En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Rápidos y furiosos 9, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(F9; Justin Lin, 2021)
A lo largo de 20 años y diez películas, la serie de Rápido y furioso ha tenido una evolución nada menos que fascinante. Lo que empezó como un intento de capitalizar con la subcultura de las carreras clandestinas de Los Ángeles se convirtió en una franquicia multimillonaria de atractivo mundial. Contrario al conocimiento común sobre las secuelas de Hollywood, llegó a un punto en el que parecía mejorar con cada una, convirtiéndose en una de sus series más consistentemente entretenidas.
Es fácil identificar el momento en el que el mundo le empezó a agarrar afecto. Rápidos y furiosos: 5in control de 2011 es típicamente reconocida como la película en la que esta encontró su fórmula ganadora, cuando dejó de apuntar a la solemnidad de los dramas criminales y abrazó el cine de acción puro. Pero más difícil es determinar específicamente qué es lo que la hizo a ella y sus sucesores inmediatos tan refrescantes. ¿Era el carisma y comodidad de su amplio y variado elenco? ¿Las tramas simples del guionista Chris Morgan? ¿Las inventivas escenas de acción concebidas por el director Justin Lin? ¿Su tono despreocupado y nada pretencioso? ¿Su total indiferencia hacia las leyes de la física? ¿Su ridículo énfasis en la familia?
Ninguno de estos elementos puede por sí solo explicar el éxito de la serie. Éste parece más bien un resultado de la interrelación entre éstos, un balance que se fue perfeccionando sobre la marcha. Rápidos y furiosos 9, su entrega más reciente, es decepcionante y reveladora porque muestra qué pasa cuando una de estas piezas se sale de su lugar. Por una u otra razón, simplemente no carbura con la misma eficiencia que las anteriores.
A primera vista, todo parece estar en el lugar indicado para entregar una aventura más de alto octanaje. Dominic Toretto (Vin Diesel) y su esposa Letty Ortiz (Michelle Rodriguez) se han retirado para empezar una familia y básicamente han desaparecido de la red. Esto hasta que en su puerta se aparecen sus viejos colegas Roman Pearce (Tyrese Gibson), Tej Parker (Chris “Ludacris” Bridges) y Ramsey (Nathalie Emmanuel) con mala noticias. Mr. Nobody (Kurt Russell), su contacto en el interior de una agencia de operaciones encubiertas, se encuentra desaparecido. Antes de que su avión fuera derribado, les encargó la misión de recuperar una pieza de tecnología con la capacidad de sabotear cualquier aparato computarizado. Para obtenerlo, no obstante, deben enfrentarse a un misterioso agente de inusual astucia y poderío que también está detrás de él.

Este agente es nada más y nada menos que Jakob Toretto (John Cena), el hermano perdido de Dom. Decir que su relación es tensa sería un eufemismo. Después de la muerte del padre de ambos, Jakob fue deshonrado por Dom; convertido en un errante, se dedicó a tratar de superarlo en todos los aspectos. Mucha de su historia es revelada en flashbacks a la juventud de Dom y Jakob (entonces interpretados por Vinnie Bennett y Finn Cole respectivamente) y es aquí donde los problemas empiezan a aparecer. No porque el giro del hermano perdido nunca mencionado es un cliché telenovelesco–la serie después de todo ha usado la amnesia y las muertes fingidas previamente–sino por el efecto que esta complicada relación tiene en la dinámica establecida del equipo
La serie por supuesto sufrió un terrible golpe con la muerte de Paul Walker, el actor que interpretó al exagente de policía Brian O’Conner, la otra mitad del duo central de esta “familia” circunstancial. Rápidos y furiosos 8, la primera entrega sin Walker, compensó sacando a Dom temporalmente de la ecuación por maquinaciones de su villana; en su lugar, Letty y el Luke Hobbs de Dwayne Johnson proporcionaron respectivamente el componente emocional y el poder estelar que faltaba. Poner a Dom de vuelta en el centro y darle un pleito personal con el villano principal plantea un problema. Él siempre estuvo al centro de las películas de Rápido y furioso, pero éstas nunca fueron el espectáculo de Dominic Toretto.
Rápidos y furiosos 9 es probablemente la entrega en la que la palabra “familia” se repite en más ocasiones (lo suficiente para explicar el meme de reciente popularidad), pero es también la primera en mucho tiempo en que su elenco apenas se siente como una. Dom, Letty y Jakob están en su propia narrativa aislada, mientras que Roman, Tej y Ramsey contribuyen el alivio cómico. Los chistes de estos últimos tres se sienten un tanto forzados, pero su dinámica no deja de ser simpática; Diesel, con su porte serio y característico masculleo, solo levantando la voz en un momento fuera de lugar, interpreta a Dom ni con más ni menos energía y afabilidad que en entregas previas. El problema es que estos elementos no interactúan lo suficiente, nunca se sienten parte del mismo todo. Personajes establecidos previamente regresan, ocasionalmente avivando las cosas; aunque las participaciones de Russell, Helen Mirren, Sung Kang, Lucas Black, Don Omar y Charlize Theron (cuyo uso de los estilos de cabello más vergonzosos empieza a convertirse en una constante de la serie) son bienvenidas, éstas nunca se sienten como algo más que glorificados cameos.

El tono también parece estar fuera de lugar. Justin Lin regresa después de ausentarse por dos entregas (tres, si se cuenta el spin-off de 2019 Hobbs & Shaw); no es el caso del guionista Chris Morgan, quien cede sus tareas a Lin y a Daniel Casey (Alfredo Botello comparte con ellos el crédito por la historia). Es fácil menospreciar las contribuciones de este último a la serie, pero aquí me encontré extrañándolo; sus diálogos nunca fueron tan forzados como una vergonzosa escena en la que la consigna parecía meter la mayor cantidad de referencias a Star Wars en el mismo par de minutos. Los flashbacks a los jóvenes Dom y Jakob, por otra parte, se sienten un tanto miserables. Evocan los orígenes de la serie en el melodrama pero no su colorida y vibrante glorificación de la subcultura del automovilismo clandestino.
¿Y qué hay de la acción? Secuencias en las calles de Londres y Tiflis involucran un electroimán que empuja carros de un lugar a otro y un viejo Pontiac enganchado a un par de cohetes de propulsión a chorro. Son una cabal combinación de acrobacias reales y efectos visuales por computadora y adecuadas para una serie dedicada a superarse en la escala de su absurdo, pero se sienten estrafalarias de una manera que guiña demasiado a la cámara, como confiando que a estas alturas su público va a aceptar lo que sea. Su mejor momento ocurre temprano, durante una persecución en una selva de Centroamérica, pero no son los que aparecen en el tráiler en el que Tej conduce un Jeep sobre un puente de cuerda que se está colapsando o en el que el Dodge Charger de Dom se engancha a uno de sus cables para saltar de un risco a otro. Es cuando Roman escapa de un tanque atrapado entre dos rocas, a punto de caer sobre una mina terrestre. Es un momento memorable porque juega de manera cómicamente por el suspenso, y porque se siente sutil e inesperado. Se siente fresco, como las mejores entregas de la serie se sintieron alguna vez.