En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver El diablo entre las piernas, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Arturo Ripstein, 2021)

El diablo entre las piernas de Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego le extrae tanta riqueza y complejidad a cuatro personajes y a unas pocas locaciones. Es una película sobre el deseo femenino en contraste con el deseo masculino; sobre una pareja que se hace mal en todos los sentidos, pero cuyas vidas están tan entrelazadas por el tiempo y la circunstancia. Silvia Pasquel y Alejandro Suárez interpretan a Beatriz y a su “viejo”, una pareja que lleva años juntos en una relación contenciosa. Comparten una casa en la Ciudad de México, aunque duermen en cuartos separados. También el haber tenido hijos, pero nunca juntos; ni los de él ni la de ella se aparecen, y la película sugiere que ni siquiera se llevan bien. Y sobre todo los rencores que se han ido acumulando a lo largo de mucho tiempo.

El personaje de él está delineado a partir de lo que no puede tener. Alguna vez quiso ser médico y los cuartos de la casa están llenos de modelos anatómicos que lo reflejan, pero terminó como farmacéutico homeopático. Como buen macho arrogante, se juntó con Beatriz pensando que podía cambiar su forma de ser. Con los dos bien entrados en la tercera edad, sigue convencido de que ella pasa las noches con otros hombres. Sus aparentes engaños lo consumen, pero es una reacción hipócrita. Él pasa sus días en la cama de Isabel (Patricia Reyes Spíndola), una estilista en un local cercano.

Su relación con ella tiene menos que ver con sus propios deseos que con desquitarse con Beatriz, pero Isabel se lo toma con sentido del humor. Es lo más cercano que la película tiene a un personaje sensato, Isabel lo usa a él tanto como él la usa a ella. No está ilusionada con que el viejo deje a Beatriz; sabe plenamente que no es más que su “plato recalentado”. Cuando él le regala una ropa interior, percibe de inmediato que la compró primero para Beatriz. Ella misma está casada, pero su esposo ni se molesta. Cuando los encuentra en la cama no hace más que salir a fumar y esperar que terminen.

Las frustraciones del viejo se manifiestan de forma más directa en comportamiento que solo se puede describir como tóxico: un momento corta las viejas fotografías de Beatriz y después se ofrece para ayudarla a arreglarlas. Se dé cuenta él o no, la empuja para después arrastrarla de vuelta. Beatriz, como el blanco directo de sus caprichos, se desquita como puede, particularmente con Dinorah (Greta Cervantes) la joven que le ayuda en las tareas domésticas. Un momento la regaña por llegar unos minutos tarde, después la compara cariñosamente con su propia hija.

Beatriz tampoco trata de desmentir las acusaciones del viejo a pesar de que éstas parecen no tener un gramo de verdad. En el día ella sale diciendo que va al gimnasio cuando en realidad va a clases de tango, pero no es que esto la lleve a más. Su pareja de baile (Daniel Giménez Cacho) es un hombre recatado (y casado) que se espanta en cuanto ella le empieza a contar las vulgaridades que su viejo le dice en casa–ella las registra en un cuaderno que lleva consigo, pero cambia una que otra palabra para agregarle rimbombancia. Él lo toma como insinuaciones, cosa que ella niega pero no puede ocultar de otros.

El diablo entre las piernas_1

Vale la pena destacar el estilo de la película. Ripstein lleva haciendo cine desde los sesentas y es todo un ícono del cine mexicano posterior a la época de oro, pero en años recientes su forma de trabajar ha ido evolucionando con la adopción de la tecnología digital. El diablo entre las piernas se apoya de las facilidades que permiten las cámaras digitales. Se compone de extensos planos secuencia, cada uno cubriendo básicamente una escena completa. Cuando la cámara se mueve es más que nada para seguir la acción, aunque a veces se acerca o aleja sin una motivación aparente, cobrando vida y agencia propia.

El estilo parece inseparable de la pantalla grande de la sala de cine, no solo porque los rostros de los actores apenas ocupan una pequeña parte de ella, pero también porque exige una especial concentración por parte del espectador. Nuestros ojos se mueven por la pantalla, siguiendo la acción constantemente. La película nos confía gran parte del trabajo de edición (decidir en qué acciones o elementos enfocar nuestra mirada), nos hace partícipes activos en lugar de observadores pasivos. Es un rol privilegiado porque la película contiene tanto que ver. Los cuerpos de sus actores (importantes dada la temática), pero también los espacios que ocupan y su movimiento dentro de ellos. Podemos apreciar los incontables tiliches de sus casas y cómo éstos cuentan también sus largas historias de fondo. También los abundantes espejos con los que los personajes interactúan constantemente con su propia imagen.

El diablo entre las piernas invita el adjetivo de incómodo, aunque esto tiene menos que ver con la naturaleza de lo que pasa en la película y más con la franqueza con la que lo relata. También con el que su temática (la vida sexual de las personas mayores) es un tema que se siente tan extranjero al cine, sobre todo al de hoy en día. La autora R.S. Benedict lo dice todo con el título de un ensayo reciente sobre el declive del erotismo en el cine: “todos son hermosos pero nadie está cachondo”. El diablo entre las piernas es una película sobre todo lo contrario: sobre personas con palpables deseos sexuales latentes, difícilmente atractivas según estándares convencionales.

Pero eso es precisamente eso lo que la hace sentir tan íntima y real. Porque no se compone de imágenes diseñadas para gratificar sexualmente sino de la lenta y gradual emergencia del deseo y la ansiedad cuando éste no es satisfecho. Hay escenas de sexo, pero los besos y caricias no tienen una gracia y limpieza profesional, sino las complicadas historias e impurezas de sus personajes. Son personas reales, no imágenes estándares imposibles con los que debemos compararnos. Sus deseos son a veces contradictorios, pero se transforman entre un ansia de liberación o una egoísta búsqueda del control precisamente porque parecen incontrolables.


★★★★