En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Godzilla vs. Kong, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Godzilla vs. Kong; Adam Wingard, 2021)

Godzilla vs. Kong es una película de placeres simples. Ofrece exactamente lo que su título promete; un poco más, pero también, extrañamente, poco menos. Qué tanto uno la disfrute dependerá por supuesto de qué tanto uno disfrute ver a sus dos monstruos titulares darse golpes entre sí. No es nada extraordinario, y al mismo tiempo uno puede entender cómo una película como ésta ha llegado a romper records de taquilla, augurando un regreso a números pre-pandemia. Porque se trata de dos criaturas de estatura monumental y largas historias en el cine, que exigen ser vistas en la pantalla más grande posible.

Sus primeros momentos están hechos para inspirar cierta maravilla, espolvoreada con un burdo sentido del humor. Carente de diálogos y musicalizada por una canción pop, la secuencia cede su protagonismo a los espectaculares efectos visuales y aprovecha efectivamente la escala de la pantalla de cine y el retumbar de sus altavoces. En ella seguimos a King Kong, el gorila gigante, a lo largo de una mañana cualquiera en la Isla Calavera: levantándose de una siesta sobre la ladera de una montaña, y bañándose con el agua de unas cataratas. Es un momento extrañamente humanizante.

Pero esta normalidad resulta ser una elaborada ilusión. El mismo cielo a su alrededor es un domo de alta tecnología, construido por la organización Monarch para observarlo de cerca y protegerlo del monstruo marino Godzilla. Los expertos de Monarch piensan que, de llegar a encontrarse, los dos depredadores alfa terminarían destruyéndose mutuamente. Si el título de la película no lo hiciera obvio, es solo cuestión de tiempo antes de que ambos se enfrenten entre sí, sobre todo después de que Godzilla ataca las instalaciones de la empresa de tecnología Apex Cybernetics en la costa de Florida, al parecer sin provocación.

La trama de Godzilla vs. Kong es a la vez rotundamente simple e innecesariamente complicada. El guion teje un momento predecible tras otro, algo que no es necesariamente malo: se toma su tiempo para establecer la importancia y generar anticipación para la inevitable pelea. Parte del preámbulo involucra un misterio de conclusión esperada, pero suficientemente satisfactoria que uno no quisiera revelarla. La película hace todo esto saltando entre un numeroso elenco humano: Nathan Lind (Alexander Skarsgård), un geólogo desprestigiado por su teoría de la tierra hueca; Ilene Andrews (Rebecca Hall), una antropóloga y la madre adoptiva de Jia (Kaylee Hottle), una huérfana con sordera de una tribu nativa de Isla Calavera; Walter Simmons (Demián Bichir), el presidente de Apex y su hija y ejecutiva junior Maia (Eiza González); Bernie Hayes (Brian Tyree Henry), un empleado de Apex determinado a revelar una conspiración dentro de la compañía; y a Madison Russell (Millie Bobby Brown), una adolescente con un vínculo particular con Godzilla, y su amigo Josh (Julian Dennison).

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El componente más emotivo de la película es el vínculo entre Kong y Jia, quien a través de lenguaje de señas puede comunicarse con el primate gigante. Kong, hecho realidad a través de los impresionantes efectos por computadora que ahora son comunes en Hollywood (Terry Notary proporcionó captura de movimiento para el personaje previamente en Kong: Isla calavera, pero no hay indicador de que haya repetido su participación aquí), da la mejor actuación de la película y el único que tiene un arco narrativo más o menos completo: yendo del encierro al triunfo sobre la adversidad y el descubrimiento de un nuevo hogar. Tiernos primeros planos que muestran distintos matices y expresiones de su rostro, pero igualmente impresionante es el movimiento de su cuerpo; cuando lo vemos saltar de un portaaviones lo hace con el encanto de una estrella de acción de antaño, un gesto de personalidad que complementa la escala masiva de la violencia.

Ninguno de los otros personajes es mucho más efectivo, aunque esta versión de Godzilla tiene igualmente algunos momentos en los que su personalidad igualmente sale a relucir. En el caso de los humanos, esto no es necesariamente un problema. Lo más destacable que alguno de ellos puede hacer en una película llamada Godzilla vs. Kong es morir, y aquellos que inevitablemente lo hacen no decepcionan. La película es inteligente en que entiende que ellos nunca deben opacar a las criaturas. Pero aunque estos personajes no le quitan tiempo a la destrucción a gran escala, también distraen precisamente porque sus historias pocas veces afectan o se dejan afectar por lo que pasa a su alrededor. Aunque la película les da subtramas familiares, ni siquiera se molesta en cerrarlas.

Godzilla vs. Kong es la más reciente entrega en las largas series de sus respectivos personajes, que se remontan a la película estadounidense de 1933 en el caso de Kong y a la película japonesa de 1954 en el caso de Godzilla. Es también la cuarta película en el llamado MonsterVerse, un universo compartido desarrollado por la compañía productora Legendary, el cual parece haber llegado a su momento culminante. En caso de ambos, estamos muy lejos de sus encarnaciones originales. Ausente está el sentido de aventura y tragedia de King Kong o el comentario político de Godzilla, aunque la sección media de la película contiene increíbles paisajes y criaturas imaginadas y la trama gira alrededor de un monstruoso abuso de la tecnología.

Estos Godzilla y Kong son meramente extensiones de su iconografía original, reempaquetados para el espectáculo global. Como mero espectáculo, está relativamente bien llevado a cabo. El director Adam Wingard aviva las secuencias densas en efectos visuales con luces color neón (particularmente en el clímax situado en Hong Kong) y la partitura electrónica de Tom Holkenborg. Pero la absurda trama choca con el tono semi-serio que es obligatorio en los blockbusters de Hollywood. Hay abundancia de chistes, pero la película está finalmente comprometida a que la destrucción se sienta lo más real posible. Es una cosa ver a estos monstruos aplastar obvias maquetas, otra hacerlos responsables de recreaciones fieles de masivo daño colateral en una gran ciudad. Godzilla y King Kong perduran a pesar de los años en gran medida por sus personalidades, y a pesar de la técnica evidente en su realización, esta película no tiene suficiente de la suya.


★★1/2