(The Dead Don’t Die; Jim Jarmusch, 2019)

Vivimos en tiempos absurdos. Esto era verdad incluso antes de que la pandemia por COVID-19 paralizara la economía mundial, brevemente volviera al petróleo sin valor y, más recientemente, produjera una potencialmente mortal sorpresa de octubre en la más reciente elección de Estados Unidos. Vivimos en tiempos aterradores también. La amenaza existencial creada por el calentamiento global, el ascenso de los políticos de extrema derecha y la creciente desigualdad económica alrededor del mundo ponen en duda lo que cómodamente entendimos alguna vez como el estatus quo.

Los muertos no mueren parece un intento de abordar la inclemente ridiculez y terror de los tiempos recientes a través del filtro de uno de los cineastas independientes más importantes trabajando hoy en día. El excéntrico y frío sentido del humor de Jim Jarmusch, demostrado en repetidas ocasiones a lo largo de su filmografía, es en teoría apropiado para el atacar un tema tan abrumador. A ratos uno alcanza a percibir lo que su voz singular podría contribuir a la conversación. Ambientada en un pequeño pueblo en un lugar sin especificar de Estados Unidos (uno de los personajes hace referencia a Pittsburgh y a un carro de Ohio, lo que la ubica alrededor del noroeste del país), Los muertos no mueren inicialmente se presenta como una pieza grupal sobre cómo una comunidad pequeña y típica responde a fuerzas que están fuera de su control y comprensión.

El primer acto nos introduce a los numerosos habitantes de la irónicamente nombrada Centerville. Bill Murray, Adam Driver y Chloë Sevigny interpretan a los miembros del departamento de policía local; a los personajes de los primeros dos los conocemos respondiendo a un conocido ermitaño (Tom Waits) que fue acusado por un granjero vecino (Steve Buscemi) de robarse sus gallinas. A través de conversaciones y escenas domésticas conocemos también al dueño de la ferretería (Danny Glover), a la encargada de la cafetería (Eszter Balint), el operador de la gasolinera y tienda de autoservicio (Caleb Landry Jones), una reportera de televisión (Rosie Perez), el administrador del motel (Larry Fessenden), tres adolescentes en el centro de detención juvenil (Maya Delmont, Taliyah Whitaker y Jahi Winston) y a otros tres jóvenes (Selena Gomez, Austin Butler y Luka Sabbat) que se detienen en la comunidad como parte de un viaje por carretera.

Centerville parece un lugar cualquiera, con unos pocos detalles fuera de lugar. El granjero de Steve Buscemi tiene una gorra como las de la campaña de Donald Trump, pero con una leyenda más explícitamente racista que sin embargo no parece provocar reacción de nadie. El rapero RZA aparece como un repartidor, empleado de un clon de UPS, cuyo logo es una referencia a su parte en Wu-Tang Clan. La única canción en la radio parece ser el tema epónimo compuesto por Sturgill Simpson (quien más adelante tiene un cameo también).

Más relevante para la (a falta de otra palabra) trama, las noticias por televisión y la radio informan que la órbita de la Tierra se ha desestabilizado como consecuencia de la práctica de fracking en los polos. Es esta anomalía lo que explica que en la película los muertos del cementerio de Centerville finalmente se levanten de sus tumbas y ataquen a los demás pobladores. Éstas primeras escenas, donde los locales escuchan noticias de televisión y la radio que un momento los alarman y en otro les dicen que todo está bien, son las que mejor capturan la experiencia de sintonizar los medios en la actualidad: mensajes contradictorios que, más que generar una imagen completa, confunden y paralizan.

Jarmusch no se esfuerza mucho por tratar de crear una voz específica para la película, salvo quizá el personaje de Tilda Swinton, la nueva empleada de la funeraria que habla con un denso acento irlandés y es hábil con una katana. Es un detalle tan extraño que hasta parece real; la mente se entretiene imaginándose una complicada y azarosa historia de fondo para ella. Centerville en realidad podría situarse en cualquier parte de Estados Unidos; los actores apenas varían sus ritmos y cadencias usuales, no dándole a sus personajes algún acento que pudiera identificar su región en el mapa. Jarmusch por lo menos sugiere la familiaridad e interacciones de una pequeña comunidad en la que todos se conocen y hablan de poco más que lo que pasa con sus vecinos. Si algo puede decirse a favor de la película es que uno se siente bienvenido, por lo menos al principio.

Los muertos no mueren_2

Los muertos no mueren es una comedia en el sentido de que tiene una que otra rutina cómica trillada. A veces lo trillado es parte de lo que la hace simpática, pero cuando uno ve a intérpretes de la talla de Bill Murray, Adam Driver o Tilda Swinton recitando gags verbales más viejos que los mismos actores, uno se pregunta si el mayor chiste no es a expensas del público. La película, más que cualquier otra cosa, provoca confusión y perplejidad. El principio plantea narrativas con conclusiones predecibles (la primera escena entre los personajes de Selena Gomez y Caleb Landry Jones) sugiere que algo romántico va a pasar entre los dos), solo para abandonarlas sin ofrecer nada a cambio.

Pero esto solo hace que Los muertos no mueren se sienta como el equivalente artesanal de una producción de Happy Madison, de esas en las que Adam Sandler y sus amigos usan la excusa de hacer una película para pasar el rato y divertirse, aun si el público no lo hace. La película es hostil hacia su público, pero ni siquiera eso hace convincentemente. No tiene la impenetrable artesanía de una pretensiosa película de arte: la fotografía es tan inexpresiva y plana como las actuaciones. Cerca del final, hay una ruptura de la cuarta pared que es tan banal que ni siquiera tenía la energía para sentirme ofendido.

La banalidad parece ser el tema central de Los muertos no mueren. Como las películas de George A. Romero a las que por supuesto hace referencia, Jarmusch utiliza a los muertos vivientes, con su insaciable hambre e irracionalidad, como una metáfora para el consumismo estadounidense. Pero aunque la referencia se reconoce, Jarmusch trata a sus personajes como huecos vacíos para el consumo desde antes de que estén no muertos. Jarmusch habita su película con referencias a Romero y a otras películas de terror (uno de los personajes está nombrado en lo que parece un homenaje al actor Cliff Robertson, el título mismo está prestado de otra película de 1975) pero aunque su conocimiento cinematográfico es impresionante, es básicamente el mismo canibalismo indiscriminado e insensato de sus monstruos. Es solo en su insultante tedio que logra capturar el espíritu de tiempos recientes.

★★

Los muertos no mueren está disponible vía streaming en HBO.