood original, sino una figura que fue evolucionando paulatinamente con el contar de sus historias. Esta versión toma sus elementos y personajes más reconocibles y los adapta a las necesidades del blockbuster contemporáneo.

Robin de Loxley (Taron Egerton) es un joven de la nobleza que lleva una vida idílica al lado de su amada Marian (Eve Hewson) hasta que, como los demás hombres de la región, es reclutado por el sheriff de Nottingham para pelear en las Cruzadas. El guion de Ben Chandler y David James Kelly deja claro desde el principio que no le importan la especificidad o la congruencia histórica. El diseño de producción y de vestuario nos muestra edificios y trajes modernos apenas disfrazados para apegarse a la época. El narrador bromea que ni siquiera se acuerda qué año es; las Cruzadas son tratadas como una ocurrencia única, no las nueve campañas distintas que ocurrieron entre los años 1095 y 1271. Tampoco el espacio es claro; un texto aclara solamente que Robin pelea en “Arabia”. En lo que es quizá la decisión más desconcertante de la película, todo este primer episodio toma sus referencias visuales de las intervenciones militares de Estados Unidos en Medio Oriente. Robin y sus compañeros, vestidos en uniformes que evocan el camuflaje y chalecos de los soldados estadounidenses, son atacados por flechas que caen como de una ametralladora, en una secuencia fotografiada y editada en el estilo de Zona de miedo de Kathryn Bigelow.

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Lo más curioso de esta decisión, que parece un desesperado intento por añadirle relevancia contemporánea, es que funciona como una declaración política. No sólo hace eco a los comentarios del presidente George Bush para justificar la invasión de Medio Oriente, utilizando el lenguaje de las Cruzadas, pero también a la ideología detrás de ella. En su infame teoría del choque de civilizaciones, el académico Samuel P. Huntington postulaba que, con el fin de la Guerra Fría, las principales divisiones alrededor del mundo serían, no ideológicas o económicas sino culturales. Esto fue interpretado como que un conflicto entre occidente y el islam era inminente, y líderes como Bush la usaron para justificar políticas invasoras y racistas.

¿Por qué mencionar todo esto en el contexto de una ridícula película de acción sobre Robin Hood? Porque esta versión del sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn), el villano principal, hace eco a esta misma retórica, repitiendo casi literalmente el discurso de Bush en el que sus enemigos en Medio Oriente se convierten en bárbaros que odian la libertad que presuntamente gozan en occidente. La película toma este comentario un paso más, convirtiendo al pequeño John, el compinche de Robin Hood desde sus primeras baladas, en un hombre árabe, un prisionero enemigo nacido Yahya ibn Umar (Jamie Foxx), de quien se compadece y salva durante su tiempo en las Cruzadas. Robin y John regresan a un Nottingham empobrecido, sometido a los altos impuestos que el sheriff usa para financiar la guerra y avanzar políticamente.

En el libro La doctrina del shock: El ascenso del capitalismo de desastre, Naomi Klein habla de la Guerra de Iraq en términos bastante similares. Bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo y mantener a raya el islamismo extremista, las intervenciones estadounidenses en Medio Oriente también enriquecieron a unos pocos contratistas con dinero del gobierno federal. ¿Por qué habrían de permitirlo los contribuyentes de Estados Unidos? Porque solo una crisis, real o aparente, podría convencerla o distraerla lo suficiente para aceptar tales políticas–Klein después escribiría una especie de continuación, sobre cómo los principios del capitalismo de desastre aplican a la presente pandemia de coronavirus.

A su manera, Robin Hood es una película sobre ver más allá de la propaganda bélica, más allá de las caricaturas racistas de un enemigo invisible, y reconocer el mundo en términos de desigualdad social. Es curiosamente relevante a la presente época. Cuando John le dice “Esta guerra, como todas, y todo lo que pasa aquí, es la misma historia de siempre. Ricos que se hacen más ricos. Hombres más poderosos que se hacen más poderosos con la sangre de inocentes,” es como si mirara al futuro en lugar de al pasado.

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No es una analogía perfecta. La Inglaterra medieval no es el Estados Unidos del siglo XXI. Y aunque se apropia de imágenes de la lucha callejera antiautoritaria, su potencial revolucionario se ve limitado por el hecho de que, como película de Hollywood es inevitablemente un producto de la misma cultura que parece criticar. Quizá la película se presta muy fácilmente a comparaciones políticas porque el personaje de Robin Hood, sinónimo de la idea de robarle de los ricos para dar a los pobres, siempre ha sido simbólico de la lucha de clases.

Robin Hood es un blockbuster razonablemente bien hecho, con acción emocionante (la primera batalla de Robin en Arabia destaca en particular por su claridad y emoción) y actores talentosos dando actuaciones acordes con la irreverencia que la película aborda la leyenda original. Egerton impresionó al mundo (aunque no a la Academia, desafortunadamente) con su interpretación de Elton John en Rocketman, pero la verdad es que la arrogancia y descaro del héroe de acción típico siempre le han salido bastante naturales desde las películas de Kingsman. Su Robin Hood es básicamente Batman y Bruce Wayne: como Robin de Loxley se cuela entre los ricos de Nottingham antes de que su alter ego encapuchado les robe su dinero. Ben Mendelsohn, quien entre Batman: El caballero de la noche asciende, Rogue One: Una historia de Star Wars y Ready Player One: Comienza el juego ha pulido ese villano avaricioso ligeramente patético, podría interpretar este papel dormido. Eso no lo hace menos bienvenido.

Esperé una película tonta, un intento desvergonzado de adaptar una historia a un contexto moderno. Robin Hood es eso, pero también uno de los pocos blockbusters hollywoodenses, fuera de las precuelas de Star Wars, que parece haber sido hecho como una respuesta explícita a la era de Bush. Es tonta, pero en la medida correcta. Fue un fracaso taquillero total (recaudó 86 millones de dólares contra un presupuesto de 100), y al lado de Rey Arturo puede mandar a dormir las adaptaciones de personajes clásicos por lo menos un rato. Pero merecía algo un poco mejor.

★★★

Robin Hood está disponible por streaming en Prime Video.