(Bad Boys for Life; Adil El Arbi & Bilall Fallah, 2020)
Dos policías rebeldes de 1995 y su secuela de 2003 Bad Boys II: Vuelven más rebeldes han de ser dos de las películas de acción más odiosas y de mal gusto producidas en Hollywood. Ambas son la obra de Michael Bay, el director estadounidense que emergió de los videos musicales y después saltó a la infamia por su amor por las explosiones, el sentido del humor chusco y fuera de lugar y por reducir a sus actrices, a Megan Fox más que a ninguna otra, a sus atributos físicos. Bay puede no ser un gran director ni una buena persona, pero es curiosamente, lo más cercano que el cine comercial estadounidense post-Steven Spielberg ha producido a un genuino autor. Sus películas son instantáneamente reconocibles por su monótona intensidad, su mirada fetichista a la violencia y su descarada propaganda comercial y militar.
Al mismo tiempo que no hay nadie como Michael Bay, tampoco es una anomalía. Alguien como él solo sucede dentro de una industria que fomenta y tolera su comportamiento y lo que sus películas dicen. Michael Bay es la manifestación del id reprimido del Hollywood contemporáneo y por eso mismo es fascinante. Y Bad Boys II, hecha después del relativo fracaso de Pearl Harbor, el primer y único intento de Bay de hacer algo más o menos respetable, es la manifestación más pura de los instintos de Bay. En ella, Will Smith y Martin Lawrence interpretan a dos policías de Miami que aterrorizan testigos, se involucran en aparatosas y peligrosas persecuciones y tiroteos dentro y fuera de Estados Unidos y hasta aterrorizan a un adolescente porque quiere salir con la hija de uno de ellos. Es una continuación de una fórmula que Hollywood lleva explotando desde 48 horas y Arma mortal. Su fórmula es vieja, solo es el caso más extremo de ella.
Es difícil tener sentimientos complicados hacia Bad Boys II porque todo lo que es odioso sobre ella está ahí en la superficie. Lo mismo no puede decirse de Bad Boys para siempre, la tercera parte de esta franquicia y la primera que Bay no dirigió. Dado que esta serie siempre ha girado alrededor de las drogas (porque al parecer es lo único que caracteriza a la ciudad de Miami), parece apto señalar que, si las primeras dos películas son violencia y cinismo puros y sin adulterar, Bad Boys para siempre es un producto rebajado. Puede ser una película más pulida y simpática, pero repulsiva a su manera porque trata de darle a una cara respetable a algo que nunca lo fue. Hay algo deshonesto sobre su intento de humanizar una de las franquicias más tóxicas del cine.

Después de años de aventuras, los detectives de narcóticos Mike Lowrey (Smith) y Marcus Burnett (Lawrence) están contemplando el retiro. Marcus, el hombre de familia, empuja a su compañero en esta dirección, pero Mike, el soltero empedernido y arrogante hombre de acción, se imagina persiguiendo criminales “hasta los cien años”. Saliendo de una fiesta en celebración del nacimiento del nieto de Marcus (el bebé de su hija y el previamente mencionado adolescente aterrorizado de Bad Boys II), Mike es baleado por un motociclista misterioso. Detrás del golpe se encuentran los villanos de la película: Isabel Aretas (Kate del Castillo), la líder de un cártel mexicano que busca vengarse del policía que permitió la captura de su esposo y su eventual muerte en prisión, y su hijo Armando (Jacob Scipio). Son un dúo intimidante, que pierde su filo por el español seco e idiomático con el que entregan sus diálogos. Es un problema que parece ir más allá de los dos actores; es como si sus actuaciones hubieran sido traducidas al inglés por un algoritmo y viceversa.
Mike se recupera meses después, pero con su propia sed de venganza. No se detendrá hasta haber atrapado a quien le disparó, lo que mortifica a su compañero que ya se había acostumbrado a quedarse en casa frente a la televisión. El guion, atribuido a Chris Bremner, Peter Craig y Joe Carnahan (quien en cierto punto iba a dirigir la película) cambia los clichés del género policiaco por un soso melodrama. Resucitar una franquicia con los personajes en edades más avanzadas siempre es una propuesta delicada (véanse los regresos de Harrison Ford a Indiana Jones, Star Wars y Blade Runner); nadie quiere ver a sus héroes envejecer. La química entre Marcus y Mike brilla solo en ocasiones, abrumada por los varios intentos de seriedad de la película: una predecible subtrama sobre por qué Mike no ha podido sentar cabeza y otro personaje familiar que regresa solo para ser tiroteado. El resultado, más que emotivo, es deprimente.
Hay partes de la película que están bien realizadas. Los directores belgas Adil El Arbi y Billal Fallah conservan la energía y dinamismo de los planes de Bay (quien regresa solo en un simbólico cameo durante la boda de la hija de Marcus) pero con más claridad e intención. Uno no se siente tan desorientado o sobreestimulado como en una de sus películas. Y los intercambios entre Smith y Lawrence, el primero pícaro y atrevido, el segundo un tímido bufón, sigue siendo la mejor parte de estas películas. Una persecución cerca de la mitad que gira alrededor de una moto con sidecar tiene momentos espectaculares al mismo tiempo en que aprovecha de manera divertida sus distintas personalidades.

