En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Zombis, cámara, ¡acción!, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Kamera o Tomeru na!; Shin’ichirō Ueda, 2021)

La historia del cine de terror está llena de películas que están hechas con más entusiasmo e ingenio que dinero. Mencionar La noche de los muertos vivientes original de George Romero, Masacre en cadena de Tobe Hooper, El despertar del diablo de Sam Raimi y las primeras películas de Peter Jackson es apenas rayar la superficie. Zombis, cámara, ¡acción! de Shin’ichirō Ueda inspira comparaciones con estas películas. Por todas partes uno ve los límites de su manufactura, los intentos por estirar sus limitados efectos especiales y locaciones para alcanzar la duración de poco más de noventa minutos. Pero también es evidente una verdadera energía y pasión detrás de la cámara (o detrás de las cámaras, dado su concepto central); la determinación de hacer una película a cómo dé lugar, y la astucia para convertir esos límites en algo que la haga tan especial en primer lugar.

La historia detrás de Zombis, cámara ¡acción! es de aquellas que le sacan una sonrisa a uno, particularmente a los cineastas aspirantes. Hecha con un presupuesto de producción minúsculo (el equivalente a 25 mil dólares), la película apareció y desapareció de la taquilla japonesa antes de que el correr de la voz se tradujera en una circulación por festivales alrededor del mundo. Casi cuatro años después de su estreno original, ha recaudado más de 30 millones de dólares alrededor del mundo. Su éxito habla maravillas, no sólo de las personas que la hicieron, sino también de las que la vieron, de las comunidades orgánicas, espontáneas, que de vez en cuando se forman alrededor del cine.

Zombis, cámara acción deriva mucho de su placer de sus sorpresas, y haré lo mejor por no revelarlas aquí. La película empieza instando al espectador a quedarse más allá de la primera media hora, algo que es adecuado y hasta necesario porque es entonces que su concepto central es revelado. No es un giro en realidad, sino el momento en que todo más o menos empieza a cobrar sentido. Antes de todo esto, abrimos con una joven (Yuzuki Akiyama) que es atacada por un zombi (Kazuaki Nagaya) tan poco convincente como la emoción de ella, momento que parece una parodia de las malas películas de terror hasta que es interrumpido por el director (Takayuki Hamatsu), quien entra a cuadro para detener la escena y gritarle. Todo esto es presentado en lo que parece ser video digital, procesado para imitar la apariencia del celuloide barato.

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Lo más estimulante (o confuso) de la primera parte de Zombis, cámara, ¡acción! es no saber la dirección que va a tomar. A medida que el elenco se toma un descanso, escuchamos que el director se ha endeudado para hacer una película de zombis de bajo presupuesto, y ahora se encuentra frustrado porque después de 42 tomas no logra una que lo deje satisfecho. Es entonces que los dos actores y la maquillista (Harumi Shuhama) parecen ser atacados por zombis de verdad y el director, para nada preocupado por su vida o por la de sus actores, decide filmar lo que pasa, pues el miedo real que les provocan estos muertos vivientes es lo más cercano que puede conseguir a actuaciones convincentes.

Digo “parecen ser atacados” porque la sangre y miembros humanos nunca resultan del todo convincentes y los eventos se desenvuelven de manera tan ilógica que cada cosa que pasa solo logra inspirar más preguntas. Personajes aparecen y desaparecen de la nada y en un momento el personaje del director habla directamente a la cámara (no la que lleva consigo, sino hacia el otro lado de la pantalla, hacia nosotros). Esta primera parte habita el territorio ambiguo entre el cine sincero pero incompetente y una deconstrucción pretenciosa sobre el cine de explotación (la película captura un poco de lo mejor de estos dos mundos, pero no es ni una ni la otra).

De lo mejor que se puede decir de la película es que logra inspirar una verdadera curiosidad en cuanto a lo que pasa y también ofrecer respuestas más o menos satisfactorias. Éstas se encuentran en sus observaciones casuales pero enternecedoras sobre la agonía y el éxtasis de la realización cinematográfica. Zombis, cámara, ¡acción! es una película sobre la comunidad improvisada y temporal que se forma en los rodajes, la ansiedad de coordinar tantas piezas móviles y las conversaciones amistosas en los tiempos muertos. Es sobre emprender un proyecto con solo lo mínimo indispensable y poder confiar solo en el ingenio cuando algo sale mal. Sobre los momentos en los que la rígida jerarquía desaparece y cada uno contribuye a la tarea más absurda o banal con tal de sacar el proyecto adelante. Es una película, no sobre el cine como arte sino como labor. Sobre el director, no como visionario sino como gerente ocasionalmente atolondrado tratando de hacer lo mejor de la situación. Sus chistes pocas veces son extraordinarios y sus constantes juegos con el formato no añaden mucho, pero la película tiene algo que es tan difícil de cultivar: una personalidad.


★★★