(A Hidden Life; Terrence Malick, 2020)
La Alemania Nazi no se convirtió en el mal que conocemos de la historia de un día para otro. El ascenso político de Adolf Hitler fue un proceso de varios años, desde su explotación del descontento provocado por la Primera Guerra Mundial, a la creación de la fantasía de la raza aria y la deshumanización de todos los que no pertenecían a ella, culminando con el horror absoluto del Holocausto. Muchas veces me preguntó qué habrá pasado por la mente de los que vivieron en aquellos tiempos, dentro y fuera de Alemania. Con un brazo de propaganda omnipresente y una prensa extranjera que en intento de mantenerse imparcial terminó subestimando atrocidades, ¿qué tan fácil hubiera sido pensar entonces lo que sabemos ahora con tanta convicción?
Una vida oculta, la nueva película de Terrence Malick, imagina a alguien con esta convicción. Digo imagina porque, aunque la película está basada en la historia real de Franz Jägerstätter, un objetor de conciencia austriaco que después fue beatificado por la Iglesia Católica, ésta sigue siendo una película de Terrence Malick, imbuida en la poesía y subjetividad que lo caracterizan. ¿Quién sabe si Jägerstätter habría pensado como Malick? Pero su versión cinematográfica habla indiscutiblemente con su voz.
Malick, como David Lynch, es uno de esos directores estadounidenses cuyo estilo se vuelve más reconocible con cada película, al mismo tiempo que su verdadera intención artística sigue siendo un misterio. Hubo un tiempo en el que Malick era un total enigma. La aislada figura que dirigió dos de las películas más extraordinarias de la década de 1970 desapareció del ámbito cinematográfico por veinte años antes de regresar en 1998 con La delgada línea roja, una película de guerra poblada por una docena de estrellas y un sorpresivo éxito comercial. Su mayor reconocimiento lo obtuvo por El árbol de la vida, su película de 2011 que ganó la Palma de Oro en Cannes y una nominación a Mejor Película en los Óscares. Su filmografía posterior, no obstante, ha sido recibida con frías crítica y prácticamente ignorada por la taquilla.
A lo largo de su carrera, Malick ha ido puliendo un particular estilo visual y sonoro, así como una inusual forma de trabajar. Poco a poco ha ido dejando a un lado cualquier narrativa tradicional en favor de una colección de momentos espontáneos, capturados durante un proceso de improvisación y ensamblados a partir de un extenso proceso de edición. No es un esquema particularmente eficiente (El nuevo mundo fue completada con ayuda de cuatro editores; el primer corte de Song to Song tenía una duración de 8 horas), pero tampoco parece haberle quitado oportunidades. Basta con mirar los elencos de sus películas para ver cuántos actores reconocidos se congregan alrededor de él. Más importante aún, esta dedicación se manifiesta en el resultado final; las películas de Malick apuntan a la maravilla y la trascendencia y constantemente aciertan.

Los primeros momentos de Una vida oculta definitivamente logran esta sensación. La fotografía de Jörg Widmer (quien fuera operador de cámara en las colaboraciones de Malick con el cinefotógrafo mexicano Emmanuel Lubezki) nos sumerge a Sankt Radegund. Rodeada de montañas y densos bosques, apenas compuesta por unos cuantos edificios y granjas alrededor de una pequeña plaza, la pequeña villa austriaca luce como un paraíso en la tierra. Franz (August Diehl) vive ahí con su esposa Fani (Valerie Pachner). Resie (Maria Simon), la hermana de ella, les ayuda a trabajar los campos, criar a los animales y cuidar a sus tres hijas. Su vida no podría ser más idílica.
Alrededor de ellos, el mundo está cambiando y las señales lentamente llegan. La Segunda Guerra Mundial estalla y Franz hace su entrenamiento militar, pero cuando llega la noticia de que Francia se ha rendido, Franz empieza a sospechar que Alemania pelea solo para la opresión de otros países. Los ánimos del pueblo mismo cambian. El alcalde emprende una rabieta repitiendo la retórica racista de Hitler. El obispo local (Michael Nyqvist), el primero a quien Franz le confiesa su objeción a combatir en la guerra, es simpático a lo que siente, pero lo insta a no compartir sus inquietudes a los demás, preocupado por lo que puedan decir.
La película se compone en su mayoría de escenas de la vida diaria, fotografiadas en lentes de gran angular por una cámara que flota por el ambiente. Es un recurso que le imprime una consistencia y uniformidad pero que Malick y Widmer convierten en un lenguaje versátil. En los paisajes de Sankt Radegund, sugieren una naturaleza tan vasta y majestuosa que empequeñece a sus personajes y los obliga a la humildad. La forma en que juegan con los rostros de los actores les imprime una textura de ensueño. A medida que el peso de los eventos históricos se hace más fuerte, ese mismo elemento visual convierte a las fortificaciones alemanas en prisiones de muros infinitos y a los oficiales nazis en grotescas gárgolas observando en constante juicio.

A lo largo de todo esto, a través de la tradicional narración de las películas de Malick, la película se pregunta también si el esfuerzo de Franz de verdad vale la pena. ¿Por qué arriesgar la vida y la de su familia por sus creencias? ¿Qué podría lograr la oposición pacífica de un hombre contra una potencia bélica en plena guerra mundial? Sus acciones parecen desafiar la lógica y el sentido común, pero Franz se mantiene firme en su convicción. A diferencia de, Hasta el último hombre por ejemplo, otra película sobre un hombre cuyas creencias religiosas chocan con la realidad de la guerra, Una vida oculta no baña a su protagonista en un aura de superioridad moral, ni nos reconforta con la certeza de que el tiempo le dará la razón. La ausencia de una estructura narrativa rígida significa que, como Franz, nos sentimos lanzados a una serie de eventos que no podemos controlar.
Una vida oculta es preciosa si algo monótona. Parte de eso no es culpa de Malick. Su estilo único ha sido repetidamente imitado por el cine comercial y la publicidad como un atajo hacia la belleza bucólica y la intimidad familiar. Habiendo dicho esto, no creo que la duración de casi tres horas de la película esté justificada. Muchos de los momentos que Malick trata de presentar como extractos de la vida real se sienten artificiales y simplistas. Las miradas feas y los insultos que los pobladores de Sankt Radegund le dirigen a Fani una vez que Franz se ha negado a jurar lealtad a Hitler, parecen atajos para comunicar su ostracismo social.
No obstante, la película funciona, porque las creencias y la fe de Franz se sienten correctas. Malick las asocia con quietos momentos de belleza y paz que fácilmente podrían pasar desapercibidos. Como Silencio, la reciente obra maestra de Martin Scorsese, Una vida oculta retrata el poder de la fe a través de la férrea entrega y el sufrimiento de su protagonista. Su idea de Dios no brilla por lo que hace, sino por el vínculo profundo y trascendental que logra en un alma individual. Es en su ausencia donde se encuentra su poder.
★★★1/2
Una vida oculta está disponible para renta y compra digital en Cinépolis Klic y Claro Video.