Pero la forma en que una secuencia se conecta con la otra se siente un tanto incongruente. En lugar de que cada pista lleve orgánicamente a la otra, como suele suceder en una trama de detectives, cada secuencia de acción lleva a una aburrida sesión informativa donde se plantean los objetivos de la que sigue. Uno no siente que la trama está avanzando, sino que arranca y se detiene a cada rato. Smith y Lawrence además tienen que competir por el reflector con un nuevo elenco secundario de caras más jóvenes. Apoyando a Mike y Marcus en esta misión está un nuevo departamento de alta tecnología de Miami (con las nada sutiles siglas AMMO) encabezado por Rita Secada (Paola Núñez), quien también es ex novia de Mike. El grupo, completado por Kelly (Vanessa Hudgens), Dorn (Alexander Ludwig) y Rafe (Charles Melton) es algo simpático–Dorn, el imponente y musculoso pero apacible encargado de tecnología de computación tiene lo más parecido a una personalidad de los cuatro–pero inevitablemente distrae de la química entre las dos estrellas. No son la razón por la que uno ve la película.
Y sería más fácil encontrarlos más agradables si su función, fuera de darle a Mike y Marcus una oportunidad de hacer chistes sobre las nuevas generaciones, no fuera tan obvia. Por un lado, su inclusión parece querer sentar las bases de una franquicia que pueda durar después de que Smith y Lawrence se vuelvan demasiado viejos o costosos. Por otro lado, y quizá de manera más preocupante, parecen familiarizar al público con nuevos modelos policiacos alrededor del mundo: vigilancia digital, reconocimiento facial y cámaras de seguridad por todas partes. Éste no es el lugar para debatir los méritos de estrategias policiacas; basta decir que si los policías tipo Mike Lowrey y Marcus son intimidantes, los de sus aparentes sucesores son aterradores por razones diferentes.
Y por supuesto, cualquier discusión sobre la policía a esta altura del 2020 tiene que lidiar con el elefante en la habitación. El 25 de mayo de este año, George Floyd, un hombre afroamericano de 46 años, murió a manos de Derek Chauvin, un oficial blanco del departamento de policía de Minneapolis, Minnesota. Por casi nueve minutos, Chauvin presionó su rodilla sobre el cuello de Floyd, quien rogaba por aire y por su vida. El incidente fue captado por cámaras de seguridad y transeúntes, Chauvin fue despedido y acusado formalmente de homicidio. Protestas en respuesta a la muerte de Floyd tuvieron lugar alrededor de Estados Unidos y el resto del mundo.

Black Lives Matter, el movimiento anti-racista que obtuvo notoriedad internacional como resultado de las protestas, lleva desde 2013 denunciando la brutalidad y la falta de responsabilidad policiaca que afecta de manera desproporcionada a la población afroamericana de Estados Unidos. Así como el que acabó con la vida de Floyd fue un oficial de la ley, también lo fueron quienes mataron a Trayvon Martin, Michael Brown, Eric Garner y demasiados para mencionar, lamentablemente. Aquí en México, la muerte de Giovanni López, bajo custodia de oficiales policía de Ixtlahuacán, Jalisco, inspiró protestas similares.
En el caso de Floyd como el de López, las protestas buscan la impartición congruente de justicia para los responsables de sus muertes, pero también actúan como una denuncia a la corrupción y la función misma de los departamentos de policía, su rol en mantener estructuras sociales desiguales. Es un momento histórico, en el que estamos viviendo un cambio de paradigma en el rol que las instituciones policiacas juegan en la sociedad.
Por supuesto que reducir el financiamiento o desmantelar los departamentos de policía suena radical y descabellado. Pero vale la pena cuestionarlos la razón por la que éstos se sienten esenciales en primer lugar. En su excelente recuento de la historia de la policía en el cine y la televisión para el Washington Post, Alyssa Rosenberg describe cómo el género policiaco prácticamente nace como departamentos de relaciones públicas por parte de las agencias encargadas de aplicar la ley, fomentando las divisiones dentro de sus comunidades, celebrado su labor de manera acrítica, y justificando sus medidas más extremas.
¿Qué hacer entonces con el cine de policías? Hasta hace poco, era fácil y nada controversial tratarlo como cualquier otro género cinematográfico, pasar por alto la historia y los prejuicios sostenidos en su realización. Pero el tiempo presente pide cambios radicales, y en un nivel cultural, por lo menos que nos preguntemos cuál es la función que cumplen estas películas. Es una labor intelectual que implica repensar muchos clásicos, pero la intención no es la censura, sino el volvernos espectadores y personas más críticas.
★★
Bad Boys para siempre está disponible para renta digital en Cinépolis Klic.